Traducido por el equipo de SOTT.net
« Sobre Pensar por Sí Mismo » ("Selbstdenken")
Esta es una traducción desde cero del breve ensayo de Schopenhauer, «Sobre el pensar por uno mismo» («Selbstdenken»).1 ¿Por qué? Porque las traducciones que conozco me han parecido insatisfactorias y porque pensé que podría ser divertido.

El objetivo fue transmitir parte del estilo crudo de Schopenhauer siendo un poco más literal en algunos lugares, al tiempo que intentaba preservar mejor su ingenio para los lectores modernos. Evidentemente, no hay aquí concesión alguna a la corrección política (ni pensarlo), ni intento alguno de simplificar nada. Ha quedado un poco menos depurada y menos académica que otras traducciones, pero espero que más fiel al espíritu y las ideas originales.

Traducir el alemán del siglo XIX es un ejercicio interesante. Hay muchas palabras aquí con un significado filosófico extremadamente rico que son imposibles de traducir directamente sin escribir ensayos enteros sobre ellas. Traducir este tipo de textos es un juego de meterse de lleno en la piel del autor: dar un paso atrás tras leer un párrafo e intuir qué quería transmitir y cuál era su estado de ánimo al escribirlo. Hay que oír en la mente sus risitas, su frustración, su rabia y su sentido de la maravilla. Tienes que captar directamente los ágiles movimientos del tipo que escribió estas cosas. He hecho todo lo posible por mantenerme fiel a ese espíritu.2 Así que ahí lo tienen.

Arthur Schopenhauer: Sobre pensar por sí mismo

§. 257.

Del mismo modo que la biblioteca más abundante, si no está organizada, es menos útil que una muy escasa pero bien ordenada, así la mayor cantidad de conocimiento, si no lo has labrado pensando por ti mismo, cuenta mucho menos que una porción mucho más pequeña que hayas pensado desde todo tipo de ángulos. La razón es que sólo a través de una perforación multidimensional de lo que sabes, relacionando cada verdad con todas las demás verdades, puedes verdaderamente adquirir y ganar poder sobre tu conocimiento. Sólo puedes reflexionar sobre lo que sabes; que es por lo que debes aprender algo: pero también sólo sabes lo que has reflexionado.

Ahora bien, es cierto que puedes obligarte, mediante la disciplina, a leer y aprender: pero no a pensar, no realmente. Porque al igual que el fuego necesita ser encendido y sostenido por una corriente de aire, el pensamiento necesita ser encendido y sostenido por algún tipo de interés en aquello a lo que se dirige; que puede ser un interés puramente objetivo o meramente subjetivo. El interés subjetivo sólo se dirige a nuestros asuntos personales, mientras que el interés objetivo es sólo para aquellas mentes cuya naturaleza misma es pensar: para quienes pensar es tan natural como respirar. Por desgracia, hay muy pocos de ellos. Por eso es tan poco frecuente entre los académicos.

§. 258.

La diferencia entre cómo el pensar por uno mismo afecta a la mente, en contraposición a la lectura, es increíblemente grande. Y puesto que es la mente la que lleva a alguien a una u otra cosa en primer lugar, esto significa que el abismo incluso se hace más grande con el tiempo.

Leer, como ves, obliga a tu mente a tener pensamientos que son tan ajenos e incompatibles con su dirección y estado de ánimo actuales como el sello lo es con la cera en la que imprime su impronta. Lo que significa que, durante la lectura, la mente tiene que sufrir la coacción externa total de pensar ahora esto, ahora lo otro, aunque en ese momento no tenga el impulso ni esté de humor para ello. - En cambio, cuando piensas por ti mismo, tu mente sigue su propio impulso, desencadenado y moldeado por tu entorno actual o por algún recuerdo. Esto se debe a que tu entorno palpable, a diferencia de la lectura, no impone un pensamiento concreto a la mente, sino que simplemente le proporciona la materia prima y el estímulo para pensar algo de acuerdo con su propia naturaleza y disposición actual. - De ahí que leer mucho robe a la mente toda elasticidad, igual que la presión constante de un peso se la quita al resorte. Esta es la razón por la que la erudición académica empobrece aún más el espíritu de la mayoría de las personas, y las hace aún más estúpidas de lo que ya son por su propia naturaleza.

