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En el emblemático y enigmático cuento "El jardín de los senderos que se bifurcan", de Jorge Luis Borges, se dice que el astrólogo chino, Ts'ui Pen dedicó toda su vida a construir un laberinto, de alguna manera reproduciendo la estructura del tiempo. Dedicarle la vida a una sola tarea para algunas personas puede parecer absurdo, pero si esta tarea de alguna manera se convierte en un espejo del tiempo, entonces quizás esta tarea no sea distinta a la que realiza dios o el universo. Un laberinto es una de esas tareas.

Un hombre japonés pasó siete años de su vida dibujando un intrincado laberinto con la ayuda de una computadora. Después de acabarlo, el pergamino del laberinto fue doblado y guardado. Al parecer este hombre no mostró a nadie su obra. Recientemente, según revela el sitio Spoon and Tamago, su hija, que usa el seudónimo @Kya7y en Twitter, encontró el arduo laberinto revisando los papeles de su padre. Un hombre que, además de dibujar este laberinto, se dedica a limpiar una universidad pública en Japón. No hay duda que los vericuetos de la mente son un misterio.

El laberinto sugiere el engranaje interior de una máquina cósmica, como si el universo fuera un ser orgánico con una compleja red de comunicación y transporte de energía. Un mapa multidimensional, también, que muestra una interconexión entre múltiples capas; o un tejido donde las células son jardines. Una obra faraónica, artesanal, delirante, absurda y genial. En un universo infinito es posible que el laberinto dibujado por un bedel japonés sea la estructura de una ciudad o de un organismo viviente en otra línea de tiempo, al igual que el laberinto de Ts'ui Pen, en algún otro lugar, será seguramente un jardín infinito.
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