mandela
Vergüenza y ofensa

Vergüenza ajena produce escuchar las alabanzas y la defensa de los Derechos Humanos en boca de un Presidente --Nobel de la Paz, para más escarnio-- cuando en su país, EEUU, y bajo su mandato, mantiene guerras y viola todos los derechos internacionales en numerosos países, países y conflictos que ni siquiera merece la pena citar porque ser de todos conocidos.

Vergüenza también escuchar las alabanzas de los locutores de radio Nacional de España aplaudiendo, sumándose de hecho, a la hipocresía exhibida y manifestada por Barack Obama cuyo país, que junto con Israel, encabeza la lista de los países que menos convenios internacionales han firmando o ratificado.

Y, más vergüenza todavía, cuando los locutores de la Radio Pública española se permitían sacar conclusiones tan sesgadas como cuando se referían a que las libertadas proclamadas allí por Barack Obama, delante de tantos mandatarios, se referían a algunos de los países en donde las libertades y los Derechos Humanos, y no recuerdo cuántas otras cosas más, no se respetaban, como en la Cuba de Raúl Castro allí presente. Se olvidaron de mencionar a Guantánamo, que sí está en Cuba.

¿Dónde estaban todos estos insignes mandatarios durante los 27 años de cárcel de Mandela y otros muchos más de apartheid?

¿Dónde están estos insignes mandatarios, ahora, cuando no solo se olvidan de condenar el apartheid de los palestinos, sino que apoyan, protegen y financian el apartheid y los crímenes de Israel?

Están, obviamente, al lado de los países de las petromonarquías, de los países paraísos fiscales, de los países nacidos de algún golpe militar (en el que sin duda, de algún modo, han participado), de los países en donde a la represión y la corrupción han convenido en llamarla democracia. Estos son los países en los que han elegido estar y están con lo que haga falta, ejército, mercenarios, sin reparar en medios, porque para esto sí hay dinero, sobra dinero.

Allí estaban también nuestros representantes. Uno, Don Felipe, nieto de hecho del dictador Franco, aquél que iba bajo palio y que se hacía llamar Generalísimo. Y, el otro, Rajoy, encubridor y, por ello, cómplice de la dictadura y del dictador.

Allí estaban ambos, estaban como casi todos, para alabar a la figura de Mandela sin que a ninguno de ellos se les cayera la cara de vergüenza.

Ofenden.

Para qué seguir.

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