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Desde hace años, con los planes neoliberales imperantes y con la desmovilización político-ideológica fabulosa que se vive
como producto de un proceso represivo único en Latinoamérica (
200.000 muertos y 45.000 desaparecidos),
parece inconcebible protestar. En muy buena medida, ya nos hemos acostumbrado a agachar la cabeza, a resignarnos. ¡Cultura del silencio!, pudo llegarse a decir.
Cultura de la resignación, de la pura sobrevivencia.Sin dudas, todo eso es cierto. El terror incorporado que dejó en cada habitante la feroz represión de estas décadas,
la impunidad dominante, la violencia delincuencial que campea exultante sirviendo, entre otras cosas, como disuasivo de intentos organizativos (¿otra virtual guerra civil no declarada que mantiene bajo control a la población?), todo eso fue sacando de la agenda cotidiana la idea de lucha, de reivindicación, de alzar la voz. Pero como cantó Fito Páez:
"¿quién dijo que todo está perdido?
"
Comentario: Y, lamentablemente, esto ocurre en todos los países. Argentina no es una excepción, sino un ejemplo más de los tantos que existen para demostrarnos lo poco que ha aprendido la humanidad a cuidar de los débiles.