El futuro de las iglesias cristianas del continente depende de la capacidad de desarrollar un cristianismo africano auténtico, que se aleje de sus formas occidentalizadas.
En mayo de 2024, la Iglesia Metodista Unida (UMC) celebró su Conferencia General en Carolina del Norte (Estados Unidos), donde se aprobó una controvertida votación para poner fin a la prohibición de que el clero practicara abiertamente la homosexualidad. La conferencia se vio empañada por la polémica, ya que gran parte de los delegados africanos, conocidos por su oposición a esta inclusión, no pudieron obtener visados debido al retraso de las invitaciones, una situación sobre la que el clero africano había advertido con antelación.
Las congregaciones africanas, profundamente arraigadas en valores como la cohesión familiar y las enseñanzas de los primeros misioneros cristianos africanos, expresaron su firme oposición a la decisión. En respuesta, toda la rama de la UMC en Costa de Marfil, que representa a casi un millón de miembros, anunció su salida de la denominación, una medida que apenas recibió atención en los medios de comunicación estadounidenses de la UMC. Ahora, otras ramas africanas de la UMC (Sudáfrica, la República del Congo, la RDC, Zimbabue, Ghana y Nigeria) se plantean acciones similares, aunque las limitaciones financieras (ya que la mayor parte de la financiación procede de Estados Unidos) y las estructuras de poder de la UMC plantean importantes retos a sus posibles salidas.
El cristianismo en África es tan antiguo como la propia religión. Desde los primeros días de la fe, África ha desempeñado un papel fundamental en el desarrollo y la expansión del cristianismo. Sin embargo, hoy en día, muchos cristianos africanos se encuentran practicando una versión de la fe que está en gran medida divorciada de sus raíces históricas en el continente. Este cristianismo moderno y occidentalizado suele ir acompañado de una serie de valores, prácticas y estructuras de poder ajenos a la identidad espiritual y cultural de África. Ya es hora de que reconozcamos la importancia de desarrollar y apoyar un cristianismo auténticamente africano, enraizado en nuestra propia historia, valores y aspiraciones.
Raíces ancestrales del cristianismo en África
La idea de que el cristianismo es una importación occidental en África es una simplificación excesiva. En realidad, África tiene una larga y rica historia cristiana que se remonta al siglo I de nuestra era. Fue en la ciudad africana de Alejandría (Egipto) donde se estableció una de las comunidades cristianas más antiguas. A mediados del siglo III, Alejandría se había convertido en un importante centro del pensamiento y la teología cristianos, y produjo figuras influyentes como Clemente de Alejandría y Orígenes. Estos primeros cristianos africanos contribuyeron decisivamente a dar forma a las doctrinas y prácticas de la fe.
El reino de Axum, situado en la actual Etiopía, fue uno de los primeros estados del mundo en adoptar el cristianismo como religión oficial en el siglo IV, bajo el rey Ezana. La Iglesia Ortodoxa Tewahedo de Etiopía, cuyas raíces se remontan a este periodo, es una de las confesiones cristianas más antiguas del mundo. Esta forma africana de cristianismo se desarrolló independientemente de Roma y Constantinopla, incorporando tradiciones y prácticas locales a su culto.
Es significativo que el cristianismo ortodoxo africano original, sobre todo en Etiopía, lograra coexistir armoniosamente con las tradiciones espirituales africanas autóctonas y con el islam (nos referimos aquí a la fe cristiana original en África, no específicamente a ninguna de las organizaciones eclesiásticas modernas o históricas que tienen variaciones de «ortodoxa africana» en sus nombres). La Iglesia etíope se desarrolló en un contexto en el que podía integrar y respetar las costumbres locales, en lugar de tratar de erradicarlas. Esta síntesis permitió una expresión única del cristianismo que abrazaba elementos de la cultura africana al tiempo que fomentaba la coexistencia pacífica con el islam, como demuestra la larga historia de armonía cristiano-musulmana de Etiopía.
