Traducido por el equipo de SOTT.netCalin Georgescu se habría convertido ya en el nuevo presidente de Rumanía, hasta que su elección fue ilegalmente anulada por el Estado profundo occidental.
La democracia ha sido cancelada en Rumanía, y el Occidente libre está tan silencioso como una tumba. Hace 35 años, por estas fechas, partí hacia el este desde Berlín, lleno de miedo. Quería entrar en Rumanía, entonces una férrea tiranía comunista. Llegué a la capital, Bucarest, al anochecer de Nochebuena. Para entonces, la ciudad estaba sumida en una especie de locura.
Me advirtieron que tuviera cuidado con los francotiradores a la entrada de mi hotel, y zigzagueé ridículamente por la nieve con una maleta en una mano y una máquina de escribir en la otra. Nadie disparó, pero más tarde me refugié debajo de la cama mientras balas trazadoras rojas volaban junto a la ventana en la plaza exterior.
Era más o menos imposible enterarse de lo que ocurría, aunque los hospitales de la ciudad estaban llenos de heridos tristes, bajo una asistencia sanitaria comunista de tercera categoría. Fui porque habían corrido rumores de un grave descontento, que estalló el 21 de diciembre de 1989. El líder comunista del país, Nicolae Ceausescu, fue abucheado durante un discurso.
Este impensable acto de valentía por parte de los manifestantes desencadenó una avalancha que sólo tardó cuatro días en arrastrar al déspota a la muerte: un horrible tribunal «canguro» seguido de una supuesta «ejecución». A mí me pareció más bien un asesinato, cuando se emitió el día de Navidad en la televisión de Bucarest.
La reacción general de Europa y del mundo fue de alegría sin complicaciones, como siempre que caen regímenes malvados (véase ahora Siria).
Pero Rumanía no ha sido especialmente feliz desde entonces. La semana pasada me sorprendió saber que se habían cancelado las últimas elecciones presidenciales. Sí, han leído bien.
El Tribunal Supremo de Rumanía simplemente ha cancelado las elecciones, por el peligro de que gane la persona equivocada.
Comentario: No estamos tranquilos. Ni mucho menos. Estamos preocupados.
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