Las elecciones presidenciales en Argentina dejaron a buena parte del mundo boquiabierto. Un hombre sin carrera dentro de la política y con unas posturas bastantes radicalizadas en términos ideológicos acaba de ser elegido presidente. El siguiente artículo es un intento de reflexionar acerca del reciente fenómeno y quizá, por qué no, encontrarle algo de sentido.
Javier Milei
© La NaciónEl nuevo presidente de los argentinos
Empecemos por la parte más tediosa para así poder ir rápido a la parte más interesante.

¿Quién es Milei?

Javier Milei es un economista argentino de 53 años que tomó notoriedad pública en la campaña política del año 2016 que concluyó con la llegada a la presidencia de Mauricio Macri. Desde entonces y de manera creciente su popularidad se ha incrementado a partir de su participación en foros públicos y programas periodísticos.

Pero fue en el año 2019 cuando el economista finalmente irrumpió en el escenario político del país al oficializar su afiliación al Partido Libertario y ser casi de inmediato nombrado presidente honorífico del movimiento.

Desde ese momento sus apariciones públicas se amplificaron y junto con éstas fueron creciendo las simpatías y adhesiones a su plataforma política por parte de un sector cada vez más importante de la población. Vale aclarar que la mayoría de las simpatías políticas captadas durante ese período provenían de ciudadanos que traían una pesada carga de frustración y enojo por el deterioro constante de sus condiciones de vida tras muchos años de gobiernos corruptos e incompetentes que invirtieron más tiempo y energía en consolidar su poder que en servir al pueblo.

De todo este período fueron especialmente decisivos los cuatro años de Mauricio Macri (2016-2020), quien no sólo no cumplió sus promesas sino que agravó la crisis que sufría el país, y los siguientes cuatro años de Alberto Fernández (2020 hasta la fecha) quien prometía encauzar al país y no hizo más que empeorar lo que de por sí ya era bastante malo.

En ese escenario de desazón, frustración y enojo aparece la figura de un Milei que destila cierto grado de autenticidad en su persona gracias a su carácter explosivo signado por malos modales, gritos e insultos a todo aquel que se oponía a su opinión y un particular modo de expresar sus ideas como verdades absolutas e incuestionables.

Muchos argentinos sintieron en aquel entonces que este sujeto los representaba, representaba su enojo y toda esa ira contenida que sentían en contra de una clase política mezquina e inoperante que estaba más ocupada de sus agendas personales que de traer prosperidad y desarrollo a su país.

Fue así que el capital político de Javier Milei creció al amparo de la ley de los anti-algo. Se ganó la simpatía de los anti-peronistas, de los anti-políticos e incluso de los anti-Estado, grupo conformado por todos aquellos que erróneamente identifican a la Institución del Estado y a los políticos como si fueran una misma cosa.

Y digo erróneamente porque, aunque quienes administran el Estado son los políticos, ambas cosas no son lo mismo. El Estado es una institución abstracta cuya benevolencia o maledicencia dependerá fundamentalmente de quienes estén a cargo de su administración, mientras que los políticos son sencillamente personas. Lamentablemente la mayoría de los que llegan a los espacios de mayor notoriedad son los más ambiciosos y moralmente discapacitados. En consecuencia malos políticos crean Estados fallidos, pero eso no significa que el Estado sea malo per se y que deba ser eliminado de la ecuación. En el siguiente apartado se entenderá mejor por qué traigo este tema a colación.

Las ideas que inspiran a Milei

Javier Milei se define a sí mismo en términos filosóficos como un anarcocapitalista y en términos prácticos o reales como un minarquista.

Lo primero es una filosofía política que considera al Estado algo así como un cáncer de la sociedad y que su razón de existir es la de coartar las libertades de los ciudadanos. Para los anarcocapitalistas el mundo ideal sería un mundo sin Estado donde todo se resolviera en el ámbito de la interacción privada a partir de acuerdos consensuados.

Lo segundo, la minarquía, es una visión moderada de lo anterior, donde los anarcocapitalistas admiten casi en rebeldía que debe existir una versión muy pequeña del Estado cuyas únicas funciones deben ser proporcionar a sus ciudadanos la policía, los militares y los tribunales, proteger a la ciudadanía de la agresión y el robo, y hacer cumplir las leyes de propiedad, es decir un Estado que en términos prácticos no participe del desarrollo de la sociedad ni se ocupe de garantizar otros derechos que no sean los de propiedad.

