Traducido por el equipo de SOTT.net en español.

Según el New York Times, los que filtran información, los "informantes cercanos" a Putin, se han "callado". ¿Qué puede significar todo esto?
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© RIA NOVOSTI
Por casi dos años, la mayoría de las acusaciones vacías (aunque maliciosas) del "Russiagate" han sofocado las noticias verdaderamente significativas que afectan directamente el lugar de EE.UU. en el mundo. En los últimos días, por ejemplo. El presidente francés Emmanuel Macron declaró que "Europa ya no puede confiar en Estados Unidos para que le brinde su seguridad", mientras pedía en cambio un tipo de seguridad más amplio "y particularmente haciéndolo en cooperación con Rusia". Más o menos al mismo tiempo, la Canciller alemana Angela Merkel y el Presidente ruso Vladimir Putin se reunieron para expandir y solidificar una asociación energética esencial al acordar completar el gasoducto Nord Stream 2 desde Rusia, a pesar de los intentos estadounidenses de abortarlo. Anteriormente, el 22 de agosto, los talibanes afganos anunciaron que asistirían a su primera gran conferencia de paz, en Moscú, sin la participación de Estados Unidos.

Y así gira el mundo, pero sin obedecer a los deseos de Washington. Se podría pensar que tales noticias provocarían un amplio reportaje y análisis en los principales medios de comunicación estadounidenses. Pero en medio de todo esto, el 25 de agosto, el siempre ansioso periódico New York Times publicó otra historia "Russiagate" en primera plana, una que de ser cierta sería sensacional, aunque casi nadie pareciera darse cuenta. Según el periódico, las agencias de inteligencia estadounidenses, presumiblemente la CIA, han tenido múltiples "informantes cercanos a... Putin que están en el Kremlin y han proporcionado detalles cruciales" sobre "Russiagate" durante dos años. Pero ahora, "los informantes vitales del Kremlin se han quedado en silencio". El Times relaciona la historia con fechorías atribuidas dudosamente a Putin y a comentaristas igualmente poco confiables, así como con una declaración mal traducida de Putin en la que se le hace decir incorrectamente que todos los "traidores" deberían ser asesinados. Es el pan de cada día de los medios estadounidenses en estos días, cuando la cobertura acerca de Rusia no parece requerir la verificación de los hechos. Pero lo sensacional del artículo es que Estados Unidos tenía topos en la oficina de Putin.

Los lectores escépticos o crédulos reaccionarán a la historia del Times como quieran. De hecho, una primera versión, más reducida, apareció por primera vez en The Washington Post, una plataforma igualmente hospitalaria para los servicios de inteligencia, el 15 de diciembre de 2017. Me pareció inverosímil por muchas de las mismas razones por las que antes me había parecido inverosímil el "dossier" de Christopher Steele, basado también supuestamente en "fuentes del Kremlin". Pero la versión renovada y ampliada de la historia del topo en el Times plantea más y mayores preguntas.

Si la inteligencia estadounidense realmente tenía un agente tan valioso en la oficina de Putin (el artículo del Post sólo implicaba a uno, en el Times se menciona a más de uno), imagínense lo que ellos podrían revelar sobre las intenciones del Enemigo No. 1 Putin en el extranjero y en su país, tal vez a diario. Entonces, ¿por qué un funcionario de la inteligencia estadounidense revelaría esta información a cualquier medio de comunicación a riesgo de ser acusado de un delito de traición capital? ¿Y ahora más de una vez? ¿O a riesgo de que los no menos traidores informantes rusos sean identificados y severamente castigados, puesto que "el Kremlin" sigue de cerca a los medios de comunicación estadounidenses? Es de suponer que por eso los filtradores del Times insisten en que los topos "silenciosos" siguen vivos, aunque no nos dicen cómo lo saben. Todo esto es aún más inverosímil. Ciertamente, el artículo del Times no hace preguntas críticas.

¿Pero por qué filtrar la historia del topo otra vez, y justo ahora? Si se le despoja de las irregularidades financieras superfluas, de la imposibilidad de registrarse como cabilderos extranjeros, de los estilos de vida vulgares y del sexo que no tiene nada que ver con Rusia, el gravamen de la narrativa del "Russiagate" sigue siendo lo que siempre ha sido: Putin ordenó a operativos rusos que "se entrometieran" en las elecciones presidenciales de EE.UU. en 2016 para poner a Donald Trump en la Casa Blanca, y ahora Putin está tramando "atacar" las elecciones congresionales de noviembre para conseguir el Congreso que quiere. Cuanto más investiga Robert Mueller y más lo apoyan los medios de comunicación, menos evidencia aparece realmente, y cuando aparentemente aparece, tiene que ser considerablemente manipulada o tergiversada.

