Hay varios malentendidos y muchas ilusiones sobre los Brics. No contenan a todos. En las cadenas de televisiones españolas no existen, mientras que los medios alternativos se reparten entre los amigos acérrimos y los enemigos furibundos. No son lo que les gustaría a algunos. No son la III Internacional, ni el Pacto de Varsovia, ni el viejo Consejo de Ayuda Mutua Económica que agrupaba a los países del bloque socialista. Ni siquiera son una reedición del Movimiento de los No Alneados.
Los países asociados al grupo ni siquiera se oponen formalmente a las potencias occidentales. El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, ha explicado con sencillez la participación de su país:
la colaboración con ciertos países (China, Rusia) no nos impide mantener buenas relaciones con otros (Estados Unidos).
Son una válvula de escape frente a la presión asfixiante del orden internacional creado en 1945 bajo la batuta de Estados Unidos. Se diseñaron en 2009 para ser una alternativa a las instituciones creadas por las potencias imperialistas después de la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento India aún era una colonia y a China aún no había llegado la revolución que la pondría en el lugar que ocupa ahora en el mundo.
Las viejas potencias imperialistas han llevado el monopolismo a los mercados internacionales. Países como China y la India intentan romper esas barreras y encontrar alternativas a los organismos financieros mundiales, en particular el FMI y el Banco Mundial. Aquellas instituciones de la posguerra siempre estuvieron al servicio de sus creadores y su reforma ha sido imposible.
Los Brics pretenden lograr una mejor cooperación económica entre los países emergentes.