Esta semana es la semana de los Nobel. El premio más prestigioso del mundo, un espectáculo brutal que pone a todos los medios a hablar sobre algunos de los descubrimientos científicos más importantes del mundo. Durante una semana, las televisiones discuten sobre máquinas moleculares y los periódicos dedican páginas enteras a explicar qué diablos son las fases topológicas de la materia.

Prestigio, dinero, alfombras rojas: a medio camino entre la fanfarria y el reconocimiento, los Nobel se han vendido como una de las grandes herramientas para acercar la ciencia y a la sociedad. Pero eso, que pudo ser cierto en algún momento, puede que ya no lo sea.
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Al contrario, cada vez hay más expertos que consideran que el Nobel se ha convertido en una enorme carga para la ciencia y, de paso, para las sociedades contemporáneas. ¿Está el Nobel dinamitando la ciencia actual?

La historia de los Nobel es bien conocida. En 1888, un periódico francés dio a Alfred Nobel por muerto. En realidad, el que había muerto era su hermano, Ludvig, pero eso no impidió al periódico titular por todo lo alto: "El Doctor Alfred Nobel, que se hizo rico encontrando formas de matar personas más rápido que nunca antes, murió ayer". Claro, Nobel se quedó helado. Era alguien conocido, pero no popular. Nunca había sido el alma de la fiesta y, de hecho, era conocido por ser algo así como un ermitaño. La idea de que fuera recordado como un "mercader de la muerte" lo atormentaría durante años.

Y como consecuencia, puso en marcha una gigantesca campaña mitad filantropía, mitad lavado de imagen. El hecho de que una persona que había hecho fortuna inventando y comercializando la dinamita dedicara su dinero a crear un premio de la Paz era ya de por sí una noticia. Pese a la rumorología, los tres premios de ciencias se entregaron a las ciencias que estaban creando sensación en aquel momento (y estamos hablando de finales del XIX).

Desde entonces, y dotado con el equivalente a 20 años de un científico medio, el Nobel se convirtió en el Nobel. Lo explicaba Nick Stockton en Wired, todos los premios del mundo quieren ser el premio Nobel. El Turing, el Pritzker y el Vautrin Lud son, respectivamente, el Nobel de la informática, la arquitectura y la geografía. La medalla Fields y el premio Abel compiten mano a mano para ver quién puede reivindicarse como el nobel de las matemáticas.

La ciencia no se parece en nada a lo que era en 1901

Como decía, la química, la física y la medicina era las ciencias que partían la pana a finales del XIX. El resto eran un constante e incipiente meh: La geología no llegó a ser algo guay hasta 1915, cuando Wegener propuso la teoría de la deriva continental, y la psicología era una birria. En 1890, William James publicó Principios de Psicología, hacía un rato que Wundt había creado el primer laboratorio en Alemania y bueno, daba sus primeros pasos. Pero Pavlov, al que todo el mundo conoce por el condicionamiento clásico, ganó el Nobel por sus descubrimientos de la fisiología del estómago.

La biología tampoco era una ciencia demasiado potente: la síntesis entre evolución y genética no se haría hasta dos o tres décadas después; la ecología era aún un sueño que empezaba a tomar forma en algunos conservacionistas y la etología no tomaría forma hasta los años treinta. Pero, bueno, la biología tuvo suerte en que la "fisiología" entraba dentro del "Nobel de Medicina (o fisiología)". Es más, escoge una ciencia: la economía, la informática, las ciencias políticas, la climatología... Ninguna era en aquel momento lo que después ha sido.

Y claro, el Nobel tiene problemas para adaptarse a la ciencia actual. Hay científicos brillantes como el agrónomo Norman Borlaug, el padre de la revolución verde que ha salvado millones de vidas, que han tenido que ganar el Nobel de la Paz. De la Paz. Como explicaba Gabriel Popkin, exactamente lo mismo pasó con el IPCC, la institución que, pese a sus deslices y escándalos, más ha hecho por el cambio climático.

En 2009, diez ganadores del premio publicaron una carta abierta en la que pedían a la Fundación Nobel que reconociera nuevas disciplinas aunque fuera siguiendo el modelo que se escogió para el Nobel de Economía. La Fundación dijo que para qué. La carta abierta decía que, de no abrirse a la multitud de ciencias contemporáneas, el Nobel estaría comprometido. Y es tentador coincidir con ellos, pero las externalidades que originan los premios no se solucionarían tan fácilmente.

Un Nobel entra en una cafetería...

Porque los premios Nobel no solo fallan en incluir la totalidad de las ciencias actuales, sino también en representar la naturaleza de la investigación actual. Los descubrimientos de hoy en día rara vez pueden adjudicarse a una sola persona. Si no pudo reconocer a todos los descubridores de la penicilina en 1945 (Heatley se quedó fuera), ¿Cómo podría reconocer el descubrimiento de las Ondas Gravitacionales en el que han colaborado más de mil personas o el Proyecto del Genoma Humano cuyo principal artículo tiene más de 2900 autores?

Los premios, con su insistencia innecesaria en premiar figuras concretas, está desnaturalizando la verdadera esencia de la ciencia de hoy en día. Y, por otro lado, el Nobel se ha convertido en una forma de señalizar "jarrones chinos" e investir de autoridad a hombres que, por la naturaleza actual de la investigación, son superexpertos en temas muy concretos. Es hora de admitirlo, es una máquina de crear "argumentos de autoridad".

Algo que, en teoría, va contra todo lo que creemos que es la ciencia. ¿Qué más da que más de cien nobel escriban una carta diciendo que Greenpeace está cometiendo "crímenes contra la humanidad"? ¿O que treinta le expliquen a Trump el cambio climático? Es más, ¿qué más da que diez ganadores del Nobel le dijeran a la Fundación que concede los premios que había que actualizarlos? ¿Cuánto vale la opinión de un experto mundial en un campo que no es estrictamente de su especialidad?

La idealización desmesurada de estas figuras no sólo atenta contra la naturaleza profunda de la ciencia (que renuncia por principio a los argumentos de autoridad), sino que la pone en peligro porque los hace depositarios de su prestigio y, en último término, representantes de ella. No parece recomendable ceder el control del reconocimiento científico a una oscura comisión sueca que solo explica sus deliberaciones 50 años después de cada premio. Y nos guste o no, eso es exactamente lo que hacen los Nobel. Necesitamos mejores formas de conectar la ciencia y la sociedad.

Y las necesitamos pronto.