Me gustan las películas de superhéroes. Spielberg las llama westerns contemporáneos y Scorsese dice que se parecen más a parques temáticos que al séptimo arte. Creo que ambas descripciones son acertadas: en algún punto dentro de veinte años puedo verme explicándole a alguien más joven por qué nos encantaban los actores en mallones y las metáforas pobremente ejecutadas sobre la seguridad mundial en un mundo post 9/11. Son el entretenimiento banal que nadie con dos neuronas llamaría arte y eso está bien: sirven para hacer dinero y el arte definitivamente no se rentabiliza. Por eso no deja de fascinarme que estas películas presuman una valiente y subversiva declaración en su contenido. Es como ver a un loro entonando prístinamente el Ave María de Schubert.
aves de presa
Vi Birds of Prey (and the fantabulous emancipation of one Harley Quinn) este domingo (la película que en español se promociona como Aves de presa) y creo que salí un poco más cansada que empoderada. Fresco del éxito taquillero — y presuntamente crítico — de Joker, el universo extendido de DC Comics confía en esta entrega para acaparar las mentes y billeteras del público, y quizá, evaporar los sinsabores de Suicide Squad, Justice League y la infame Batman v. Superman. Tras una década marcada por el reconocimiento e inclusión de las mujeres, Birds of Prey viene a prologar la tendencia de Girl Power que en este 2020 prometen Wonder Woman: 1984 y Black Widow.

Las superheroínas del cine han tenido una carrera tan limitada como agitada, con menos momentos gloriosos (Wonder Woman) que penosos (Catwoman) o solo sosos (Captain Marvel). Pienso que la primera falla de estas películas es su insistencia para hacer una declaración sobre el género de sus protagonistas. Nunca he visto una película de Batman que pretenda debatir la masculinidad tóxica ni al Hombre Araña cuestionando si su atuendo es lo suficientemente empoderado. Supongo que los creadores detrás de las superheroínas tienen un compromiso silencioso con el feminismo tuitero: banal, venenoso y trágicamente irrelevante. Ninguna película manifiesta esa catástrofe como Birds of Prey.

Harley Quinn, la protagonista, tiene una especie de misión correctiva sobre su personaje. Como la sutileza está muerta, el personaje literalmente mira a la cámara y repite que es una mujer soltera buscando valerse por sí misma. El villano fracasa en su rol metafórico de patriarca-opresor y las epónimas heroínas no pasan de un par de líneas expositivas para situarse en su estereotipo. A pesar del claro esfuerzo por integrar un elenco étnica y sexualmente diverso, la caracterización toma un segundo plano ante la celebración de su protagonista, el personaje que claramente sigue vendiendo disfraces para fans con celulitis.

Cambiando la desnudez por más escenas de violencia caricaturesca, Birds of Prey construye apáticamente el equipo de empoderamiento que promete su título original. Quiere iniciar la conversación de sororidad, pero la limita a una conveniencia narrativa que finalmente deviene en la separación del grupo como antagonistas. Pasa el examen de Bechdel con intercambios sobre ratería y corsés.

Pero volvamos con un poco más de detalle a Harley Quinn, el centro de la publicidad y el concepto para esta película. El recuento de su historia de origen trata de reconciliar a la expareja codependiente del Guasón con una brillante y exitosa psiquiatra y una peligrosa criminal. Y por eso no sorprende que su falta de motivaciones claras se resuelva con meras coincidencias y no con la destreza y acción del personaje. La narrativa inmanente de Harley se suma a su reputación de loca, una etiqueta que esta película prefiere abrazar antes que revolucionar, acaso porque Joker ya fue una buena lección en los desaciertos del discurso en salud mental con payasos psicóticos. En esta ocasión la locura de Harley se traduce a constantes rupturas a la cuarta pared, chistes forzados y un intento de metacomentario que no aterriza en la subversión que pretende.

Al final del día, Birds of Prey reúne un par de horas con buenas escenas de acción y atuendos coquetos, y quizá habría sido mejor que se limitara a ese concepto y no a la malograda narrativa emancipadora que mercadea para las chicas adolescentes. Mientras se debate su éxito tembloroso en la taquilla internacional, la ironía cierra el círculo con el aplazamiento de su secuela, Gotham City Sirens. Supongo que la sororidad tuitera tampoco compra boletos.