La "intromisión" y la "injerencia" en la política interior de ambos países tampoco son una novedad en las relaciones ruso-estadounidenses. El zar Aleksandr II intervino militarmente a favor de la Unión en la Guerra Civil de Estados Unidos.


Comentario: ¡Es una historia real!. Lea sobre ello aquí: De cómo Rusia salvó a Estados Unidos (de ser destruido por Gran Bretaña) durante la Guerra Civil (en inglés).


El presidente Woodrow Wilson envió tropas para luchar contra los Rojos en la Guerra Civil Rusa. La Internacional Comunista, fundada en Moscú en 1919, y sus organizaciones sucesoras financiaron a activistas estadounidenses, candidatos electorales, escuelas ideológicas y librerías pro soviéticas durante décadas en Estados Unidos. Con el apoyo de la administración Clinton, los asesores electorales estadounidenses se instalaron en Moscú para ayudar a amañar la reelección del presidente ruso Boris Yeltsin en 1996. Y ésa fue la mayor "intromisión", aparte de la "propaganda y desinformación" producida por ambas partes durante décadas, a menudo a través de una radio de onda corta prohibida. A menos que aparezca alguna evidencia concluyente, los medios sociales rusos y otras intromisiones en las elecciones presidenciales de 2016 fueron poco más que viejos hábitos en formatos modernos. (No es casualidad que en la historia del Times se sugiere que la inteligencia estadounidense había estado hackeando el Kremlin, o tratando de hacerlo, durante muchos años. Esto tampoco debería escandalizarnos).


Comentario: El pirateo de los sistemas rusos por parte de EE.UU. es común: Putin: "Rusia detuvo casi 25 millones de ciberataques durante la Copa del Mundo" (en inglés)


La verdadera novedad del "Russiagate" es la acusación de que un líder del Kremlin, Putin, dio personalmente órdenes de afectar el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses. En este sentido, los acusadores del "Russiagate" han producido aún menos pruebas, sólo suposiciones sin hechos ni mucha lógica. Dado que la narrativa del "Russiagate" está siendo desgastada por el tiempo y las investigaciones infructuosas, el "topo en el Kremlin" puede haber parecido una estratagema necesaria para impulsar la teoría de la conspiración, posiblemente hacia la destitución de Trump de su cargo por cualquier medio. Y de ahí la tentación de volver a utilizar el cuento del topo, ahora, cuando más investigaciones generan humo pero no una "pistola humeante" [evidencia contundente-NdT].

El pretexto de la historia del Times es que Putin está preparando un ataque a las próximas elecciones de noviembre, pero los otrora "vitales" y ahora silenciosos topos no están proporcionando los "datos cruciales". Incluso si la historia es completamente falsa, considere el daño que está causando. Las acusaciones rusas ya han deslegitimado una elección presidencial, y una presidencia, en la mente de muchos estadounidenses. La versión actualizada y ampliada del Times podría tener el mismo efecto en las elecciones congresionales y en el próximo Congreso. Si es así, hay un "ataque a la democracia estadounidense"; no por parte de Putin o Trump, sino por parte de quienquiera que haya apadrinado e inflado repetidamente el "Russiagate".

Como he argumentado anteriormente, las pruebas que existen apuntan a John Brennan y James Clapper, el jefe de la CIA del presidente Obama y el director de inteligencia nacional, respectivamente, a pesar de que la atención se haya centrado en el FBI. De hecho, la historia del Times nos recuerda lo importantes que han sido los protagonistas de la "inteligencia" en esta saga. Podría decirse que el "Russiagate" nos ha llevado a la peor crisis política estadounidense desde la Guerra Civil y a las relaciones con Rusia más peligrosas de la historia. Hasta que Brennan, Clapper y sus colaboradores más cercanos no testifiquen bajo juramento sobre los verdaderos orígenes del "Russiagate", estas crisis crecerán.

Sobre el autor

Stephen F. Cohen, profesor emérito de estudios rusos y política en la Universidad de Nueva York y Princeton y editor contribuyente de The Nation.

Stephen F. Cohen, profesor emérito de estudios rusos y política en la Universidad de Nueva York y Princeton, y John Batchelor continúan sus discusiones (generalmente) semanales sobre la nueva Guerra Fría ruso-estadounidense.