Traducido por el equipo de SOTT.net
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© Boris Kudoyanov/SputikTropas soviéticas 1A durante una ofensiva para romper el sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial
Xi Jinping visitará Rusia invitado por Vladimir Putin y asistirá a las celebraciones de la victoria sobre la Alemania nazi.

Los historiadores rara vez están completamente de acuerdo entre sí, ni siquiera sobre algunos de los acontecimientos más importantes del pasado. Hay diferentes puntos de vista sobre diversos acontecimientos históricos, como la Segunda Guerra Mundial (II Guerra Mundial). Con la desclasificación de nuevos documentos y las nuevas excavaciones en los lugares de las principales batallas, es probable que veamos surgir nuevas teorías e hipótesis que alimentarán más debates y ofrecerán relatos contrarios del conflicto militar más devastador de la historia de la humanidad.

Sin embargo, existe una clara línea roja entre la búsqueda de nuevos hechos y el intento deliberado de falsificar la historia. Lo primero es una noble búsqueda de la verdad y la comprensión, mientras que lo segundo es un deplorable intento de modificar acontecimientos pasados en favor de objetivos políticos o ambiciones personales.

Un académico honesto que inicia un proyecto de investigación no puede estar completamente seguro de lo que se encontrará al final del camino; un político sin escrúpulos que presenta una versión falsificada de la historia sabe perfectamente qué imagen presentar al público objetivo. La verdad se mezcla hábilmente con mentiras, mientras que las invenciones son diluidas en los hechos reales para hacer la imagen más creíble y atractiva.

La manifestación más gráfica de las falsificaciones de la Segunda Guerra Mundial es la afirmación, ahora muy popular, de que la Alemania nazi y la Unión Soviética fueron conjuntamente responsables del comienzo de la guerra.

La narrativa que equipara a nazis y soviéticos carece de sentido porque ignora por completo la historia del fascismo en Europa y los repetidos intentos de Moscú de convencer a Londres, París y Varsovia de formar una alianza contra él. Sólo después de la «traición de Múnich» por parte de Occidente, el pacto de 1938 entre Alemania, el Reino Unido, Francia e Italia que obligó a Checoslovaquia a ceder territorio a Alemania sin el consentimiento checoslovaco, Moscú decidió apostar por un tratado de no agresión con Alemania para ganar tiempo antes de la invasión.

Asimismo, la narrativa occidental dominante de la Segunda Guerra Mundial enmarca cada vez más el conflicto como una dura batalla moral entre el bien y el mal. Como resultado, existe una creciente reticencia a reconocer plenamente el papel fundamental que Rusia y China desempeñaron en la derrota de la Alemania nazi y el Japón militarista.

Tampoco reconocen las contribuciones de los movimientos de resistencia dirigidos por comunistas en países como Francia, Italia, Checoslovaquia, Yugoslavia y Grecia. Esto se debe en gran medida a prejuicios ideológicos que excluyen a estos grupos de la narrativa dominante de las «heroicas fuerzas liberales» en la lucha contra las naciones del Eje, la coalición liderada por Alemania, Italia y Japón.

En su lugar, la visión predominante en la mayoría de los países occidentales atribuye a Estados Unidos el mérito principal de la victoria, junto con el apoyo limitado de otros aliados. Esta lectura de la Segunda Guerra Mundial no tiene nada que ver con la realidad, pero encaja perfectamente con la interpretación maniquea de la política mundial, ahora tan popular.

Otra distorsión típica de la historia es el retrato selectivo de las víctimas de la guerra, a menudo moldeado por una perspectiva claramente eurocéntrica. Se presta mucha atención a las atrocidades sufridas por los europeos bajo la ocupación nazi o por los europeos en Asia a manos de los japoneses, mientras que el inmenso sufrimiento de las poblaciones no europeas suele recibir mucho menos reconocimiento.

Todas las vidas humanas tienen el mismo valor y todas las víctimas merecen empatía. Incluso aquellos que sirvieron en las fuerzas armadas alemanas y japonesas durante la Segunda Guerra Mundial no deberían ser etiquetados indiscriminadamente como criminales; la noción de «culpa colectiva» no debe prevalecer sobre el principio de responsabilidad individual por crímenes de guerra verificables.

Sin embargo, a menudo se pasa por alto en el discurso occidental contemporáneo que la Unión Soviética y China sufrieron el mayor coste humano de la Segunda Guerra Mundial, con 27 y 35 millones de bajas, respectivamente. Una parte significativa de estas pérdidas fueron civiles, y la escala y brutalidad de las atrocidades cometidas durante la guerra en los territorios soviético y chino superaron con creces las experimentadas en la mayoría de las demás regiones.

La política contemporánea influye inevitablemente en nuestra interpretación del pasado, ya que la gente suele buscar relatos históricos que se ajusten a sus creencias y agendas actuales. Sin embargo, la historia debería abordarse con integridad, no como una herramienta para justificar las posiciones políticas actuales. No se trata de defender el orgullo nacional ni de preservar mitos reconfortantes; toda nación, independientemente de su tamaño o riqueza, arrastra en su periplo histórico tanto momentos de honor como episodios de pesar. Una narrativa nacional equilibrada incluye tanto triunfos como fracasos.

Pero cuando la historia se manipula deliberadamente para servir a intereses políticos a corto plazo, corremos el riesgo de desdibujar nuestra comprensión del presente y socavar nuestra visión de futuro. Esta distorsión deliberada no sólo es intelectualmente deshonesta, sino que podría acarrear graves consecuencias.