Escuché acerca de "El hombre en búsqueda de sentido" de Viktor Frankl a principios del 2011 durante una excelente clase de ética impartida en un curso de liderazgo ciudadano. Éramos pocos alumnos a los que el profesor nos planteaba pregunta tras pregunta sobre qué motiva al hombre a actuar una u otra forma ante una situación particular que le aqueja.

Al final de la clase se despidió de nosotros exhortándonos a ahondar en la extensa obra de Frankl, pero que sobre todo estudiáramos "El hombre en busca de sentido" para comprender la única libertad que ni los más cruentos tiranos le pueden arrebatar al hombre: la libertad espiritual.

Viktor Frankl
© Rebelle SocietyEl psiquiatra Viktor Frankl fundó la escuela psicológica de la logoterapia.
Desde que la leí esta obra, la recomiendo firmemente: Ha sido uno de los libros que más me ha creado la convicción de que la libertad es el camino para la realización humana.

Viktor Frankl fue un psiquiatra austriaco sobreviviente a los campos de exterminio nazi y fundador de la escuela psicológica logoterapia, centrada en el significado de la existencia humana, así como en los pasos que el hombre realiza para encontrar dicho sentido.

Frankl divide este libro en dos partes: al principio relata sus memorias como prisionero en los campos de concentración en Auschwitz y Dachau; en la segunda parte expone de manera corta la logoterapia.

En la primera parte Viktor expone sus conclusiones al analizar el comportamiento humano -tanto del prisionero como de los capos- durante las tres fases padecidas en los campos de concentración: los primeros días del internamiento, la fase de auténtica vida en el campo y la época posterior a la liberación.

Primera fase: saber que la única real posesión es la propia existencia
Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda.
Frankl comienza a narrar su impresión de los primeros días en un campo de concentración y cómo los prisioneros cambiaban su manera de pensar y quedaban en shock ante su situación.

También relata como esas personas sufrían aleatoriamente la muerte aún antes de pasar a ser formalmente prisioneros: eran despojados rápidamente de su identidad anterior hasta convertirse en un número más, hasta perdían toda ilusión de ser libres rápidamente y comprendían que lo único que poseían era su cuerpo y su existencia.

Segunda fase: apatía ante la muerte emocional
Asco, piedad y horror eran emociones que nuestro espectador no podía sentir ya. Los que sufrían, los enfermos, los agonizantes y los muertos eran cosas tan comunes para él que tras unas pocas semanas en el campo no le conmovían en absoluto.
Ante el dolor, la pérdida, y la anulación individual, los prisioneros eran arrancados de las sensaciones a las que estaban acostumbrados, y la maldad alrededor de ellos no los inmutaba más. Esa falta de sentimientos construía una autodefensa para sobrevivir, un necesario caparazón para soportar la existencia sin el mínimo de dignidad.

Los prisioneros regresaban a un estado primitivo que se manifestaba cuando soñaban con actividades diarias de su vida anterior, como el simple hecho de comer un pastel en contraste con su carencia de comida.

A pesar de crear una coraza que les permitiera huir a su interior y sobrevivir entre el mal, los prisioneros durante su captura en el campo a la vez discutían aireadamente la situación política en base a rumores sobre el estado de la guerra, y compartían fuertes convicciones religiosas. Muchos servicios religiosos se improvisaban en las barracas.

La intensificación de la vida interior del prisionero le provocaba una mayor apreciación de la belleza del arte y la naturaleza. Frankl fue testigo de este hecho cuando observó a dos prisioneros ver el resplandor del cielo en un charco de agua, y uno de ellos le comentó al otro: ¡qué bello podría ser el mundo!

Tercera fase, regreso a la libertad
Llegamos a los prados cubiertos de flores. Las contemplábamos y nos dábamos cuenta de que estaban allí, pero no despertaban en nosotros ningún sentimiento.
Al contrario de lo que se esperaba, los prisioneros al recuperar su libertad no se volvieron locos de alegría. Aunque se repetían entre ellos "¡somos libres!", esa palabra carecía de sentido para ellos. El cuerpo de los prisioneros se acostumbró primero a su libertad, más no su mente. Sentían un deseo absoluto de hablar de lo ocurrido. Muchos de ellos intentaban en este momento ser los opresores, por pequeñas que fueran las circunstancias.

Los prisioneros pensaban que ninguna felicidad en libertad les podría suplir los sufrimientos pasados, pero tampoco les fue fácil lidiar con la infelicidad de no encontrar a las personas o las cosas que añoraban de su vida pasada. La desilusión en libertad fue lo más difícil de sobreponer.

La libertad espiritual
Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino.
Frankl pretende enseñar a sus lectores que pueden ser libres a pesar de sus circunstancias, que aun su sufrimiento le puede dar sentido a su existencia. El sufrimiento y un entorno adverso no necesariamente tienen por qué ser unas cadenas.

Sin embargo, para ello hay que hacer una de las más difíciles pero necesarias luchas, y es enfrentarse a sí mismo y conocerse como un ser libre capaz de escoger cómo enfrentará espiritualmente a la vida. Esa no es una lucha fácil ni que se emprenderá solo una vez en la vida -la libertad espiritual se conquista todos los días.

No me gustan los libros de superación personal, ni mucho menos he pretendido que esta reseña haga parecer a "El hombre en busca de sentido" como uno de ellos, pero quiero recalcar que sí es un libro que ayuda a ver desde otra perspectivas las frustraciones existenciales, sin cursilerías, ni estableciendo que el universo conspira a favor de cada persona para concederle lo que anhela.

Este no es un libro fácil de digerir. En desgarradoras escenas en las que uno se pregunta cómo el hombre puede llegar tan bajo, Frankl también nos expone cómo en medio de tanta maldad y dolor, los prisioneros de los campos podrían apreciar la belleza de un atardecer, discutir acerca del sentido de existencia, aumentar su fe religiosa y tener hasta humor.

Si muchos de ellos buscaron cómo hacer que su dolor tuviera sentido, ¿por qué todos los que no hemos caminado por esa oscuridad no hemos de buscar el sentido a nuestra vida?