El 14 de septiembre Biden prohibió a Ucrania el uso de sus misiles de largo alcance contra el interior del territorio ruso. La decisión la impusieron los dirigentes del Pentágono porque unos días antes Putin había anunciado que lo consideraría como una declaración de guerra por parte de los proveedores de misiles. Dos meses después la prohibición se ha convertido en autorización, pero el Kremlin se da un compás de espera porque la autorización no la han anunciado las fuentes oficiales de la Casa Blanca.
Si dicha autorización se confirmara, sería un salto cualitativo por parte de Estados Unidos y la OTAN en su conjunto. Un ataque de largo alcance sólo lo puede ejecutar personal especializado, por lo que Rusia entiende que un ataque de esas caraterísticas sólo puede proceder de Estados Unidos.
Lo mismo cabe decir de Reino Unido y Francia, que, a la estela de Estados Unidos, han emitido la misma autorización respecto a los misiles de largo alcance Storm Shadow y Scalp respectivamente.
Después de informar de ello,
Le Figaro la suprimió al día siguiente. Las noticias aparecen y luego desaparecen, pero las vendas se han caído de los ojos. En Rusia ya nadie habla de "operación militar especial" sino de una guerra abierta con la OTAN.