(España) - No ha de ser el espacio público sino las instituciones, incluso, la Generalitat, las que deben mostrar neutralidad porque, en teoría, representan a todos los ciudadanos. Pero no fue así.
Imagen de la ofrenda floral en el mosaico de Joan Miró de La Rambla de Barcelona el viernes.
© EFEImagen de la ofrenda floral en el mosaico de Joan Miró de La Rambla de Barcelona el viernes.
Hay debates estériles en democracia. El que proponen Cs y otros partidos sobre la neutralidad del espacio público es uno de ellos. En democracia, la libertad de expresión está por encima de esa neutralidad. Por ejemplo, poner una pancarta en contra del Rey en la Plaza Cataluña es libertad de expresión. Puede no gustar a buena parte de los catalanes, puede romper consensos de protocolo. Pero es libertad de expresión. En cambio, las instituciones, incluso la Generalitat, deben mostrar neutralidad porque, en teoría, representan a todos los ciudadanos. Y es esa neutralidad la que faltó ayer en Cataluña, que ofreció una imagen de sociedad rota, que ha perdido la perspectiva, la razón y el sentido del ridículo.

La sociedad catalana en general, en contra de lo que vendieron las televisiones catalanas y españolas, no estuvo a la altura. Muchos independentistas no se movilizaron porque solo se sale a la calle cuando hay que manifestarse por la independencia o cuando hay que tender una emboscada al Rey, como el año pasado. La cifra del 27 de agosto del año pasado fue de medio millón de asistentes, según el Ayuntamiento. Ayer no hubo 500.000 personas. Ni de lejos. Pero es que la Guardia Urbana ni se molestó en ofrecer una cifra de asistentes.

Con estos mimbres, la foto ayer fue la de una sociedad que no se gusta. Muy lejos del "un sol poble" que defienden Carles Puigdemont y Quim Torra. Los mismos que dicen que tras seis años de 'procés' no hay fractura social. Pero lo de ayer muestra lo contrario. Que hay tanta división que ni siquiera se pudo hacer un acto unitario. No hubo un acto. Hubo cuatro: una ofrenda floral para que las autoridades catalanas estuviesen cómodas sin el Rey, un acto central para desagraviar al Rey por no haberle invitado en un principio, una manifestación paralela para dar gusto a la CUP y a los CDR y una concentración final en la cárcel de Lledoners para que los presos no se sintieran traicionados por los signos de autonomismo que había dejado el día. Como si la próxima vez que los yihadistas ataquen Barcelona fuesen a preguntar antes por el credo político de las futuras víctimas.

Cataluña se desintegra como sociedad. Los independentistas de buena fue que acudieron ayer a Plaça Catalunya sin banderas se sintieron desplazados. El constitucionalismo que ayer hizo alarde de banderas y gritos, también estaba ofendido por la enorme pancarta, colgada de tapadillo por miembros de la ANC, como Adrià Alsina. Todo cutre, triste, como si los 16 muertos y los más de cien heridos fuesen una excusa para luego colocar las cuñas políticas de cada partido cuando se acercaba el micro de La Sexta.

Politiqueo de bajo nivel

Así que toda la jornada fue de politiquería de siempre, con paisaje de víctimas al fondo. Y hay que reconocer que Ada Colau, la misma alcaldesa que evitó invitar al Rey, ayer se esforzó por mantener la neutralidad institucional, tan necesaria y tan escasa en Cataluña. Llegaba tarde. Pero al menos lo intentó.

No fue el caso de Quim Torra. El presidente de la Generalitat venía de Cambrils, donde había homenajeado a las víctimas con un lazo amarillo gigante, como si los presos de Lledoners estuviesen en la cárcel por algo que tuviese que ver con los atentados de Las Ramblas. En el acto de homenaje la prioridad de Torra fue presentarle al Rey a Laura Masvidal, la mujer de Joaquim Forn. No eran las víctimas. Era la mujer del exconseller de Interior. Postureo puro ante sus votantes. Pero no; por mucho que quieran, Laura Masvidal, que seguro que lo está pasando mal pero por otros motivos, no es una víctima de los atentados de la Rambla.

Ya por la mañana, a primera hora, la neutralidad institucional tampoco se respetó en la radio pública. Catalunya Ràdio optó por entrevistar a la vez a Carles Puigdemont y a Quim Torra. Utilizando el recuerdo del atentado para legitimar una bicefalia en la Generalitat que no reconoce ni el Estatut, ni la Constitución... ni la realidad. Pero que el 'procés', que vive del discurso, necesita, precisa, de este tipo de cosas.

Se ha repetido el lema "No tinc por". Pero nada más falso. Todo el mundo tiene miedo. Y no sólo del yihadismo. Tiene miedo Torra, que asegura que "los catalanes no tienen Rey". Pero entonces por qué tiene que hacerse perdonar acudir al acto. Por qué, simplemente no acude. Tienen miedo los independentistas que se manifiestan con pancartas que alientan teorías conspirativas sobre el atentado sin prueba alguna. Tienen miedo los constitucionalistas que ayer tiñeron de banderas un acto que cayó en los mismos errores, pero del bando contrario, que se denunciaron el año pasado. Es lo que pasa con las sociedades fracturadas, que el miedo las devora por dentro, por mucho que afirmen lo contrario.

Banderías y vergüenza

Hay tanto pavor que en cada bandería no se respeta ni a los suyos. El mayor Josep Lluís Trapero pidió que no se utilizase su nombre. Lo mismo Forn. Pero al final el fuego amigo hizo lo que tuvo que hacer. Hasta los supuestos héroes han de pasar por la trituradora aunque sea en contra de su voluntad.

Justo antes de que arrancase el acto de Plaça Catalunya se vivió un momento de tensión entre asistentes con banderas españolas y público con lazo. Dos mujeres de más de cincuenta años se increpan. Se acusan una a otra de fascistas. Todo un poco patético y sin sensación alguna de riesgo real. Un 'mosso' las separa con desgana. Muy cerca, dos chicas jóvenes con aspecto de turistas se abrazan llorando. Dos víctimas o dos personas cercanas a las víctimas que nadie parece ver, más pendientes todos de la bronca. El cronista que esto firma se muere de vergüenza.