§. 259.

Al final del día, sólo tus propios pensamientos fundacionales son verdaderos y están verdaderamente vivos: porque en realidad son sólo aquellos los que comprendes y captas plenamente en su esencia. Los pensamientos externos que has leído son las sobras de la comida de un extraño, las ropas desechadas de algún invitado extranjero.

Nuestro propio pensamiento, tal como surge en nuestro interior, es para aquél que se lee en otro lugar como la marca que deja una planta prehistórica en una piedra es para la planta que florece en primavera.

§. 260.

Leer es un mero sucedáneo de pensar por uno mismo. Significa permitir que alguien más dirija tus pensamientos con una correa. Es más, para lo único que sirven muchos libros es para demostrar cuántos caminos erróneos hay, y lo mucho que podríamos perdernos si nos dejáramos guiar por ellos. En cambio, quien se guía por el genio, quien piensa por sí mismo, voluntariamente, correctamente, posee la brújula para encontrar el camino correcto.

Por lo tanto, sólo deberías leer cuando se agote la fuente de tus propios pensamientos - lo que ocurrirá con bastante frecuencia incluso a las mejores mentes-. Pero ahuyentar los pensamientos propios, ur-potentes, para tomar un libro es un crimen contra el Espíritu Santo. Sería como huir de la naturaleza real para ir a visitar un herbario o contemplar bonitos paisajes en grabados.

Es cierto que, a veces, podrías haber encontrado fácilmente una verdad o una idea ya lista en un libro, para la que, en cambio, has trabajado duro, reflexionando y combinando, lentamente, utilizando tu propia mente. Y, sin embargo, la misma verdad o intuición vale cien veces más si la has adquirido pensando por ti mismo. Porque sólo entonces entra en la plena coherencia de tus pensamientos y se relaciona con ellos perfecta y firmemente, comprendida con todos sus fundamentos y consecuencias; sólo entonces adquiere el color, el matiz, la estructura de toda tu forma de pensar: porque llegó justo en el momento adecuado, cuando tu estructura de pensamiento única despertó el impulso. Y así, lo que se ha ganado se asienta firmemente, para no abandonarte nunca más. En consecuencia, el verso de Goethe:3
Lo que de la herencia de tus padres es prestado,
¡Gánalo de nuevo, para poseerlo de verdad!
encuentra aquí su aplicación más perfecta, es más, su explicación.

En cambio, la verdad meramente aprendida se nos adhiere como un miembro adosado, un diente postizo, una nariz de cera o, en el mejor de los casos, fabricada mediante rinoplastia con carne ajena. Mientras que la verdad adquirida pensando por nosotros mismos es como el miembro natural: sólo ella es verdaderamente nuestra. Aquí encontramos la raíz de la diferencia entre el pensador y el mero erudito. También es la razón por la que los logros intelectuales del hombre que piensa por sí mismo se asemejan a un bello cuadro que te golpea completamente vivo, con la luz y las sombras adecuadas, el matiz sostenido, la armonía de colores perfectamente representada. El sustrato intelectual del mero académico erudito, en cambio, es como una gran paleta llena de todo tipo de colores, en el mejor de los casos ordenados sistemáticamente, pero sin armonía, cohesión ni significado.

§. 261.