La resistencia histórica de la Iglesia etíope quedó dramáticamente demostrada durante el siglo XVI, cuando el Imperio etíope, bajo el emperador Gelawdewos, rechazó con éxito los intentos de los jesuitas portugueses de convertir a la población al catolicismo romano. La misión jesuita, que pretendía imponer doctrinas y prácticas cristianas occidentales, fue rechazada en última instancia por el clero y la nobleza etíopes, empeñados en mantener su antigua fe. Esta resistencia a la influencia religiosa extranjera estaba arraigada en un profundo sentido de identidad espiritual y cultural, que ha sido un sello distintivo del cristianismo etíope.
En el norte de África, la Iglesia produjo grandes pensadores como Tertuliano, Cipriano y Agustín de Hipona. Agustín, en particular, es uno de los teólogos más influyentes de la historia cristiana. Nacido en lo que hoy es Argelia, sus obras como «Confesiones» y «La Ciudad de Dios» siguen siendo estudiadas en todo el mundo, demostrando que los cristianos africanos no eran meros receptores de la fe, sino forjadores de ella. La célebre reflexión de Agustín, «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que encuentre su reposo en ti», capta la profunda resonancia espiritual del cristianismo africano con la búsqueda de sentido y conexión divina, una búsqueda que es tan relevante hoy como lo fue en su época.
La lucha por la independencia
Durante siglos, el cristianismo africano estuvo profundamente vinculado al tejido cultural y espiritual del continente. Proporcionó un marco para entender el mundo, abordar los problemas sociales y conectar con lo divino de una manera que resonaba con los valores africanos. Todo esto empezó a cambiar con la llegada del colonialismo europeo en el siglo XIX.
La conquista de África a finales del siglo XIX no fue sólo una carrera por la tierra, sino también una conquista cultural. Los misioneros europeos llegaron con una versión del cristianismo inextricablemente ligada a los valores, normas y estructuras de poder europeos. Estos misioneros a menudo desestimaron las prácticas y tradiciones religiosas africanas por considerarlas paganas o atrasadas y, en su lugar, impusieron una forma occidentalizada de cristianismo que se alineaba con los intereses coloniales.
Este cristianismo occidental se convirtió en una herramienta de dominación colonial, utilizada para justificar la subyugación de los pueblos africanos y la explotación de sus recursos. Los colonizadores promovieron la idea de que las sociedades africanas eran intrínsecamente inferiores y necesitaban la orientación europea, tanto espiritual como política. Esta narrativa se vio reforzada por las escuelas misioneras, que enseñaban a los niños africanos que sus culturas indígenas eran primitivas y pecaminosas.
Un ejemplo notable de esta dinámica se produjo en el Estado Libre del Congo (1885-1908, actual RDC), donde el rey belga Leopoldo II estableció un régimen brutal con el pretexto de difundir el cristianismo. Los misioneros que acompañaban a las fuerzas belgas fueron a menudo cómplices de la explotación y deshumanización de la población local. En respuesta, surgieron líderes religiosos africanos como Simon Kimbangu (1887-1951), que promovían una forma de cristianismo que rechazaba la opresión colonial y abrazaba la identidad africana. Kimbangu fundó la Iglesia Kimbanguista en 1921, mezclando las enseñanzas cristianas con las creencias africanas y pidiendo el fin del dominio colonial.
El kimbanguismo se extendió rápidamente, a pesar de la feroz oposición de las autoridades coloniales belgas, demostrando el poderoso atractivo de un cristianismo africanizado que hablaba del anhelo de libertad y dignidad del pueblo. Como proclamó el propio Kimbangu:
«Dios ha elegido África como tierra de Su revelación; no debemos permitir que nadie nos imponga su interpretación».Del mismo modo, en Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano (CNA) estuvo muy influido por líderes cristianos como Isaiah Shembe, fundador de la Iglesia Bautista de Nazaret a principios del siglo XX. Las enseñanzas de Shembe, que combinaban la doctrina cristiana con las tradiciones zulúes, proporcionaron una base espiritual para la lucha contra el apartheid. Su iglesia se convirtió en un centro de resistencia, donde la cultura africana y el cristianismo se celebraban juntos como fuente de fuerza contra la opresión colonial.