Es a partir de estas ideas que Milei construye su proyecto político para cambiar a la Argentina.


El pensamiento de Milei

Para entender cómo piensa Javier Milei vamos a explorar algunas de las ideas que expuso abiertamente en su raid mediático de los últimos años.

"La libertad avanza" es el nombre del partido político fundado por Milei. La elección del nombre no es casual. Para Milei el valor primario (casi el único diría) que debe defenderse hasta las últimas consecuencias es la libertad. ¿Quién podría estar en desacuerdo con esto? Supongo que nadie, pero el punto aquí es que no estamos prestando atención a la letra chica del contrato social que él nos invita a firmar.

La libertad sin duda es un valor fundamental en una sociedad saludable, pero no en un vacío abstracto donde no existen otros valores igual de importantes ni el contexto que otorga la realidad. La libertad debe ser defendida y predicada junto con la igualdad ante la ley y de oportunidades, la justicia, el respeto y reconocimiento de la dignidad de los demás, y también, por qué no, valores humanos como la solidaridad y la empatía. Es el desarrollo de todos estos valores en conjunto lo que ayuda a construir una sociedad sana y próspera.

¿Pero qué ocurre cuando la libertad es despojada de todo contexto? ¿Qué ocurre cuando se intenta implantar este ideal en la sociedad sin considerar la existencia de otros valores de igual importancia?

La libertad, tanto así como otros valores, son ideas vacías cuando se las priva de contexto. Piense por ejemplo en las ideas de Milei sobre la venta libre de órganos. Según su perspectiva, si yo quisiera vender un riñón, por qué el Estado debería prohibírmelo. ¿Suena razonable no? Al fin y al cabo es mi cuerpo, mi decisión. Ahora imagine esto mismo en un escenario real donde existe gente muy pobre que apenas puede alimentar a sus familias y gente muy rica que eventualmente padece una enfermedad que los lleva a poner su supervivencia en riesgo a menos que reciban un órgano de un donante. El mercado de órganos que se crearía a partir de esta situación sería uno perverso, donde sólo los ricos tendrían posibilidades de sobrevivir y los pobres estarían sentenciados a venderse a pedazos para subsistir.

Ni hablar si un pobre tiene la desgracia de enfermar y necesita un órgano para sobrevivir, estaría literalmente sentenciado a muerte por la imposibilidad de comprar uno. A esto agreguemos la posibilidad de que ante la demanda de órganos por parte de gente con menos recursos, se cree un mercado negro de órganos donde se los pueda conseguir más baratos a costa de que estos órganos sean obtenidos por redes criminales. ¿Parece una película distópica, no es cierto? Bueno, todo esto es perfectamente aceptable para un anarcocapitalista, el mercado junto a la ley de oferta y demanda deben marcar el curso de la sociedad. Si alguien no puede pagarse un órgano, pues que muera, en última instancia, dentro de la lógica de esta corriente filosófica, sería su culpa no haberse procurado los recursos necesarios para poder enfrentar esa adversidad.

¿Se entiende como una idea aparentemente virtuosa como la de libertad puede convertirse en un infierno de perversidad cuando se la lleva a extremos absurdos y se la priva de contexto?


Lo mismo ocurre con la venta de niños. Javier Milei cree (y esto lo dijo frente a las cámara haciendo la salvedad de que era una discusión filosófica y reconociendo que no era un debate para instalar en la Argentina en este momento) que no debería haber ningún inconveniente en legalizar la venta de niños, al fin y al cabo, según los anarcocapitalistas hoy en día el Estado tiene el monopolio de este "mercado" a través del sistema de adopciones.

Le aseguro que en el simulador mental que Milei tiene en su cabeza todo suena razonable: los niños son propiedad de los padres, entonces si dos adultos arreglan una transacción de común acuerdo, ¿por qué el Estado debería impedirlo? Los niños son simples bienes intercambiables, de hecho TODO es un bien intercambiable para un anarcocapitalista y TODO es legal en tanto haya un acuerdo entre partes.

