La Ciencia del Espíritu
Más que sentir mariposas en el estómago, el amor que experimenta cada humano trasciende en una violenta reacción química que se genera en algunas regiones del cerebro, cuyas reacciones son motivadas por la adrenalina, dopamina y serotonina, las cuales son secretadas desde el hipotálamo.
De acuerdo con algunos estudios en medicina neurológica, el amor podría tener caducidad en el proceso químico que se genera, incluso sus efectos duran aproximadamente dos años, pero algunos especialista no comparten esta idea debido a que cada individuo actúa de manera diferente hacia el amor.
Según Natalia Aguillón Cabañas, médico especialista en neurología y egresada de la Universidad Autónoma de Nuevo León, el amor somete al cerebro en tres fases; la primera es la del "deseo", en donde se involucran dos hormonas sexuales: los estrógenos y la testosterona, estás secreciones determinan el placer y el gusto por la persona.
La especialista explicó que una vez concluida la fase del deseo, los estímulos químicos que produce el cerebro lo conllevan a la etapa de la "atracción o enamoramiento", en este período es cuando se producen los sentimientos, a través de las sustancias químicas que secreta el cerebro.
A dichas conclusiones llegó un estudio realizado por la Universidad de Illinois (Estados Unidos) y publicado en la revista Brain Research. Los autores especificaron que los chicos con un buen estado físico mostraron un hipocampo más grande.
Así lo ha demostrado un equipo de investigadores de la Universidad de La Coruña en un estudio que ha logrado desactivar la corteza del cerebro en gatos. "En los mamíferos, este área es el gran filtro de información entre el mundo exterior y el cerebro", explica Xurxo Mariño, uno de los autores del trabajo, publicado en PLoS ONE.
Durante su ponencia, dentro del acto organizado este miércoles por el Instituto Tomás Pascual para la Nutrición y la Salud, ha tratado de "desmitificar" que la especie humana sobresale por su inteligencia. "Siempre se destaca que somos la especie con más inteligencia, por tener el cerebro más grande, por solucionar problemas y, casi, predecir el futuro", sin embargo, a su juicio, una de las facetas más importantes del cerebro es la relacionada con la interacción social.
Por tanto, "si el ser humano se diferencia en algo de otras especies es en que estamos especializados en detectar el contenido de la mente de otras personas". Además, según afirma este experto en una entrevista a Europa Press, el cerebro tiene la capacidad de reproducir internamente los acontecimientos sociales, de manera similar a como si el propio individuo ejecutara no sólo su papel, sino el de aquellos con quienes se relaciona.
"Queda demostrado cuando constatamos las reacciones de nuestro cerebro ante las expresiones de los demás, ante lo que pueden estar pensando o ante sus intenciones", lo que significa que "la especie humana es muy sensible a lo que ocurre alrededor". Esta situación, indica, hace "vulnerable" también al ser humano, ya que, "al intentar captar los contenidos de las mentes de otras personas, los metemos en nuestra mente y eso nos influye".
Cuando el cerebro humano se desarrolla, las células nerviosas recién formadas se trasladan a diferentes regiones. Luego se conectan entre sí para formar los complejos circuitos y redes que son responsables de múltiples funciones. Si en ese proceso de migración algo falla, las consecuencias suelen ser devastadoras.
Un equipo de científicos del Instituto Scripps descubrió que una molécula llamada reelina es un factor clave para ese traslado hacia el neocórtex, la parte del cerebro responsable de funciones como el movimiento y el lenguaje. La investigación, encabezada por Ulrich Mueller, es publicada en la edición de hoy de la revista Neuron.
"Estos resultados son importantes para comprender los mecanismos por los que mutaciones en el gen de la reelina provocan defectos neurológicos en humanos", resumió a El País Isabel Martínez Garay, una de las autoras principales de la investigación, de la que también participó como autor principal Franco Santos.
Los investigadores, dirigidos por Peter Scheiffele, han descubierto que una proteína tradicionalmente asociada con el desarrollo óseo es responsable de la corrección de errores mientras que las neuronas conectan con los compañeros correctos en el cerebelo.
