Cada día Ahmed Bakri tiene que bajar andando, garrafa en mano, los catorce pisos que separan su casa del punto de suministro de agua potable que el Ayuntamiento de Ciudad de Gaza ha dispuesto en su barrio. Vive en Sheij Raduán, cerca de la casa de la familia Al Dalou en la que el martes murieron, a consecuencia de un bombardeo israelí, la segunda esposa y un hijo del líder del brazo armado de Hamás, Mohamed Deif.
Desde el comienzo de la ofensiva, hace más de 45 días, el sistema de distribución de agua corriente de la Franja ha resultado gravemente dañado. Según datos de la Autoridad Palestina de Aguas (PWA), 17 kilómetros quedaron inservibles en todo el enclave costero y otros 29 sufrieron importantes daños. Además,
12 de las depuradoras del Gaza fueron destruidas,
por lo que las aguas residuales empiezan a filtrarse en el sistema de canalización de aguas y en los acuíferos subterráneos. "Ha habido algunos casos de filtraciones de aguas fecales en los pozos, así que preferimos hervir siempre el agua", explica Ahmed.
Los Bakri, como aquellos gazatíes que pueden permitírselo, beben agua embotellada, cocinan con agua distribuida por los camiones-cisterna previamente hervida y sólo la usan como tal para la higiene personal y la limpieza. En definitiva, son unos privilegiados. Medio millón de desplazados internos, que han abandonado las zonas más castigadas de la Franja (Beit Hanún, Beit Lehia y Rafah, y barrios como Shuyaiya y Juzaa) para refugiarse en escuelas públicas o de Naciones Unidas, apenas pueden lavarse, ducharse o mantener unos mínimos de higiene personal.
"Tenemos que guardar largas colas para tener algo del agua que llega en los camiones-cisterna", señala Fátima Wigdan, llegada de Beit Lehia a una escuela de la UNRWA en el campo de refugiados de Yabalia. "Si queremos ir al retrete o ducharnos tenemos que buscar a algún conocido o vecino de la zona que nos deje entrar en su casa, pues aquí las instalaciones están desbordadas", asegura esta gazatí que vive junto a otros 50 familiares en una de las aulas de poco más de 30 metros cuadrados del colegio. En las 83 escuelas-refugio que la ONU ha habilitado en toda la Franja viven casi 280.000 desplazados internos. Instalaciones que se han convertido en el caldo de cultivo ideal para la proliferación de piojos y enfermedades cutáneas como la sarna.
Comentario: Este es un claro ejemplo de que las epidemias no solamente son graves por el riesgo de salud en sí mismo, sino porque generan un montón de situaciones sociales desfavorables, desencadenando gran agitación social y por ende, la propensión a que las autoridades impongan medidas de fuerza para contenerla. No pinta nada bien considerando que tenemos, además, una propagación virósica de psicópatas que son muy capaces de aprovechar las circunstancias para su propio beneficio. Lo que nos protege es estar atentos y tener conocimiento acerca de como podemos contrarrestar tanto las posibilidades de enfermarnos, como de caer presos del pánico y víctimas de quienes puedan aprovecharse de la situación. Por eso recomendamos leer:
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