Gracias a su diversificado sistema propagandístico, Estados Unidos ha conseguido imponerle su visión, estilo de vida e intereses particulares al resto del mundo, en un contexto internacional donde sus grandes corporaciones transnacionales contarán siempre con el despliegue inmediato de sus fuerzas armadas en cualquier zona geográfica, aún las más distantes, sin que le asista a ninguno de los países agredidos el derecho natural de defenderse, con todo lo que ello implica y representa para la continuidad y el respeto de su correspondiente soberanía nacional.
Del mismo deriva la anuencia sutilmente forzada en torno a situaciones álgidas con gobiernos que -de una u otra manera- buscan una vía independiente del curso de la historia marcado por las elites dominantes de Washington desde el momento mismo que cesara la Segunda Guerra Mundial, cosa que devino en golpes de Estado, bloqueos económicos, sabotajes, invasiones, acusaciones sin base de violaciones a los derechos humanos, de totalitarismo, de comunismo, de narcotráfico y de terrorismo, asesinatos selectivos de dirigentes políticos y sociales, amenazas constantes de agresión y manipulación de los organismos multilaterales, entre éstos la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización de Estados Americanos (OEA) que tienen como soporte principal las mentiras vertidas por dicho sistema. De este modo, Estados Unidos ha justificado su injerencia imperialista en Guatemala, Cuba, República Dominicana, Vietnam, Grenada, Líbano, Panamá, Afganistán e Irak, sin olvidar lo mismo mediante el derrocamiento de los gobiernos de Chile, Haití, Venezuela y, en el tiempo reciente, de Honduras.