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Cuando el ser humano inició la ambiciosa misión de dibujar el mapa del genoma humano, cuyo primer borrador presentó Bill Clinton en la Casa Blanca, en el ya lejano año 2000, franqueado por próceres científicos, las principales corrientes del pensamiento abogaban por una patente universal de estos descubrimientos. Se trataba de hacer un guiño al conocimiento libre.

El tiempo ha dado la razón a los que pensaban que era algo imposible. Con el transcurrir de los años la tendencia inicial se ha invertido completamente, generando airados debates y continuas polémicas en la comunidad científica. La más sonada: el monopolio de la firma Myriad Genetics sobre los genes BRCA1 y BRCA2 -relacionados con el cáncer de mama-, una situación que provocó el encarecimiento de los tests de diagnóstico de esta enfermedad en Estados Unidos.

La realidad es que el genoma humano se ha ido desmenuzando poco a poco en miles de patentes. Hasta tal punto que, según publica la revista Genome Medicine, más del 84% del mapa de nuestro ADN se encuentra a día de hoy patentado por distintas instituciones, tanto públicas como privadas.

Es cierto que mediante el tradicional sistema de patentes aplicado al genoma se ha fomentado, en muchos casos, la auténtica investigación en beneficio del conocimiento y del progreso sostenible, pero también han entrado en juego las crudas reglas del negocio. Y con ellas, una vieja conocida de las sociedades modernas: la especulación pura y dura. "Una patente también es un estímulo a la investigación".

"Ciertamente, estas cifras no me extrañan, y algunos genes han sido patentados varias veces, desde distintos puntos de vista. Hay que tener en cuenta que una patente es también un estímulo a la investigación. Se trata de premiar a aquél que invierte su ingenio para avanzar en el conocimiento, del que nos beneficiamos todos. Si todo fuera libre, no habría conocimiento", reflexiona el profesor de investigación del CSIC, Pere Puigdomenech, en conversación con Teknautas. "Aunque está claro que para el propietario de una determinada patente existe una ventaja económica", agrega.


No obstante, el investigador catalán alerta de un peligro. "Pero también existen discusiones muy claras. ¿Por ejemplo, quién tiene acceso a ciertos productos y a ciertos tratamientos cuando se están produciendo fármacos cada vez más caros, que no todo el mundo puede pagar? ¿Y qué tipo de investigaciones se impulsan, aquellas que resuelven los problemas de una minoría o de una mayoría?", se pregunta en voz alta Puigdomenech.

"¿Podemos patentar algo que ya está en la naturaleza?"

Para evitar equívocos, conviene matizar la cifra anterior -según la cual el 84% del genoma humano estaría patentado- con algunos apuntes. Cuando en 2005 la revista Science publicó un artículo similar, desvelando en aquella ocasión que el porcentaje patentado alcanzaba el 20% del genoma, muchos se echaron encima de la publicación por la inexactitud de ese dato. Reclamaban la diferenciación entre genes y secuencias genéticas.

Aunque es Estados Unidos las leyes son menos restrictivas en este sentido, y en Europa ya se está trabajando en una modificación de la legislación comunitaria, las patentes de genes humanos en sí mismos, a nivel natural, están prohibidas.

"Cualquier tipo de patente biotecnológica plantea problemas de definición. ¿Qué es invención? ¿Podemos patentar algo que ya está en la naturaleza? Por ejemplo: no se puede patentar la nariz, y si llevamos esa discusión hasta los genes, ¿podemos patentarlos, cuando forman parte del cuerpo?", argumenta el profesor Puigdomenech.

"No basta con aislar el gen, tiene que servir para algo"

En la actualidad, solamente las denominadas patentes de secuencias de genes están permitidas, y exclusivamente en el caso de que incorporen alguna novedad práctica.

Es decir, pueden ser patentados aquellos genes aislados de su ámbito natural mediante procedimientos científicos y sobre los que, además, se aplique algún conocimiento útil y novedoso. Por ejemplo, la utilización de esa secuencia genética para producir una proteína que pueda dar origen a un nuevo fármaco.


"Pero no basta simplemente con aislar el gen. Tiene que servir para algo, se tiene que demostrar que puede servir para algo", insiste el investigador del CSIC. "El conocimiento de los genes es libre, pero su aplicación no" A partir de ese punto es cuando entra el juego el negocio de las patentes, que en el caso de las secuencias genéticas obliga al pago de 'royalties' a cualquier agente que desee utilizarla o darle salida en el mercado, más allá del ámbito de la investigación.

"El conocimiento de los genes es libre, es su aplicación la que no lo es. Por ejemplo, en el caso de los genes de resistencia a enfermedades que se encuentran patentados, si alguien lo utiliza para algún tipo de aplicación tiene que pagar 'royalties'", apunta el profesor.

Donde podemos estar seguros de que no existen, de momento, intenciones de especulación -que hayan trascendido- es en el ámbito de la mejora genética del ser humano en los laboratorios, en la línea de argumentos distópicos como el de la novela Un mundo feliz. "La modificación genética germinal está prohibida", sentencia el investigador del CSIC.