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Es conocido el chascarrillo del paciente que cuando el dentista le abre la boca provisto de su instrumental agarra con firmeza la bragueta del médico y le espeta: "doctor, ¿ verdad que no nos vamos a hacer daño?"

Algo así está ocurriendo en el forcejeo, reminiscente de la Guerra fría, que está teniendo lugar entre la Rusia de Putin y los países occidentales. No es claro si el zarpazo ruso tiene como objetivo quedarse con Crimea o si se busca algo más limitado pero no menos atentatorio contra la soberanía de un país en el siglo XXI, reafirmar que Ucrania no puede salir de una estrecha esfera de influencia rusa. Es posible que Putin se contente con esto.

En todo caso se abre camino la tesis de que el suave apretón ruso en los testículos de la Unión Europea y de Estados Unidos ha hecho su efecto.

Los occidentales se percatan de que la panoplia de medidas que pueden enarbolar frente a la prepotencia de Moscú son enormemente limitadas. Todos sabemos, y Putin el primero, que la acción militar está totalmente descartada. Incluso en Estados Unidos, donde hay más voces pidiendo firmeza que en Europa, el propio McCain afirma que eso no puede estar sobre la mesa.

Los occidentales han sido duros verbalmente en la denuncia de la actitud rusa. Cameron la califica de completamente inaceptable y el norteamericano Kerry de increíble acto de agresión. En los antiguos países sometidos a la Unión Soviética, los tres bálticos, Polonia, Chequia...se compara el amago ruso sobre Crimea con la invasión de Hungría en 1956, los acontecimientos de Praga de 1968 o lo de Polonia en 1981.

Sin embargo, los gobiernos, especialmente los de los grandes, Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña... hacen cálculos sobre el coste y las consecuencias que tendría un enfrentamiento económico abierto con Rusia.

Europa muestra una vez más, y van..., su división. Un 30% de la energía que consume procede de Rusia. La cifra no es ominosa sobre todo de cara al verano pero está desigualmente repartida. España y Portugal pueden prescindir del petróleo ruso mientras que Finlandia y Alemania tienen una dependencia considerable del gas ruso para sus industrias y su calefacción. Alemania juega un papel clave. Es el peso pesado de la Unión Europea y aparte de la dependencia gasistica de Moscú es consciente de la importancia de Rusia como socio comercial. Hasta la germana Adidas, segunda empresa de indumentaria deportiva del mundo, avisaba ayer que la caída del rublo por la alarma de Crimea va a afectar sus ventas en el muy importante mercado ruso. A los ojos de muchos observadoras en Washington, Alemania se ha convertido en una templagaitas en todo lo que signifique enseñarle los dientes a Rusia pero evidentemente no está sola. Holanda que comercia enormemente con con el gigante del Este, Italia... también arrastran los pies.

Parece que la clave ahora está en salvar la cara ante la opinión pública. Putin va a conseguir el reconocimiento tácito de que hoy por hoy la soberanía de Ucrania es limitada. El precedente no es bueno. Las capitales europeas tratarán de que esto no parezca que ha ocurrido.

La división de Europa en la respuesta será constatada de nuevo con reprobación en Estados Unidos. Mientras, en aquel país, Obama baja en popularidad. Crecen las voces que lo comparan con Carter, lo que no es bueno, Carter es un político que entre sus compatriotas es conocido no como prudente sino, peyorativamente, como pusilánime.