Traducido por el equipo de Sott.net en español

Yo conocí al agente doble Oleg Gordievsky, aunque evidentemente él no me conocía, gracias a Dios.

Era bastante novato en ese entonces, es cierto, pero maduré hasta serlo en menor medida. El hecho de que mi nombre no aparezca en sus memorias escritas oficialmente por Ben Macintyre, del diario The Times, es una prueba de que no ha añadido nada a posteriori a su relectura memorizada fotográficamente de los secretos soviéticos en relación con el movimiento obrero británico, o bien es una prueba de que su memoria no es tan fotográfica como se pretende hacernos creer en las memorias.
Oleg Gordievsky
© FIONA HANSON / AFPEx coronel ruso de la KGB Oleg Gordievsky, 18 de octubre de 2007.
Sin embargo, la ausencia de mi nombre en este último aumento de su fondo de pensiones es lo menos interesante del libro.

Las memorias -tituladas El espía y el traidor- están perfectamente sincronizadas para apuntalar la oleada de propaganda rusofóbica en Londres en torno al caso Skripal, en la que The Times está desempeñando un papel tan importante.

Las revelaciones que contiene no son más que suflés apenas recalentados de las acusaciones desacreditadas que Gordievsky hizo hace décadas. No parece haber importado que una de esas acusaciones haya sido rechazada previamente en los tribunales, habiendo sido publicada por el mismo periódico y bajo el mismo editor. ¡Estos suflés pueden resucitar dos veces!

El escritor espía John le Carre, que sirvió tanto en el MI5 como en el MI6 como David Cornwell, es citado en la portada del libro de Mcintyre diciendo que es la mejor historia real de espionaje que jamás haya leído. ¿Pero cómo podemos saberlo?

Cornwell era un mentiroso profesional a servicio del Estado, cuyo padre era un embaucador de abuso de confianza convicto.

Gordievsky era un mentiroso profesional al servicio del Estado soviético, luego del Estado británico. Mintió sistemáticamente a sus esposas, a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos, a sus colegas y a sus amigos. Incluso me engañó a mí.

No quiero ser desagradable cuando digo: ¿Cómo podemos saber si alguna de las historias brillantemente contadas por Mcintyre es cierta? En palabras del desquiciado ex jefe de la CIA James Jesus Angleton, el negocio de los espías es una "jungla de espejos".

La historia encaja tan bien con los prejuicios raciales y políticos de Mcintyre que hace que cualquier lector consciente desconfíe desde el principio.

Los rusos huelen a orina y alcohol; "tan rusos". Los espías británicos son aristócratas que presumiblemente nunca orinan ni beben. Los rusos no tienen cultura, los británicos se excusan de sus errores en latín: "Indignor quandoque bonus dormitat Homerus" (incluso Homero asiente con la cabeza).

Los rusos están obsesionados con la literatura pornográfica que está disponible en Occidente (porno gay en el caso de Gordievsky), mientras que los británicos son estrictamente heterosexuales (o un Guy Burgess).

Las mujeres soviéticas no tienen voluntad (a menos que sean Valentina Tereshkova, la primera mujer en el espacio), mientras que las mujeres británicas son "solteronas", "sin tonterías", "casadas con el servicio".

Sobre todo, el país que lanzó el Sputnik, envió a Gagarin al espacio y derrotó a Adolf Hitler elige a los corruptos e incompetentes para que protejan su Estado, mientras que los británicos eligen a James Bond, al servicio de la Srta. Moneypenny, para que defienda el suyo.

No quiero desanimarlos a leer el libro, está tan brillantemente escrito como Boy's Own Adventure ["La Propia Aventura de un Chico"]. El Sr. Macintyre podría haber sido un brillante propagandista, si no se hubiera convertido en el editor asociado de The Times.

Antes de dejar el libro (aunque no el tema del mismo), debo abordar tan sólo tres de las calumnias que contiene, que dominaron la publicación en serie en The Times, y deliberadamente (bueno, los libros tienen que venderse).

Lo hago porque conocía bien a tres de los hombres difamados, mejor que Gordievsky y el Sr. Macintyre, quienes nunca los conocieron pero tienen una razón contemporánea para ver cómo los difaman.

En la Nochebuena de 1973, hace 45 años, me uní a los entonces Trabajadores de Transporte y Obreros Generales. Mi líder sindical era Jack Jones (Miembro del Imperio Británico (MBE) y Compañero de Honor de la Reina (CH), dos honores que el Sr. Macintyre omite cuidadosamente).

Yo era un protegido del entonces secretario escocés de los sindicatos, Hugh Wyper, un comunista del tipo más radical y partidario incondicional de la URSS. Antes de llevarme a conocer a Jack Jones por primera vez, me advirtió: "Jack ve con malos ojos a la Unión Soviética, así que no empiece con ese tema o todos nos pelearemos".

"¿Por qué?", le pregunté.

"Se remonta a la Guerra Civil española, luego a Hungría y luego a Checoslovaquia", explicó Wyper.