Ahora saquemos esta idea del simulador mental de Milei y pongámosla en la realidad. ¿No sería posible (incluso muy probable) que pedófilos con un buen estatus económico comiencen a comprar niños para satisfacer sus oscuros y perversos deseos? Si no hay organismos fuera del ámbito mercantil que intervengan en el proceso no van a existir mecanismos para probar la idoneidad y buenas intenciones de los futuros padres y todo va a quedar bajo el "amparo" de la mano todopoderosa del mercado y los acuerdos libres entre partes.

¿Se alcanza a ver cómo un ideal virtuoso despojado de contexto nos conduce a situaciones enfermizas que cualquier ser humano decente encontraría repugnante?


¿Quiere más absurdos? Para Javier Milei Al Capone es un héroe, un objeto casi de adoración, un modelo a seguir, alguien a quien admira profundamente. ¿Por qué? Porque durante la ley seca en EEUU este "noble" sujeto vio una oportunidad de negocio y la aprovechó. ¡¡Todo un emprendedor el amigo Capone!! Oferta y demanda, eso es todo. Este criminal es el modelo de empresario que valora Milei. No importa si asesinó a más de 200 personas (eso se calcula) o que a cualquiera que quisiera ingresar a su nicho de negocio lo exterminara brutalmente a punta de ametralladora (me pregunto dónde quedó la librecompetencia).

De hecho, Milei cree que fue un héroe en sus tiempos porque desafió una política estatal abusiva (la ley seca) y salvó una gran cantidad de empleos al permitir que siguiera circulando el licor a pesar de las restricciones que, sin la intervención de este "hombre santo", hubieran causado desempleo y cierre de bodegas. Según Milei, Al Capone hizo uso de su libertad de operar en el mercado satisfaciendo una demanda y fue una víctima del malvado Estado que trató de arruinar su negocio. No importa si el mafioso extendió su negocio a las apuestas, la prostitución, los sobornos, los narcóticos, robos, negocios de "protección" y asesinatos a pedido, todo esto es irrelevante porque para Javier Milei sólo importa la libertad. Cómo todo esto afecta al tejido social es una minucia sin importancia para el economista argentino.


Podría seguir contándole sobre lo que Milei opina acerca de la legalización de las drogas y otros asuntos igualmente polémicos, pero estimo que a estas alturas ya se entiende el punto.

Desconexión de la realidad

Reflexionemos un poco. Las ideas o los ideales no pueden existir en un vacío sin contexto. Es la realidad objetiva lo que le da sentido y significado a las ideas, es el contexto el que determina si una idea es mala o es buena, en qué medida daña o beneficia. Cualquiera de nosotros podría afirmar que matar es malo. Ahora, si se trata de un criminal que está amenazando la vida de nuestro hijo pequeño, la legítima defensa justificaría llegar al extremo de matar y nadie podría decir que eso es malo.

Milei es incapaz de conectar las ideas con la realidad porque sencillamente no está conectado con la realidad y por ende tampoco con el resto del género humano. Él no parece sentir emociones como usted o como yo, de hecho parece incapaz de sentir empatía o de experimentar dolor tan sólo imaginando el sufrimiento ajeno. Esto puede desprenderse de todas y cada una de sus apariciones públicas.

Cada vez que uno ve hablar a Javier Milei es como si estuviera viendo una carcasa vacía parlanchina, una cosa que tiene forma humana pero carece de todo aquello que nos define como humanos. Parece tener la suficiente habilidad intelectual para construir silogismos y enlazarlos con cierta lógica, pero nada más. No se observan emociones humanas superiores como la empatía o la compasión. Por el contrario, sí se ve la erupción continua de emociones que uno podría llamar inferiores, viscerales, instintivas o primitivas: ira explosiva, miedo patológico, paranoia, desprecio y enojo descontrolado hacia quienes piensan distinto... En fin, todas aquellas emociones que un ser humano normal intentaría combatir dentro de sí, él las exterioriza sin timidez y hasta diría con cierto orgullo.

Tampoco es que se perciba una vocación de servicio o una intención genuina de mejorar la vida de todos los ciudadanos. Más bien lo que se deduce a partir de sus intervenciones es que es un sujeto patológicamente convencido de que tiene razón (no tiene dudas, no acepta otras opiniones) y dispuesto a llevar hasta las últimas consecuencias su "misión" de transportar su visión maquetizada de la realidad al mundo real.