Leer es pensar con la cabeza de otro en lugar de con la propia. Pero no hay nada más desventajoso para tu propio pensamiento, que al fin y al cabo trata de formar un todo coherente -un sistema, aunque no sea estrictamente completo-, que una afluencia excesiva de pensamientos ajenos a través de la lectura. Esto se debe a que tales pensamientos, frutos de la mente de otro perteneciente al sistema de otro, son de un color diferente y nunca se unirán por sí solos para formar un todo: de pensamiento, de conocimiento, de perspicacia y de convicción. No, es más bien que esos pensamientos impuestos desde el exterior producirán una pequeña cacofonía babilónica en la cabeza y robarán a la mente, ahora abarrotada, toda comprensión clara y casi la desintegrarán. Podemos observar este estado entre muchos académicos que carecen de sentido común, de capacidad de juicio correcto y de tacto práctico, cuando los comparamos con muchos de los no escolarizados que han conseguido dar siempre prioridad a su propio pensamiento, utilizándolo para subordinar el conocimiento que han adquirido de fuentes externas como la experiencia, la conversación o la poca lectura que han realizado. Ahora bien, esto es precisamente lo que hace el pensador académico, pero a mayor escala: aunque necesita muchos conocimientos y, por tanto, debe leer mucho, su mente es lo suficientemente fuerte como para dominarlos todos, asimilarlos e incorporarlos al sistema de su pensamiento. De ese modo, puede subsumirlo en el todo orgánico y coherente de su siempre creciente y soberbia perspicacia. Su propio pensamiento manda siempre, como el bajo del órgano, que nunca debe ser ahogado por sonidos extraños, como ocurre con las cabezas meramente polihistóricas, en las que, por así decirlo, se entrecruzan trozos de música de todas las tonalidades, aunque ya no se pueda distinguir la nota clave.

§. 262.

Los que se han pasado la vida leyendo y han extraído su sabiduría de los libros son como los que obtienen su relato detallado de un país extranjero de tantos diarios de viaje. Pueden contar mucho sobre muchas cosas: pero, al final, no tienen un conocimiento coherente, marcado y profundo de lo que es el lugar. Mientras que los que se han pasado la vida pensando son como los que han estado ellos mismos en el país: sólo ellos saben realmente de lo que hablan, conocen las cosas en su relación con el conjunto y se sienten verdaderamente en casa allí.

§. 263.

El hombre que piensa por sí mismo es para el filósofo de libro común lo que el testigo ocular es para el historiador: el primero puede hablar desde su propia percepción inmediata. Por eso es que todos los que piensan por sí mismos están básicamente de acuerdo, sus diferencias son meramente el resultado de diferentes perspectivas: donde éstas no cambian nada, todos dicen lo mismo, porque simplemente reportan lo que han aprehendido objetivamente. A menudo me he resistido a decir ciertas cosas públicamente por su naturaleza contraria, sólo para encontrarlas más tarde, para mi gran alegría y sorpresa, en las viejas obras de grandes hombres. El filósofo de libro, en cambio, informa de lo que ha dicho éste, de lo que ha querido decir aquél, de lo que ha objetado otro, etcétera. Luego compara, considera, critica, intentando así llegar a la verdad del asunto, asemejándose bastante al historiador crítico. Por ejemplo, investigará si Leibniz pudo haber sido, en algún momento, sólo por un tiempo, un spinozista; cosas por el estilo. El aficionado a las curiosidades puede encontrar ejemplos muy claros de esto en la «Analytische Beleuchtung der Moral und des Naturrechts» de Herbart o en sus «Briefe über die Freiheit». Uno no puede sino maravillarse de lo lejos que llegará alguien así, porque me parece que si quisiera abordar el tema en sí, alcanzaría rápidamente su objetivo con sólo pensar un poco por sí mismo. Sin embargo, aquí hay un pequeño problema: no se puede controlar este proceso a voluntad. Uno siempre puede sentarse y leer, pero no ocurre lo mismo con el pensamiento. Al igual que ocurre con las personas, ocurre con los pensamientos: no siempre puedes llamarlos cuando quieres, sino que debes esperar pacientemente a que lleguen. El pensamiento sobre un determinado asunto debe presentarse a ti en sus propios términos mediante una afortunada y armoniosa confluencia del desencadenante externo y la atmósfera y tensión internas adecuadas: que es precisamente lo que tales personas nunca experimentan. Dicho esto, ni siquiera la mente más brillante es capaz de pensar por sí misma todo el tiempo. Por lo tanto, sería aconsejable que utilizara el tiempo que le queda para leer, aunque, como ya he dicho, es un sucedáneo de pensar por uno mismo y alimenta el material mental al permitir que otro piense por ti, siempre de una manera que no es la tuya.