Seguí el consejo en esa ocasión, pero hablé de la Unión Soviética con Jack Jones en docenas, si no en decenas de otras ocasiones. Wyper había subestimado la opinión de Jones. No es que viera a la URSS con malos ojos, sino que a Jack Jones lo atormentaba una oposición visceral.

Sin embargo, en el relato de Macintyre sobre la historia de Gordievsky, Jack Jones era un "agente pagado" de la KGB soviética. La "paga" era el "dinero para las vacaciones" que se metía en los bolsillos del Sr. Jones. Como Jack vivía en una casa del ayuntamiento, vacacionaba en un remolque, y era un líder sindical bien remunerado -por no hablar de la autorización de los servicios de seguridad británicos para ser un Compañero de Honor de Su Majestad- esta segunda deshonra de su ilustre memoria está por debajo incluso del Times de Londres.

Bob Edwards era otro amigo mío. Fue el único diputado laborista que conoció a Stalin, ¡e incluso a Trotsky! Él, como yo y Jack Jones, era miembro de la TGWU [Sindicato de Trabajadores del Transporte y Generales, por sus siglas en inglés.- NdT]. A diferencia de Jones, Bob podía aburrir a otros hablando de la URSS. No llevaba las emociones a flor de piel, sino en el pecho, atravesadas por un martillo y una hoz. Estar en su compañía era escuchar, una vez más, de sus encuentros de 1927 con Stalin (por lo general dejaba fuera a Trotsky), aunque todos los presentes lo habían escuchado cien veces antes.

Bob nunca vio ni oyó a un secreto de Estado británico en su vida. Sin embargo, Gordievsky y Mcintyre lo señalan como otro "agente" pagado de la KGB. Pagado por qué, nunca nos dicen, ¡y no era ni remotamente encubierto!

Pero los grandes éxitos de Gordievsky nunca están completos sin darle con la bota a Michael Foot [juego de palabras en inglés; "Foot" se traduce como "pie".- NdT].

Este libro nos regala una vez más la falsedad de que Foot era el Agente Bota de la URSS, otra vez pagado [el equivalente a 36.000 libras esterlinas (46.800 dólares)], otra vez el dinero metido en su bolsillo, hasta 1968 cuando Foot dirigió la reacción de la izquierda en contra de la intervención soviética en Checoslovaquia.

Michael Foot fue amigo mío durante más de 25 años. No tuve docenas sino cientos de conversaciones con él sobre el comunismo y la URSS, en el parlamento y fuera de él. Foot, discípulo de Nye Bevan en la Tierra, era -como casi todos los bevanitas- un anticomunista visceral y un enemigo de la Unión Soviética. Esto lo sé tan bien como conozco la nariz de mi cara.

Foot reverenciaba sólo a un líder comunista, el mariscal Tito de Yugoslavia, cuya ruptura de la órbita soviética consideraba la cosa más grandiosa desde el pan rebanado.

Y a Foot no le importaba el dinero. La acusación de que se quedó sentado en silencio mientras la KGB le metía dinero en los bolsillos es más que risible.

La nueva historia -que esto se hizo en un antro de Soho, el Gay Hussar, un paraíso de la emigración anticomunista húngara (y donde yo solía cenar con él) que estaba literalmente repleto de periodistas políticos y otros diputados- hace que todo esto no sea más que un estofado húngaro de chistes.

Lo que me lleva al asunto Skripal.

Que la URSS fuera una amenaza existencial para el capitalismo occidental y el colonialismo y la guerra -de un tipo u otro- entre estos dos campos era lógico e inevitable. Pero la Unión Soviética lleva 30 años muerta.

En efecto, Gordievsky a través de Macintyre puede -si es que está diciendo la verdad- afirmar que ayudó a lograr el (breve) final de la historia y la victoria "final". Su papel en el auge de las relaciones de Gorbachov con la Sra. Thatcher y, por extensión, con el Presidente Reagan, sin duda aceleró la caída de la URSS.

Pero Gran Bretaña reclutó a Skripal en 1996, cuando no sólo ya estaba muerta la Unión Soviética, sino que Rusia estaba gobernada por el oso de circo de Occidente Boris Yeltsin. Y durante su presidencia, Rusia estaba desmayada en el suelo mientras que el mundo le robaba de los bolsillos.

¿Por qué Gran Bretaña seguía luchando la Guerra Fría contra Rusia en 1996, y por qué sigue luchando la Guerra Fría contra Rusia en la actualidad?

Esta misma semana, el bastante decadente secretario de Defensa británico Gavin Williamson -un antiguo vendedor de chimeneas- dijo que estaba enviando a 800 soldados británicos temblorosos al Ártico a prepararse para luchar contra Rusia allí. En medio de la nieve. Y el hielo.

Como tanto Napoleón como Hitler deben haber dicho: "¿Qué podría salir mal?"
Sobre el autor

George Galloway fue miembro del Parlamento Británico durante casi 30 años. Presenta programas de radio y televisión (incluyendo RT). Es cineasta, escritor y orador de renombre.