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En su planificación de "guerras futuras" el Pentágono extendió la privatización a más áreas de la ocupación militar, y las corporaciones militares privadas ya han comenzado a intercambiar información orientada a fusionar sus servicios en rubros determinados, a fin de competir con mayor posibilidad en el logro de próximos contratos. La trama de un negocio de US$ 100.000 millones al año en manos de los halcones y del lobby de poder que controla la Casa Blanca.
"Los perros de la guerra", fue una de las primeras novelas exitosas de
Frederick Forshyth. En el libro, un veterano mercenario es contratado por un magnate para que dirija un golpe de estado con un ejército privado en un remoto país de África, donde había fabulosas riquezas minerales.
Con el advenimiento de la "guerra contraterrorista" y de las invasiones militares "preventivas", los mercenarios reciclaron su negocio y se convirtieron en exitosos empresarios trasnacionales que brindan servicios de inteligencia y seguridad a los ejecutivos y empresas privadas que se benefician con el botín de la ocupación militar.Pero, a diferencia de sus hermanos del pasado, los perros de la guerra modernos tienen
su principal fuente de ganancia en los suculentos contratos que suscriben con el Pentágono invasor estadounidense en todas las aéreas de despliegue del las tropas norteamericanas.
Con el advenimiento del libre mercado, las privatizaciones y eldesmoronamiento de las estructuras de los estados nacionalesimpulsados por Washington, y montados en la "guerra contraterrorista", estos engendros comenzaron a sustituir eficazmente a la inteligencia y a los ejércitos cipayos en los países dependientes de Asia, África y América Latina, cuya expresión más acabada se da en Irak, Afganistán y Colombia.
En esas nuevas formas, el estereotipo del "perro de la guerra" -un sujeto de cara ruda y preparado
para ganar dinero en combate, identificado principalmente con las guerras africanas-
ha sido sustituido por empresas transnacionales que contratan a mercenarios (ex militares de ejércitos regulares y de fuerzas de elite) para realizar tareas de seguridad "antiterrorista", tanto para privados como para los propios Estados y sus fuerzas armadas.
"Se trata ahora de "contratistas", un término ambiguo, que identifica tanto a las empresas que contratan, como el antiguo mercenario, o individuo que va a la guerra por una paga", señalaba ya en 2006 a la cadena
BBC, Amanda Benavides, entonces presidenta del grupo de trabajo de la ONU sobre el uso de mercenarios y violación de los derechos humanos.
"Esto no hubiera sido posible en un mundo bipolar", afirmaba la representante de la ONU. "Es un problema que se ha venido agravando desde el fin de la Guerra Fría, cuando surgió la tendencia a la privatización de los servicios que antes prestaba el Estado".
En la actualidad la industria de los "ejércitos privados" es un fabuloso negocio capitalista que mueve más de US$ 100.000 millones al año y cuya órbita de decisiones se encuentra en el lobby de negocios que controla la Casa Blanca y el Pentágono.
Con las llamadas "guerras preventivas" iniciadas por los halcones tras el 11-S, no solamente se conquista militarmente sino que también se abren nuevos ciclos de expansión y ganancia capitalista en los nuevos mercados sometidos con el argumento de la "guerra contraterrorista".