Primar el respeto de los derechos humanos o primar el respeto a las inversiones empresariales es posiblemente una de las disyuntivas más radicales que las crisis abiertas a partir del 2008 mejor han ido definiendo. Y esta circunstancia queda en evidencia a poco que se repasen las sucesivas medidas que los gobiernos europeos han ido tomando en estos últimos años para enfrentar dichas crisis. Evidentemente, la respuesta se ha decantado, sin duda alguna,
en favor de las segundas. Y, posiblemente, esta situación es una de las más diáfanas definiciones del neoliberalismo hoy dominante en Europa.
Bien hagamos un repaso sencillo y rápido de las principales medidas del gobierno español de recortes de todo tipo de derechos en la era de la austeridad (desde los laborales, pasando por la conocida como Ley Mordaza y hasta aquellos que afectan directamente a los derechos de las mujeres); bien revisemos el comportamiento brutal de la UE ante los derechos más básicos a una vida digna del pueblo griego; bien hurguemos un poco en cómo se pretenden priorizar los intereses de las transnacionales en los términos de negociación del TTIP (Tratado de libre comercio) entre Estados Unidos y Europa, los derechos humanos salen arrinconados y
perjudicados de forma ostensible e innegable. Y todo ello, y mucho más, se constata también a través de la desaparición de estos derechos de las agendas políticas, económicas y sociales de la inmensa mayoría de las élites, siempre en beneficio de la primacía de los intereses de las inversiones empresariales, financieras, del comercio.
Hubo un tiempo, no tan lejano aunque a veces así lo podemos sentir, en que por lo menos sobre el papel y en las grandes declaraciones de la clase política tradicional el discurso de la defensa de los derechos humanos era una constante, especialmente en Europa. También términos como cooperación, solidaridad, justicia social primaban en dichas declaraciones. Eran los tiempos en los que este continente seguía presentándose ante el mundo como la cuna de estos derechos. Y directamente se ligaban al concepto de democracia y entonces los discursos se remontaban hasta la revolución francesa o, más allá aún, hasta la Grecia clásica (esa misma tierra a la que hoy se obliga a primar el pago de las deudas sobre la dignidad de las personas). Casi llegamos a creer que, efectivamente,
la preocupación por los derechos humanos era una realidad y una verdadera y sincera inquietud de la clase política.
Comentario: Es decir que EEUU tiene carta abierta a cualquier ocurrencia que se ajuste a su agenda, o a la de los sionistas.