Por otro lado, detrás de sus grandes ideas para cambiar la Argentina, parece destilarse todo el tiempo una suerte de sed de venganza, un enojo violento dirigido a un sector de la población que, desde su retorcido punto de vista, es responsable de arruinar el país por haber votado durante a años a sus rivales ideológicos. Da la sensación de que Milei piensa gobernar premiando a todos los que lo sigan y castigando severamente a todos los que no lo hagan.

En sus explosivos discursos jamás se le escuchó decir nada que denote un cierto entendimiento de la tragedia humana, mostrar un mínimo entendimiento sobre las complejas dinámicas sociales o dar algún indicio de comprender las inequidades e injusticias a las que son sometidas algunas personas. Nada de esto es parte de la ecuación que va a utilizar para gobernar.

La impresión que uno recibe todo el tiempo es que Javier Milei piensa pero no siente. Tiene la habilidad para construir argumentos aparentemente racionales, pero es incapaz de conectar emocionalmente con el aspecto humano de la política y de comprender cómo afecta a la sociedad llevar a la práctica ciertas ideas.

¡A mí que me importa lo que hagas con tu vida!

Un grupo de individuos, por ejemplo los habitantes de un país, integran una sociedad, pero una sociedad no puede definirse tan sólo como la suma de los individuos que la conforman. No es posible entender los efectos que un determinado evento o una determinada situación tendría en una sociedad simplemente observando los efectos que tendría sobre un sólo individuo.

Cuando las personas integran una sociedad cambian, se adaptan, asumen responsabilidades, respetan normas, emprenden acciones colectivas, practican ritos, se apegan a costumbres, establecen lazos de simpatía y antipatía con otros grupos o individuos,... En fin, los individuos en sociedad establecen vínculos que hasta cierto punto atan el destino de unos al de otros.

Todo esto conforma un complejo entramado de interacciones e influencias entre individuos del que no es posible zafarse a menos que uno, al mejor estilo Robinson Crusoe, se aísle completamente del grupo por un período muy pronunciado.

Es ingenuo pensar que lo que le suceda a unos individuos dentro de una sociedad no va a afectarle a otros. Las formas en que esto ocurre pueden ser muy evidentes o pueden ser extremadamente sutiles, pero la realidad es que todos y cada uno de los individuos dentro de un tejido social son de alguna manera afectados.

Las corrientes libertarias, especialmente las más radicalizadas como el anarcocapitalismo, no entienden esta premisa básica. En sus simulaciones mentales ellos imaginan a individuos o grupos de individuos actuando para moldear su destino sin que esto altere el destino del resto de la sociedad.

Es por eso que legalizar la venta de drogas resulta aceptable e incluso algo digno de fomentar para ellos. Si dos individuos se juntan, uno quiere vender y otro quiere comprar, ¿qué puede tener de malo que hagan negocios entre ellos? Seguramente el individuo que se droga va a deteriorar su salud y eventualmente incluso podría morir, pero por qué tendríamos que meternos nosotros en este asunto, al fin y al cabo fue su decisión.

Esta visión segmentada e individualista de las interacciones humanas parece muy razonable, pero creo que hay muchas preguntas que deberíamos responder antes de aceptar con tanta liviandad estas premisas.

¿Qué le ocurre a una sociedad que normaliza el hecho de que algunos sujetos se hagan muy ricos a costa del perjuicio de otros? ¿No se resquebrajarían acaso las bases morales y éticas de esa sociedad? Aceptar esto, ¿no abriría acaso las puertas para que se acepten y normalicen cosas aún más repudiables? ¿No es ingenuo pensar que nada de esto puede afectarnos? ¿Qué pasaría si un día un dealer estuviera en la puerta del colegio al que asiste su hijo vendiéndole legalmente drogas a él y a sus amigos?

Hay muchas preguntas más para hacernos al respecto, pero este ejercicio no tiene mayor relevancia para personas como Javier Milei. Lo único que importa para ellos es que los individuos actúen libremente sin que medien las "estériles" limitaciones del vil Estado.

¿Sinceridad o sincericidio?

Empecemos por decir que Milei no es un político, o en todo caso no lo era hasta que comenzó su carrera como tal a partir del 2019. El punto es que no es un político de carrera, uno de esos que ha pasado buena parte de su vida moviéndose en ese ámbito e incluso viviendo gracias a él.

