"Algo pasa en Vilcabamba. Algo que le permite a su gente vivir ciento diez, ciento veinte y hasta ciento cuarenta años. No sólo viven mucho. Viven mucho con una salud envidiable y sin prestarle atención a los consejos médicos. Los habitantes de Vilcabamba, una provincia pequeña y oculta en Ecuador, tienen inclinación por los excesos insalubres: fuman como escuerzos y beben como cosacos. Sin embargo, a la edad en que cualquiera de nosotros muestra signos de deterioro, ellos están listos para seguir otros cuarenta años más. ¿Cómo lo hacen?

Aunque los censos internacionales señalan que la mayor expectativa de vida se da en lugares como el Principado de Andorra, en Europa, o la isla de Okinawa, en Japón -sitios de alto nivel económico y estilo sosegado-, Vilcabamba les saca varias décadas de ventaja sin demasiado esfuerzo. Lo hace con una población que cuenta con pocos ingresos, malas condiciones sanitarias y trabajo duro de por vida. A pesar de eso, en el pueblo hay diez veces más centenarios que los que se puede encontrar en cualquier otro lugar. Es el misterio del valle." (Latam.msn.com)
Imagen
El chámico original (Datura Stramonium)
Zoila Ortega, una mujer de 77 años, se sienta -como todos los días- con una batea (recipiente) de nogal sobre sus piernas, en cuyo objeto mantiene viva una antigua tradición, pues en ella da forma al chamico, un cigarro con un aroma especial y una historia muy particular.

El chamico es una de las tradiciones que identifica a Vilcabamba, parroquia del cantón Loja, conocida a nivel mundial como el Valle de la Longevidad, en donde es fácil encontrar entre sus habitantes a hombres y mujeres centenarios que le atribuyen su salud al clima, la calidad del agua y sus hábitos, entre los que se incluye disfrutar de un chamico, cigarro tipo habano.

Esa costumbre, pese a estar amenazada por la industria tabacalera, aún se conserva y tiene un espacio muy importante en Vilcabamba, desde donde se distribuye a otros sectores de la provincia y el país.

Imagen
© La HoraPlacer. Agustino Pérez con su chamico.
Zoila Ortega recuerda que su padre, Segundo, sembraba tabaco y a manera de juego a sus 10 años comenzó a empapelar el tabaco.

Poco después, cuenta entre risas, que "los viciosos de aquí mismo" le pedían que lo haga en un papel especial para que ellos puedan fumar.

El juego se convirtió de pronto en un negocio que se mantiene vivo desde entonces con clientes en Zumba (Zamora Chinchipe), Cuenca, Loja y Cariamanga, cabecera cantonal de Calvas.

A su edad ella sigue envolviendo el chamico pero también cultivándolo, en lo que está buena parte de la calidad de su producto.

El esposo de Zoila, Agustino Pérez, explica que el tabaco lo siembran en almácigo para luego trasplantar las plantas cuando alcanzan 10 centímetros de altura; tras un cuidado de tres meses se corta la flor y se despica (corta) los brotes, asegurando así que la hoja conserve su esencia.

Procesamiento:

Las hojas maduras son retiradas de la planta en cuatro cortes. Para convertirlas en chamico primero se las chanca, las ensartan en cordones de cabuya dejándolas madurar por cuatro días. Luego pasa a la prensa, la picadora que no es más que una guillotina armada con un machete, se cierne y se procede a armar en papeles de 5 centímetros.
Imagen
Cultivo. Las plantas, cuando maduran, son cultivadas.
Imagen
Proceso. Cortes diminutos.
Imagen
Selección. Proceso meticuloso.
Imagen
Destreza. Hábiles manos envuelven las hojas.
Imagen
Empeño. Mantener la tradición.
Imagen
Conservación. Zoila Ortega permite mantener viva la elaboración del chamico.
"No hay secreto para eso" dice doña Zoila, para quien sólo se trata de la habilidad. El resultado de su labor es un paquete de 15 chamicos que se vende por 30 centavos de dólar, los que para disfrutar se los debe volver a enrollar y sellar "con saliva". Para José Pérez, habitante de Vilcabamba, no hay comparación entre el chamico y un cigarrillo común y corriente. Asegura que es más saludable, pues durante el cultivo de planta nunca se lo llega a fumigar, ni tampoco se le añade químicos ni otros componentes durante su elaboración.

Aunque han existido intentos para industrializar el chamico, la forma artesanal es la que ha perdurado al igual que su aroma particular, al que se han acostumbrado los longevos del sector y quienes han llegado hasta ese valle atraídos por su fama.