La verificación local confirma el estudio realizado hace un año en Alemania.

polen transgénico
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No hay duda. La presencia de polen transgénico en la miel chilena es una realidad y eso limita su mercado en la exigente Europa. Así lo señalan las conclusiones de una investigación realizada por el centro de genómica y bioinformática, y el laboratorio de biotecnología de la Universidad Mayor. El estudio fue encargado por el Centro de Emprendimiento Apícola de la universidad (Ceapi) y el Consorcio Apícola, la principal agrupación de productores.

Esto, a raíz de que el año pasado se detectó en 20 tambores del producto exportado a Alemania la presencia de trazas de polen transgénico.

Aunque las detecciones habían sido positivas fuera del país, entre los productores existía incertidumbre y dudas porque faltaba confirmar aquí la misma información.

"La tarea fue detectar si dentro de la miel había polen transgénico que podría derivar de algún organismo genéticamente modificado, es decir como lo que detectaron los alemanes", explica Víctor Polanco, responsable del estudio.

A partir de mieles provenientes de distintos apicultores de O'Higgins y Maule, el laboratorio recibió muestras ciegas (no se les informó de su origen o si estaban contaminadas) a las que se le hicieron dos tipos de análisis de detección de genes.

Resultados positivos

Los resultados fueron positivos. "En algunas mieles pudimos identificar la presencia de polen transgénico en cantidad suficiente para ser detectado por sistemas altamente sensibles como el que tenemos. Apreciamos que podía haber hasta 0,9 por ciento de contaminación e incluso superior", cuenta Polanco.

El trabajo alemán resultó correcto y abre el desafío de cómo enfrentar este escenario, cómo apoyar a los apicultores y manejar la información respecto de los transgénicos, que se cultivan desde Coquimbo al sur.

En un principio, la presencia del polen fue atribuida a la alimentación de las abejas con soya y no a que la abeja había salido a buscar cultivos a otros sectores. "Yo trabajé directamente con la miel y a ella le extraje el polen, y este venía modificado genéticamente", asegura Polanco.

Paulina Cáceres, gerenta del Consorcio, admite que hasta que en Europa se empezó a detectar miel contaminada aquí nadie tenía idea dónde estaban los semillales transgénicos (en Chile sólo está autorizada la producción de semillas), por lo que era poco probable que los apicultores supieran si estaban cerca de un cultivo transgénico o no.

"Nuestra visión es que debemos avanzar en una lógica de ordenamiento territorial junto con los que cultivan semillas transgénicas", señala.

Cuenta que tras una petición al SAG obtuvieron que 28 de las 32 empresas que cultivan esas semillas les informaran dónde estaban sus cultivos de las últimas cuatro temporadas. Al ver el mapa y su radio de influencia se superpone con la industria de la miel.

"El ideal sería establecer zonas de aptitud apícola. Con el SAG como mediador tal vez podríamos establecer con la industria semillera áreas libres de semillales transgénicos, de modo que pudiéramos coexistir", sostiene Paulina Cáceres.

Polanco ahora trabaja en un catastro detallado de la miel procedente de regiones con producción de transgénicos. Estará listo en enero.