El cerebro es un conjunto complejo de redes neuronales en el que miles de diferentes tipos de neuronas establecen conexiones neuronales, llamadas sinapsis, con otras neuronas. Para establecer estas sinapsis, las neuronas envían axones de sus cuerpos celulares, que son extensiones similares a la fibra que se extienden hacia varias regiones del cerebro.
Cada neurona debe conectarse con neuronas compañeras particulares durante el desarrollo cerebral y es esta especificidad precisa la que permite que diferentes circuitos y diferentes regiones cerebrales tengan distintas funciones.
Ese vínculo tan cercano, descrito con profusión en la literatura, la música y el cine, se ha establecido con la ayuda de una tecnología que combina la óptica y la genética, según se detalla en la revista Nature.
David J. Anderson y Lin Dayu del Instituto de Tecnología de California primero expusieron a un ratón macho con otro del mismo sexo en una situación que podía desencadenar un comportamiento agresivo y después a uno de esos machos con una hembra en un encuentro sexual. Las neuronas del núcleo ventromedial del hipotálamo (NVM) se activaron en los encuentros con ambos sexos. El 40% de las neuronas NVM se activaron en el encuentro entre machos, pero solo la mitad de ellas permanecieron activas durante el ataque. Por el contrario, aproximadamente un tercio de las células estaban excitadas cuando hubo presencia femenina. Ese nivel se redujo en dos tercios cuando comenzó el apareamiento. La activación simultánea de algunas neuronas durante las primeras fases de los encuentros - agresión y relación sexual- indican que «ambos comportamientos están profundamente enraizados en la arquitectura básica del cerebro», explica en una editorial que acompaña el estudio, el neurólogo Clifford Saper de la Escuela de Medicina de Harvard.
Los padres australianos, Kate y David Ogg sorprendieron al mundo con su conmovedora historia de cómo resucitaron a su hijo declarado muerto por los médicos.
Los doctores le dieron a Kate la noticia más terrible que se le puede dar a una madre. Tras 20 minutos intentando salvar a su hijo, nacido prematuro con 27 semanas, le dijeron que no habían podido hacer nada por él, según publica el diario Daily Mail.
Kate, madre del pequeño Jaime recibió el cuerpo de su hijo para que se despida de él en privado.
Tras dos horas de caricias y palabras de amor de su madre, el bebé dio señales de vida y comenzó a moverse.
Científicos estadounidenses creen haber descubierto el código genético que hace que algunas personas sean sonámbulas.
Mediante el estudio de cuatro generaciones de una familia de sonámbulos, la doctora Christina Gurnett de la Universidad de Washington y sus colegas pudieron rastrear la falla en una sección del cromosoma 20.
Tener una sola copia del ADN defectuoso es suficiente para provocar el sonambulismo, dijeron los académicos a la revista Neurology.
Los investigadores tienen la esperanza de enfocarse en los genes implicados y poder encontrar nuevos tratamientos para curar esta condición, que afecta hasta el 10% de los niños y a uno de cada 50 adultos, señaló la corresponsal de asuntos médicos de la BBC, Michelle Roberts.
Muy a menudo, el sonambulismo es un problema benigno y es algo que será superado con la edad.
Muchos niños tendrán episodios en los que se levantarán de su sueño en un estado de trance y comenzarán a vagar.
El doctor Alon Chen, del Departamento de Neurobiología de este instituto, sabía que la respuesta al estrés comienza en el cerebro y que una proteína miembro de la familia del factor liberador de corticotropina (proteínas CRF) inicia la cadena de acontecimientos que se registra cuando una persona logra manejar el estrés.
Los científicos pensaban que otros miembros de esta familia estaban implicados también en disparar este mecanismo y la investigación de Chen es la primera que ha logrado probar que tres miembros de esta familia --conocidos como urocortina 1,2 y 3-- son responsables de 'apagar' esta respuesta frente al estrés.