Y mucho menos deberías renunciar a mirar el mundo real en favor de la lectura: porque es allí donde la ocasión y la atmósfera para pensar por ti mismo llamarán a tu puerta mucho más a menudo que mediante la lectura. Porque es lo vívido, la ejemplificación, lo real, en su poder primario, lo que es la materia natural de la mente pensante, y lo que puede agitarla profundamente con mayor fiabilidad.

Después de todas estas deliberaciones, no debería sorprender que puedas distinguir fácilmente al hombre que piensa por sí mismo del filósofo de libro por su estilo. El primero te sorprenderá por su seriedad, inmediatez, crudeza y precisión clínica; mientras que el segundo claramente lo ha obtenido todo de segunda mano: conceptos muertos, tonterías tiradas al azar, como la copia de una copia. Su estilo consiste en frases de relleno convencionales, incluso vulgares, y palabras de moda gastadas: como un pequeño estado que sólo tiene monedas extranjeras en circulación porque no acuña las suyas propias.

§. 264.

Aunque la lectura no puede sustituir al pensamiento, tampoco puede hacerlo la mera experiencia. Lo puramente empírico es al pensamiento lo que comer es a la digestión y la asimilación. Lo empírico jactándose de cómo él solo ha añadido al conocimiento humano sería como la boca jactándose de cómo ella sola sostiene el cuerpo.

§. 265.

Lo que caracteriza a las mentes más elevadas es la crudeza de sus juicios. Todo lo que exponen es el resultado de su propio pensamiento, y se anuncia como tal incluso en su estilo. Como el príncipe, poseen la inmediatez imperial: en el imperio de las mentes. Los demás están mediatizados, lo que se nota ya en su estilo, que carece de forma interna definida.

Todo verdadero pensador es, pues, como un monarca: es inmediato y no reconoce a nadie por encima de él. Sus juicios, como los decretos de un monarca, brotan de su propia y perfecta autoridad y surgen directamente de sí mismo. Pues así como el monarca no acepta ninguna orden, así el hombre pensante no acepta autoridades, sino que rechaza todo lo que no ha confirmado por sí mismo. Mientras que el vulgo entre las cabezas, esclavo de toda clase de opiniones dominantes, autoridades y prejuicios, es como el populacho común, que obedece silenciosamente leyes y órdenes.

§. 266.

Esas personas que se apresuran y ansían resolver las cuestiones controvertidas apelando a la autoridad, en realidad se alegran cuando pueden, en lugar de usar su propia razón y perspicacia, de las que seguramente no hay suficientes, esgrimir la de extraños. Son legión.

§. 267.

En el reino del mundo real, por muy bello, feliz y gracioso que sea, sólo podemos movernos bajo el influjo de la gravedad, que tenemos que vencer a cada paso: pero en el reino de los pensamientos, somos espíritus incorpóreos fuera de la gravedad o de la angustia. Por eso no hay felicidad en la tierra comparable a la que una mente fina y fértil, en el momento oportuno, encuentra en sí misma.

§. 268.

La presencia de un pensamiento es como la presencia de un amante. Creemos que nunca olvidaremos este pensamiento, y que siempre cuidaremos de ese amante. Desgraciadamente, ¡fuera de nuestra vista, fuera de nuestra mente! El pensamiento más espléndido corre el peligro de ser irremediablemente olvidado si no se escribe; la amante, de ser abandonada si no se desposa.

§. 269.

Hay muchos pensamientos que son valiosos para quien los piensa; pero muy pocos que posean el poder de actuar más allá vía resonancia o reflexión; que puedan, en otras palabras, mantener la atención y el interés del lector después de haber sido escritos.