«Nosotros teníamos la Biblia y ellos tenían la tierra»
A pesar de la rica historia del cristianismo africano, la versión de la fe que domina hoy gran parte del continente está fuertemente occidentalizada. Esto es especialmente evidente en el auge de los movimientos pentecostales y evangélicos, que a menudo hacen hincapié en la teología de la prosperidad, el individualismo y la riqueza material. Estos movimientos, a menudo financiados y apoyados por iglesias occidentales, han ganado muchos seguidores en África en las últimas décadas.
Aunque estas formas occidentalizadas de cristianismo han atraído a un gran número de adeptos, también han sido criticadas por promover valores contrarios a las tradiciones comunitarias africanas. El énfasis en el éxito individual y la acumulación de riqueza puede socavar los lazos comunitarios que tradicionalmente han mantenido unidas a las sociedades africanas. Además, el evangelio de la prosperidad conduce a menudo a la explotación de los pobres, ya que se anima a los fieles a dar dinero a sus iglesias con la esperanza de recibir a cambio bendiciones económicas.
Desde el punto de vista político, el cristianismo occidentalizado también puede servir para perpetuar las estructuras de poder neocoloniales. Muchas de estas iglesias predican un mensaje de sumisión a la autoridad y desalientan el activismo político, lo que puede tener el efecto de mantener el statu quo. Esto es especialmente preocupante en países en los que están en el poder regímenes corruptos y autoritarios apoyados por Occidente, ya que puede sofocar los esfuerzos de quienes tratan de lograr un cambio positivo. Es famosa la advertencia del teólogo sudafricano Desmond Tutu:
«Cuando los misioneros llegaron a África, ellos tenían la Biblia y nosotros la tierra. Dijeron: 'Recemos'. Nosotros cerramos los ojos. Cuando los abrimos, teníamos la Biblia y ellos tenían la tierra».Desde el punto de vista económico, el dominio del cristianismo occidentalizado en África puede tener consecuencias importantes. La importación de prácticas religiosas occidentales suele ir acompañada de la correspondiente importación de bienes, servicios e ideologías occidentales. Esto puede llevar a una situación en la que las iglesias africanas dependan en gran medida de la ayuda y la financiación extranjeras, lo que puede socavar su independencia y hacerlas más susceptibles a la influencia externa.
Además, el auge del cristianismo occidental ha coincidido con un cambio cultural más amplio en Occidente, donde la iglesia se ha alineado cada vez más con la política de identidad, a menudo a expensas de su enfoque tradicional en la cohesión, la tradición y su compromiso fundacional con la justicia social y económica. Este cambio ha conducido a la fragmentación de las iglesias occidentales, donde las lealtades políticas y culturales suelen primar sobre la llamada cristiana universal al amor, la unidad y el servicio.
El énfasis en la política de la identidad ha dividido a las comunidades en grupos de interés que compiten entre sí, diluyendo el papel de la Iglesia como fuerza unificadora y guía moral. Como resultado, la voz profética de la Iglesia en cuestiones como la pobreza, la desigualdad y la búsqueda de la paz se ha debilitado, reduciendo el cristianismo a una plataforma más de expresión política.
Un «frente espiritual unido»
El desarrollo de una «teología de la liberación» africana presenta una gran oportunidad para crear un marco teológico que se resista a ser cooptado por el colonialismo cultural occidental y que hable directamente de las realidades sociales, económicas y políticas únicas del continente africano. Al igual que las variantes latinoamericanas de la teología de la liberación de la década de 1960, una teología africana de la liberación se basaría en el rico patrimonio espiritual y el contexto cultural propios del continente.
