Más de 370.000 personas han huido en las últimas semanas a Bangladesh desde Myanmar (antigua Birmania), a causa de una operación de limpieza en el estado de Rakhine, al oeste del país, que ha desatado un espiral de violencia. El ejército birmano está tras la pista del grupo rebelde de origen rohingya conocido como El Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ARSA). Esta minoría musulmana llamada "intrusos bengalíes" vaga desde Malasia hasta Arabia Saudita y sobreviven entre el rechazo y la violencia. ¿Alberga este histórico conflicto la impronta extranjera?
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No tener país. No ser reconocido como ciudadano: sin movilidad y sin tierras. En todas partes ser forastero. Un limbo legal recae sobre una minoría musulmana que ha padecido un masivo desprecio, torturas y asesinatos. Los rohingyas, al igual que otras minorías étnicas, son quienes pagan 69 años de guerra civil: la más larga de la historia moderna. Desde la guerra civil birmana de 1948, que ha producido entre 100.000 y 200.00 muertes de combatientes pertenecientes a minorías civiles, alrededor de un millón de personas de estas minorías han sido desplazadas internamente, mientras que casi 500.000 personas han huido a los campos de refugiados desplegados en la frontera entre Tailandia y Myanmar.

En la inhumana situación de los rohingyas reina la confusión y detrás de ella, parecen estar los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido. Ambos, han invertido en la creación de frentes políticos dispuestos a brindar su apoyo a la política birmana y ganadora del Premio Nobel de la Paz en el año 1991, Aung San Suu Kyi. ¿Qué esconde su silencio?

Orígenes del conflicto

Los rohingyas es una etnia musulmana de las 135 que conforman Myanmar. Sus orígenes se localizan en la región fronteriza entre Bangladesh y Birmania (hoy Myanmar), donde se instalaron entre el siglo VII y VIII. Allí, comerciantes árabes musulmanes se establecieron en el estado de Arakán, hoy provincia de Rakhine.

La mayoría étnica dominante en Myanmar, conocida como Bamars o Burman y que profesa el budismo, se ha negado a compartir el poder con las minorías musulmanas. Su enemistad se remonta a siglos, cuando los Bamars, Mon-Khmer y Arakanese lucharon entre sí. Los británicos, durante su dominación (1885-1948) exacerbaron las tensiones al establecer dos regiones administrativas separadas, luego que la antigua Birmania se convirtiera en colonia británica: una para Bamars y otra para minorías.

Durante la Segunda Guerra Mundial, específicamente en 1942, los rohingyas combatieron a los budistas, con el apoyo del Reino Unido, mientras los segundos, recibían el respaldo japonés. El analista Robert K. Tan refiere que después de la independencia del imperio británico en el año 1948, el gobierno rompió el Acuerdo de Panglong, donde se aceptaba la autonomía en la administración interna de las zonas fronterizas y establecía la creación del estado kachin por parte de la Asamblea Constituyente. Acto seguido, el general del ejército Ne Win lideró un golpe en 1962 contra el gobierno civil de U Nu. Una vez en el poder, la junta militar privó a los grupos minoritarios de elementos para su subsistencia. Esta disposición generó que cientos de aldeas fueran destruidas y los sospechosos de prestar ayuda a los grupos minoritarios armados fueran asesinados.
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En el año 1982, la comunidad rohingya fue despojada de su ciudadanía en Myanmar: quedaron desprotegidos, sin servicios sociales como la educación, el empleo y la salud. La pobreza, la injusticia y la violencia obligó a los rohingyas a huir de Rakhine, el estado occidental de Myanmar donde reside la mayor parte de esta minoría desde hace muchas generaciones.

Más tarde, entre 1988 y 1992, tras la sublevación civil del 8 de agosto de 1988, se produjeron intensos combates y los musulmanes arakan huyeron de la violencia hacia Bangladesh. A partir del año 2011, el ejército birmano rompió un alto al fuego, iniciado hace 17 años con el grupo Kachin. Cuatro años después, la situación empujó a entre 7.000 y 25.000 mil rohingyas al mar, quienes buscaban escapar de las operaciones militares. El escritor argentino, Guadi Calvo refiere: "nunca se conocerá el número de muertos que dejó aquel desesperado peregrinaje en el mar de Andamán."

El cóctel explosivo: Oenegés y medios de comunicación

Suu Kyi y la Liga Nacional para la Democracia (NLD) -que triunfaron en las elecciones de noviembre de 2015- han recibido millones de dólares en ayuda estadounidense y británica. Con este financiamiento, de la manga de las revoluciones de colores, Myanmar tuvo su propia versión con la llamada "revolución del azafrán", en honor al color de las túnicas llevadas por los monjes que lideraron las protestas "democráticas" en el año 2007, los mismos personajes involucrados en las prácticas anti-rohingya.
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El investigador geopolítico, Tony Cartalucci advierte sobre una red de organizaciones no gubernamentales dedicadas a "socavar y sobrescribir las instituciones soberanas de Myanmar". En este sentido, un informe de 36 páginas, citado por Cartalucci, señala que "la Fundación Nacional para la Democracia (NED - véase el Apéndice 1, página 27) ha estado a la vanguardia de nuestros esfuerzos programáticos para promover la democracia y mejorar los derechos humanos en Birmania desde 1996. Estamos proporcionando 2.500.000 dólares en fondos del año fiscal 2003 de la asignación de Birmania en la Legislación sobre Operaciones Exteriores."