Estamos acostumbrados a los políticos convencionales y la realidad es que los que ascienden a los estratos más altos de la política suelen ser (perdón por la generalización) bastante canallas. Ninguno de ellos titubearía a la hora de tener que decir una mentira o de esconder sus verdaderas intenciones y/o ambiciones. Suelen ser poco escrupulosos y no muy dados a la vocación de ser servidores públicos.

Ahora ¿por qué cree usted que estos sujetos le mienten al pueblo? Lo hacen porque en el fondo tienen la capacidad de distinguir entre lo que un ciudadano normal consideraría bueno o malo. Estos sujetos no están privados completamente de conciencia, algo, aunque sea residual, les permite tener un entendimiento básico del bien y el mal.

Dicho esto, debo decir que cuando escucho hablar a Milei veo sinceridad en sus palabras. Y entiendo que esto puede parecer un brisa de aire fresco en medio de tanto pantano, pero permítame explicarle por qué para mi esto a Javier Milei le resta mucho más de lo que le suma.

En condiciones normales, escuchar a un político hablar con sinceridad podría hacernos sentir que estamos ante la presencia de un hombre virtuoso. El problema es que en el caso particular de Milei su sinceridad es la cruda prueba de que estamos frente a una mente insana o desprovista de los más mínimos vestigios de consciencia.

Milei habla con toda soltura acerca de crear un mercado de órganos, de la viabilidad de crear uno también de niños, de legalizar la venta de drogas, de lo heroico que fue Al Capone, de cuánto progreso traería privatizar las calles (si, según dijo con entusiasmo, si usted quiere ir a visitar a su madre o ir al supermercado tendrá que trazar el mejor recorrido para que sea lo más económico posible), de que la alfabetización de los niños debería ser opcional, de que si un diabético insulinodependiente no puede procurarse su insulina pues mala suerte para él, etc, etc, y etc. Cuando dice todas estas cosas no tiene miedo a la condena pública o a ser visto como una bestia insensible, pero no porque sea muy valiente, sino porque es incapaz de entender que para un número importante de personas la mayoría de estas barbaridades son repudiables.

Es preocupante que este hombre no pueda distinguir entre el bien y el mal ni tampoco pueda diferenciar lo que el resto de las personas considera bueno y malo. Esto nos sugiere que estamos frente a una mente plana, vacía, sin esencia humana por decirlo de algún modo. Milei es, en mi humilde opinión, un paciente psiquiátrico, uno de esos que deberían estar aislados en un ala solitaria de un hospital porque es extremadamente peligroso.

¿Y cómo es que ganó las elecciones entonces?

Preocupa que un sujeto con serios problemas para conectar con el resto del género humano haya accedido a la presidencia del país, pero preocupa aún más que casi un 56% de los argentinos creyeran que este sujeto que se paseó el último año por todos los medios difundiendo sus ideas insanas, era mejor opción que su rival. Sí, ya sé, Sergio Massa, su oponente, es la típica cucaracha política, una muy mala opción, pero al menos está relativamente cuerdo y tiene un entendimiento básico de las líneas rojas que no puede cruzar sin que le estalle el país en la cara.

Para ser honesto apenas logro comprender lo que acaba de ocurrir. En mis pensamientos aún me debato entre diversas hipótesis y tengo varias ideas revoloteando. ¿Es este resultado simplemente una expresión de ira y decepción del pueblo argentino para con una clase política innoble y codiciosa? ¿Es lo ocurrido evidencia de que, después de años de alimentar la polarización social y la radicalización de posturas ideológicas, se cruzó el umbral de la racionalidad y buena parte de la sociedad pasó a actuar de un modo instintivo y visceral? ¿Qué ocurrió en la sociedad argentina para que buena parte de la población haya decidido pasar por alto todas y cada una de las señales de alarmas, ignorar las ideas malsanas, los arrebatos de locura, las manifestaciones de odio y el comportamiento abominable de Milei y creyera que a pesar de todo esto era buena idea sentarlo en el sillón presidencial y abrigar esperanzas de que le diera un próspero porvenir al país? ¿Es esta ceguera temporal o constituye un daño permanente?

En fin, tengo muchas preguntas y pocas respuestas por el momento. Supongo que el paso del tiempo y los acontecimientos ayudarán a responderlas.