Un precedente histórico de esto puede verse en la obra del teólogo keniata John Mbiti, que en las décadas de 1960 y 1970 abogó por una teología africana profundamente enraizada en el patrimonio cultural del continente. La obra de Mbiti cuestionaba el predominio de los marcos teológicos occidentales y subrayaba la necesidad de que los cristianos africanos desarrollaran sus propias perspectivas teológicas que resonaran con sus experiencias vividas.
Además, el cristianismo africano comparte profundas afinidades espirituales y morales con el cristianismo oriental, incluida la Iglesia Ortodoxa Rusa. Ambas tradiciones hacen hincapié en los aspectos comunitarios de la fe, la importancia de la humildad espiritual y un profundo sentido de reverencia por la tradición y lo sagrado. Estos valores contrastan con el individualismo, el materialismo y la espiritualidad consumista que caracterizan a muchas formas occidentalizadas de cristianismo.
Esta herencia espiritual compartida proporciona una base sólida para la colaboración entre las iglesias africanas y ortodoxas orientales en la construcción de un «Frente Espiritual Unido» contra la invasión de formas neocolonialistas de cristianismo. Trabajando juntas, estas iglesias pueden resistirse a la homogeneización de las prácticas y valores cristianos, afirmando en su lugar una visión de la fe enraizada en las diversas culturas y tradiciones de sus respectivas regiones.
«El Góspel en África no es algo nuevo»
Para avanzar, es esencial que los cristianos africanos recuperen su herencia espiritual y desarrollen una forma de cristianismo que sea verdaderamente africana. Esto significa un rechazo consciente de las estructuras de fe impuestas por Occidente, al tiempo que se reinterpretan y adaptan las enseñanzas cristianas de forma que se ajusten a los valores, las tradiciones y las aspiraciones africanas.
Una forma de hacerlo es adoptando las ricas tradiciones litúrgicas y teológicas de las antiguas iglesias africanas, como la Iglesia Ortodoxa Tewahedo de Etiopía y la Iglesia Ortodoxa Copta de Egipto. Estas iglesias han mantenido su independencia y sus peculiaridades culturales durante siglos, ofreciendo un modelo de cómo puede practicarse el cristianismo de una forma enraizada en la cultura africana.
Otro enfoque consiste en apoyar el crecimiento de movimientos cristianos africanos autóctonos que combinen la espiritualidad tradicional africana con las enseñanzas cristianas. Estos movimientos ya han demostrado su capacidad para resonar entre los creyentes africanos y abordar los retos sociales, políticos y económicos específicos a los que se enfrenta el continente. Como dijo en una ocasión Kwame Bediako, un reputado teólogo ghanés,
«El Góspel en África no es algo nuevo. Ha sido conocido, experimentado y vivido durante siglos. Nuestra tarea es recuperar y reinterpretar esta herencia africana de manera que hable de nuestras realidades actuales».Además, hay que animar a los cristianos africanos a comprometerse con su fe de forma crítica e intelectual, inspirándose en la rica tradición de pensamiento cristiano africano de figuras como John Chilembwe (1871-1915) y Julius Nyerere (1922-1999), que desarrollaron una teología africana de la liberación y la justicia. De este modo, pueden desarrollar una teología que hable de las realidades de la vida africana y proporcione un marco para abordar los problemas más acuciantes del continente.
El futuro del cristianismo en África depende de nuestra capacidad para reivindicar y desarrollar un auténtico cristianismo africano. Esto requiere un esfuerzo consciente para alejarnos de las formas occidentalizadas de la fe que se nos han impuesto y redescubrir el rico patrimonio espiritual que existe en este continente desde hace casi dos milenios. Como observó en una ocasión el teólogo nigeriano Lamin Sanneh:
«El cristianismo en África está en su mejor momento cuando es más auténticamente africano. Es entonces cuando habla con más fuerza a la condición humana».
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