Donde hay financiamiento de las ONG rara vez se puede esperar algo bueno. Si a eso le sumamos una manipulada narración mediática, el resultado es mucho peor. Esto está ocurriendo en Myanmar.

Cartalucci documentó en el año 2011, Suu Kyi y las organizaciones que la apoyan, entre ellas sus frentes locales de propaganda como el New Era Journal, el Irrawaddy y la Voz Democrática, fueron financiados por la Fundación para la Democracia, presidida por neoconservadores, entre ellos, el Open Society Institute de George Soros y el Departamento de Estado de Estados Unidos.

Con esta clave se puede entender que la tergiversación de la realidad en Myanmar no es reciente. Associated Press (AP) en el año 2012 presentó una foto donde se observa a unos monjes a las afueras de la alcaldía de Yangon (Myanmar) y en cuya descripción se hace alusión a una manifestación contra la violencia: "los monjes budistas de Myanmar ofrecen oraciones el jueves durante una manifestación de más de 100 personas que protestan por la violencia reciente". Sin embargo, en la imagen apenas se vislumbra un cartel en el que se solicita:

1. Proteger al pueblo Rakhine de los peligros del extremismo islámico.

2. El ejército debe dejar de disparar a la gente étnica.

3. Arakanese no queremos vivir con Bengalíes extremos más.

4. El Sr. Presidente debe ser decisivo en la cuestión de Arakan.

5. Conducir a todos los bengalíes ilegales fuera de la Tierra de Myanmar.

6. Toda la población étnica de Myanmar debe estar unida.
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Por su parte, el International Crisis Group (ICG) cuya pantalla es ser un centro de estudios de polìtica exterior, aunque en realidad se dedica a la producción de narrativas mediáticas para medios estadounidenses y europeos. Como caso ilustrativo, el editor jefe de la revista New Atlas, Joseph Thomas, manifiesta que el Wall Street Journal en su artículo "La nueva insurgencia de Asia, el abuso de Birmania contra los musulmanes rohingyas crea una reacción violenta", ha reproducido la aparición de militantes rohingyas que se enfrentan al ejército birmano:
"Ahora esta política inmoral ha creado una violenta reacción violenta. La insurgencia musulmana más reciente del mundo enfrenta a los militantes rohingyas respaldados por Arabia Saudita contra las fuerzas de seguridad birmanas. A medida que las tropas del gobierno se vengan de los civiles, corren el riesgo de inspirar a más Rohingya a unirse a la lucha."
Advierte Thomas que:
"El Wall Street Journal y el ICG al parecer esperan que los lectores crean que Arabia Saudita apoya a los militantes armados en Myanmar simplemente para 'luchar' contra Aung San Suu Kyi, su gobierno y la brutalidad colectiva de sus seguidores contra los Rohingya."
Entonces, si se entiende la estrategia, Estados Unidos va a luchar contra el terrorismo financiado por él mismo y uno de sus aliados bélicos por excelencia: Arabia Saudita.

La excusa perfecta: terrorismo y/o crisis humanitaria

El Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ARSA) ha sido responsabilizado del ataque a las fuerzas de seguridad birmanas el 9 de octubre de 2016. Desde entonces el gobierno le ha asignado la etiqueta de "yihadistas" a este grupo. Sin considerar la persecución y los asesinatos por parte del ejército birmano, Aung San Suu Kyi y su séquito primero guardaron silencio y se hicieron la vista gorda en relación a la masacre de los rohingyas, ahora lo han roto.

Durante el recibimiento al primer ministro de la India, Narendra Modi -el mismo estado que pretende deportar a 40.000 rohingyas-, en el palacio presidencial de Naypidaw, el pasado 6 de septiembre de 2017, Aung San Suu Kyi denunció el terrorismo y en el comunicado conjunto se condena: "la violencia extremista en el Estado de Rakhine y especialmente la violencia contra las fuerzas de seguridad y las consecuencias para las vidas de los civiles."

En la actualidad, las desavenencias entre musulmanes y budistas tienen repercusiones regionales, tanto en materia de seguridad como económica. En este sentido, Chandra Muzaffar , presidenta del Movimiento Internacional por un Mundo Justo (JUST) revela que en la o Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) el 42% de la población es musulmana y el otro 40% es budista.

Sin embargo, más allá de lo religioso, -como siempre- priva el aspecto geopolítico y económico: el estado de Rakhine es un eje clave de la Nueva Ruta de la Seda China, debido a que conecta el puerto de Sittwe a la ciudad de Kunming en China.

Además, el citado investigador Cartalucci refiere que la violencia en este estado de Myanmar le ofrece la excusa perfecta a Estados Unidos para intervenir en la región, bien sea por la famosa y destructiva "lucha contra el terrorismo" o una "intervención humanitaria". Así utiliza la decadente hegemonía occidental la crisis de los rohingyas.

El asunto es que Irán -satanizado por Washington- ha salido al paso. El ayatolá Seyed Ali Jamenei ha exhortado a "aumentar las presiones políticas y económicas al Gobierno de Mynamar (Birmania), y denunciar los crímenes que comete (contra la minoría musulmana Rohingya) ante los círculos internacionales".