§. 270.

Pero con todo, hay que decir que sólo puede haber valor real en algo que un hombre haya, por encima de todo, pensado por sí mismo. Verás, puedes clasificar a los pensadores en aquellos que se dedican a pensar principalmente para sí mismos, y aquellos que siempre piensan para los demás. Los primeros son los auténticos, los que piensan por sí mismos en ambos sentidos de la palabra: son los verdaderos filósofos. Sólo ellos se lo toman en serio. Es más, el placer y la felicidad de su ser radican en pensar. Los demás son los sofistas: desean las apariencias y buscan su felicidad en lo que esperan obtener de los demás: ésta es su verdadera misión. Se puede saber rápidamente a qué categoría pertenece una persona por su comportamiento y sus modales. Lichtenberg es un ejemplo de la primera categoría: Herder pertenece ya a la segunda.

§. 271.

Si consideramos seriamente cuán grande y obvio es realmente el problema del Ser, este Ser ambiguo, torturado, efímero, onírico; un problema tan grande y obvio que eclipsa y empequeñece todos los demás problemas u objetivos en el momento en que uno toma conciencia de él; y si además traemos a la mente cómo todas las personas, excepto las muy raras y escasas, no son conscientes de este problema de ninguna manera clara, o peor aún, ni siquiera saben que existe, sino que ponen todo su esfuerzo en cualquier cosa y en todo; malgastando su vida, con la mente puesta exclusivamente en el día actual y en el lapso de tiempo apenas más largo de su futuro personal: y haciendo todo eso rechazando explícitamente el problema del Ser o dejándose tratar fácilmente por algún vulgar sistema de metafísica prole y contentándose con ello; si consideramos todo eso, digo que bien podemos llegar a la conclusión de que deberíamos llamar al hombre un ser pensante sólo en un sentido muy laxo en verdad; momento en el que dejaremos de maravillarnos ante cualquier expresión de irreflexión o mudez para reconocer que, si bien el horizonte intelectual de los normales va más allá del del animal, cuyo ser entero -sin conciencia de pasado ni de futuro- es más bien un único presente, no va tan asombrosamente más allá como está de moda suponer.

Todo esto llega hasta el punto de que, incluso en una conversación, los pensamientos de la gente son tan cortos como la paja cortada, lo que explica que no se pueda hilar un hilo más largo a partir de ellos.

Hay que señalar además que, si el mundo estuviera poblado por seres que realmente pensaran en algún sentido reconocible, sería inimaginable que el ruido de cualquier tipo estuviera permitido y autorizado sin ningún tipo de límites, como de hecho ocurre incluso con el más horrible y sin sentido. De hecho, si la naturaleza se hubiera molestado en designar al hombre para pensar, no le habría dotado de oídos, o al menos los habría equipado con persianas herméticas como las que tienen los murciélagos, por lo que los envidio. Pero lo cierto es que el hombre es un pobre animal entre otros cuyas fuerzas están exclusivamente sintonizadas con la conservación de su existencia, razón por la cual necesita sus oídos receptivos en todo momento: oídos capaces de anunciar, querámoslo o no, de día y de noche, al depredador que se aproxima.

Notas:

1.El ensayo original («Selbstdenken») formaba parte del libro de Schopenhauer Parerga und Paralipomena II; el texto fuente que he utilizado es la última edición autorizada, publicada en 1851: Erstausgabe Berlin, A. W. Hayn 1851, texto disponible en línea aquí: https://aboq.org/schopenhauer/parerga2/selbstdenken.htm]

Los números de párrafo reflejan que el ensayo formaba parte de un libro más largo; los he dejado ahí.

2. Este es un borrador preliminar que aún puede necesitar algo de edición, por lo que puede haber algunos errores y descuidos aquí.

3.[»Was du ererbt von deinen Vätern hast,Erwirb' es, um es zu besitzen,«] Del Fausto I de Goethe, inglés aquí