Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez(Nota del editor). El siguiente artículo está recogido de la página web de
TomDispatch. La primera parte se trata de los comentarios del editor (Tom) al post enviado por una colaboradora habitual del medio (Rebbeca Solnit). La segunda parte es el post enviado por esta última.
En diciembre de 2001 murieron 110 de los 112 celebrantes de una boda gracias a un bombardero B-52 y dos B-1B que utilizaban armamento de precisión para, en esencia, barrer una aldea del este de Afganistán (y luego, en una segunda incursión, para llevarse por delante a los afganos que excavaban en los escombros). Aquí el incidente no llamó la atención de casi nadie. Al fin y al cabo, no se trataba de violencia «estadounidense», sino de un lamentable error. A nadie se le ocurrió proponer que la invasión de Afganistán debería cancelarse por ello, ni tampoco quedó desacreditada por aquella matanza masiva.Había sido un error. Igual que lo fueron aquellas otras bodas arrasadas por la fuerza aérea estadounidense en Iraq y Afganistán en los años posteriores. Como también los fueron los funerales y ritos de bautismo hechos pedazos en los años siguientes. Como lo han sido, más recientemente, los más de 60 niños a los que mataron los ataques de los aviones no tripulados de la CIA en los territorios fronterizos paquistaníes, en los funerales a los que alcanzaron esos mismos aviones no tripulados y en los ataques de menor relieve documentados hace poco -como el de diciembre de 2001- contra rescatadores que trataban de sacar a heridos de entre los escombros.
Nada de esto, por supuesto, recibe aquí atención significativa. Pese a las súplicas del presidente afgano Hamid Karzai, pocos proponen cancelar las operaciones aéreas de Estados Unidos y de la OTAN en aquel país por la violencia contra civiles. Hay pocos gritos de espanto por los ocho pastores afganos, todos ellos adolescentes y uno seguramente de nada mas que seis años de edad, a quienes asesinó un ataque aéreo de la OTAN en la provincia de Kapisa el otro día. No se publica ningún editorial importante, ni ningún reportaje de primera página en donde se pida que Estados Unidos y sus aliados corrijan sus violentos modos de actuación o cambien de política por todo esto que ocasionan. Sin duda, no es popular sugerir que esos actos desacreditarían la política exterior estadounidense.