Si uno piensa en el Afganistán actual, lo primero que se le viene a la cabeza es la imagen de un Estado autocrático donde impera el fundamentalismo islámico y donde las mujeres carecen por completo de derechos y libertades. Sin embargo, entre los años 1978 y 1992 no fue así.
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En abril de 1978 se produjo la conocida como Revolución de Saur, una rebelión surgida de una serie de revueltas populares que en seguida adquirió un carácter socialista y marxista. Cuando el Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) tomó el poder, estableció un gobierno provisional presidido por Abdul Kadir entre el 27 y el 30 de abril que finalmente efectuó el traspaso el mando del país al que sería su primer presidente: Nur Muhammad Taraki.

El gobierno de Taraki estuvo marcado por una serie de profundas reformas que revolucionarían completamente el nuevo Afganistán. Se inició un exhaustivo programa de alfabetización para todas las franjas de edad de la sociedad en un país con más de un 90% de analfabetismo. Se eliminó la usura, se equipararon los derechos de los hombres y las mujeres, se nacionalizaron tierras e industrias y se prohibió el cultivo de opio.

Desde el minuto uno de la Revolución, y ante el descontento de muchos de los otrora terratenientes que vivían del cultivo de opio, todo fueron zancadillas, tanto internas como externas, para los sucesivos gobiernos de la nueva República Democrática de Afganistán. Estados Unidos y Pakistán acabarían por financiar en secreto a contingentes de islamistas rebeldes para que desplazaran del poder al gobierno afgano, que para más inri estaba en la órbita de la URSS y eso atentaba contra los intereses de Estados Unidos en la región.

Todo comenzó en septiembre de 1979, durante un viaje diplomático de Taraki a La Habana, es informado por Moscú de que un ministro suyo, Jafizulá Amín, había dado un golpe de Estado en Afganistán contra el gobierno legítimo. Taraki regresa a Afganistán para tomar el mando y es arrestado y asesinado por los partidarios de Amín. Amín, claramente inclinado hacia el bloque occidental, ejercía el poder de manera absoluta. Inmediatamente estalló una guerra civil en Afganistán. Por un lado estaba el bando del legítimo gobierno y por otro Amín y sus partidarios. Así las cosas, el Consejo Revolucionario (Parlamento de la República Democrática de Afganistán), tras no reconocer al gobierno de Amín, decidió pedir socorro a la Unión Soviética en virtud de lo acordado Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre la URSS y Afganistán, suscrito por Taraki y Breznev.
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El 24 de diciembre de 1979, la URSS interviene en Afganistán y da comienzo a la Operación Tormenta-333, que se saldaría con la ejecución del presidente golpista Jafizulá Amín. La intervención estuvo mal vista desde su inicio, incluso entre las propias tropas soviéticas.

Desde ese momento, Estados Unidos, junto a Pakistán, pusieron en marcha la Operación Ciclón, que consistía básicamente en financiar contingentes de militantes fundamentalistas islámicos (muyahidines) que entraban desde Pakistán con el objetivo de desestabilizar al país y expulsar al gobierno prosoviético de Afganistán. Entre estos muyahidines pronto comenzaría a destacar Osama Bin Laden, fundador de Al Qaeda.

El apoyo soviético al gobierno afgano cesó en 1989, cuando Gorbachov ordenó la retirada progresiva de las tropas, que finalizó el 15 de febrero de dicho año.

A menudo se suele etiquetar la intervención soviética en Afganistán como "el Vietnam de la URSS", dado el altísimo coste material y económico que supuso para el país del Kremlin. Esta campaña contribuyó a acentuar la crisis política que atravesaba la URSS y que desembocaría en su posterior desintegración. Conviene así mismo subrayar que, a pesar de la alianza evidente entre Afganistán y los soviéticos, el régimen socialista surgido tras la Revolución de Saur se desarrolló sin la ayuda de la URSS e incluso sobrevivió tres años tras su desaparición, al contrario de lo que aseguran otras versiones oficialistas.

Por otro lado, tras la retirada de la URSS, el gobierno de la República Democrática de Afganistán quedó completamente desprotegido ante los muyahidines y sus ayudantes en la sombra, Estados Unidos y Pakistán.

La guerra civil afgana se prolongaría hasta 1992, fecha en la que los rebeldes tomaron Kabul y asesinaron al presidente Muhammad Najibulá. Moría así uno de los Estados asiáticos más avanzados del momento. Durante los cuatro años siguientes, hasta 1996, en Afganistán se desencadenó una cruenta guerra entre las distintas facciones de muyahidines. La contienda finalizó con la victoria de los talibán, que instauraron una república islámica basada en la Sharia, acabando así con todas las reformas y adelantos de los gobiernos socialistas, haciendo retroceder el país prácticamente hacia el medievo y volviendo a introducir ingentes cantidades de opio en los mercados occidentales (prohibido por los anteriores gobiernos).