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No son especulativas, realmente, las sospechas de la Casa Blanca y de algunos expertos norteamericanos sobre el hecho de que el ataque realizado en Bengazi contra el embajador estadounidense en Libia, Chris Stevens, pudo ser una acción debidamente organizada y premeditada. Tampoco es casual que haya tenido lugar un 11 de septiembre, cuando miles de estadounidenses se encontraban todavía conmocionados por el triste recuerdo del ataque al World Trade Center.

Varias preguntas surgen al examinar este suceso:
¿Quiénes sabían que el embajador se trasladaría de Trípoli a Bengazi ese día y que existía una condición de vulnerabilidad a su alrededor?
Por la rapidez y eficacia del ataque, todo hace pensar que fue un comando altamente entrenado y no un grupo de iracundos yihadistas de Al Qaeda.

Para quienes conocimos la historia del Maine [1] y aún tenemos dudas sobre quiénes fueron realmente los autores de los atentados del 11 de septiembre de 2001, aquel fatídico día, no es nada absurdo ver a Chris Stevens como una pieza descartable para conseguir determinados objetivos, los que están relacionados con otra pregunta:
¿A quién beneficia realmente lo sucedido en Bengazi?
Tanto The New York Times, como el presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes en Washington, el legislador Mike Rogers, se inclinan por culpar a una de las ramas de Al Qaeda, conocida como las brigadas Omar Abdel Rahman. También vinculan este hecho con un llamamiento hecho por el jefe de al Qaeda, el egipcio Ayman al Zawahiri, para vengar la muerte, hace apenas tres meses, de Abu Yahya al-Libi, uno de los líderes libios de esta red terrorista.

Por los datos de inteligencia recabados hasta el momento, en el ataque participó una veintena de agresores, fuertemente equipados con lanzagranadas RPG-7, AK-47 y otras armas ligeras.

Lo cierto es que este hecho ha colocado a Obama en una situación frágil y comprometedora en un momento preelectoral y lo compulsa a tomar acciones, muchas de las cuales serán apresuradas, con el fin de no ver dañada su popularidad.

Tras el retiro del personal norteamericano de Bengazi, ya Obama ha tomado las primeras decisiones:

- Prometer justicia inmediata a los norteamericanos para vengar la muerte del embajador y tres de sus acompañantes, entre los que se encontraba Sean Smith, especialista de inteligencia.

- Enviar, de inmediato, a cerca de 200 marines hacia Libia con la finalidad de proteger a los intereses norteamericanos en esa nación. Sería, por supuesto, la primera intervención "oficial" de militares yanquis en ese país. Este paso representa una consolidación de los planes hegemonistas en ese nación y una nueva presencia militar activa en la región, la que puede aumentar de acuerdo a cómo se desenvuelvan los acontecimientos.

- Emplear aviones no tripulados, conocidos como drones, en Libia, so pretexto de localizar y neutralizar a los supuestos atacantes.

Lo cierto es que el ataque promovió el repudio internacional al mismo, siendo Cuba una de las primeras naciones en condenar enérgicamente este criminal atentado [2].

Por mi parte guardo recelos, sobre todo porque los supuestos actores de este crimen están íntimamente emparentados con los servicios de inteligencia occidentales y el Mossad, ya que fueron entrenados por ellos y armados descaradamente para propiciar la caída del gobierno de Gadafi.

El absurdo de presentar a la película Inocencia de los Musulmanes, en que se denigra a Mahoma, como causal del ataque es un burdo pretexto.

Tal vez Obama haya dado el visto bueno a esta acción encubierta o, simplemente, la ignoró. Lo cierto es que el resultado fortalecerá la presencia militar norteamericana en la región, cuestión que conviene a la ultraderecha guerrerista, y que Al Qaeda sigue siendo la mano oscura de EEUU para cada siniestra manipulación. No es la primera vez que Al Qaeda es la CIA, ni será la última.

Simplemente, EEUU sacrificó un peón para ganar su partida de ajedrez, aunque el presidente, los miembros del Congreso y su Secretaria de Estado, conocedores o no del plan, se muestren compungidos ante un mundo horrorizado, que repudia honestamente al terrorismo.