La semana pasada, Samantha Power, embajadora estadounidense ante las Naciones Unidas, desató una venenosa diatriba en la sesión de emergencia de la ONU que fue pedida por Rusia, a raíz de los ataques aéreos de la coalición liderada por Estados Unidos, en los que murieron unos 80 soldados sirios, en Deir ez-Zor, el sábado pasado.
Jason Ditz describió su actuación en AntiWar.com como
vilmente extraña y fea. Creo que él sólo rasca la superficie. En su actuación petulante y casi infantil, Power dejó al embajador ruso ante la ONU, Vitaly Churkin, quien estaba visiblemente afectado, para que enfrentara a los medios de comunicación, explicando que Power dijo que no estaba interesada en lo que él tenía que decir porque lo que tenía que decir era "un truco".
Churkin dijo: "Nunca he visto una demostración tan extraordinaria de la dureza estadounidense".
Además de ponerle la etiqueta de "truco" a la sesión de emergencia, Power dijo que Rusia estaba siendo grandilocuente, hipócrita y la acusó de matar a civiles y bombardear hospitales y campos de refugiados. El gobierno sirio tampoco se libró de su lengua ácida; ella lo acusó de utilizar rutinariamente armas químicas, bombardear deliberadamente a blancos civiles, impedir la entrega de suministros humanitarios, y de tortura brutal.
Antes de lanzarse a su completo ataque frontal contra Rusia y Siria, Power trató superficialmente el horrendo crimen del día, la masacre de 80 soldados sirios. Fue una bofetada en la cara de las familias sirias que han perdido a sus padres, esposos, hermanos e hijos, y del alto al fuego que ahora se cierne en vilo.