Más de 350 hombres (el 30%, españoles) están imputados. Abundan los menores de edad entre las víctimas y los violadores. Ya hay 18 'manadas' denunciadas en lo que va de año.
violacion grupal
© Javier Olivares
No hay un modo suave de contarlo y no se debe. Quienes piensan que la violación múltiple y simultánea de cuatro sujetos a una mujer en los Sanfermines de 2016 fue una sórdida y vomitiva excepción viven en los mundos de Yupi, en una realidad paralela sumamente inconsciente. Desde ese año hasta hoy han actuado al menos 101 manadas en nuestro país en las que han participado más de 350 hombres.

Sólo desde que empezó este año 2019, 18 mujeres han denunciado en otras tantas comisarías -una incluso por duplicado el pasado viernes en Castellón, la violaron dos veces los miembros de la misma manada- una agresión sexual infligida por hombres de manera grupal; 14 de esas violaciones se han producido en los últimos tres meses, las otras cinco tuvieron lugar el año pasado pero las víctimas no habían reunido el valor para ir a la policía hasta ahora. No es de extrañar ese modo temeroso de conducirse tras experimentar un trauma semejante: la mayor parte de las violadas este año son menores -alguna no supera los 12 años- y las que no lo son tienen 19 o 20 años.

Y estas cifras escandalosas abarcan únicamente aquellos casos que han sido publicados por la prensa. Habría que sumar las manadas que han sido denunciadas pero no han trascendido y aquellas que ni siquiera han sido denunciadas porque las mujeres no están preparadas para ello o no quieren enfrentarse al estigma y al enjuiciamiento posterior.

Es la realidad de un fenómeno del que se desconoce su verdadera dimensión y que, administrativamente, ni siquiera consta como problema. Ningún Gobierno lo ha considerado lo suficientemente preocupante como para elaborar estadísticas específicas y, por lo tanto, se está a años luz de que el asunto sea diagnosticado y de aspirar a resolverlo. La Delegación del Gobierno, creada especialmente para luchar contra la violencia que afecta a la mujer, remite al ministerio del Interior que, a su vez, sostiene que no tiene ni un sola cifra al respecto.

Las únicas estadísticas que han trascendido públicamente -aunque también las hay académicas- han sido realizadas por el portal feminicidio.net bajo el título Geoviolencia sexual y son el resultado de la recopilación y el análisis de los episodios ya denunciados ante las Fuerzas de Seguridad y publicados por los medios de comunicación.

Ángeles Álvarez, diputada del Partido Socialista, equipara la situación con lo que ocurría en los años 90 con las mujeres asesinadas por sus parejas. La Administración ni siquiera las tenía bien contabilizadas y tuvieron que hacerlo las organizaciones feministas. No fue hasta que Ana Orantes fue asesinada -quemada viva- por su marido cuando se produjo una «implosión» impulsada por el «hartazgo social». Ana Orantes era la tercera asesinada de ese modo en 1997 y ese año hubo 91 muertas.

Cabe preguntarse qué más ha de pasar en el fenómeno de las manadas para que sencillamente consten en el radar oficial.

Según los datos aportados por Geoviolencia sexual, en 2016 fueron detectadas 15 agresiones sexuales múltiples (de dos o más hombres), 14 en 2017 y 59 en 2018. Andalucía, la Comunidad Valenciana y Cataluña son las comunidades en las que se han sido denunciados más casos.

La publicación constata que más del 60% de las violaciones fueron consumadas y que en más del 74% de las perpetradas en 2018 participaron grupos de hasta cuatro varones. Más de la mitad de los ataques se producen por la noche y los lugares elegidos principalmente por estos depredadores sexuales son una vivienda o la calle. Una buena parte de esas agresiones múltiples son «pornificadas», es decir son grabadas por los violadores.

En términos generales, los datos coinciden con la investigación del Instituto de Ciencia Forense y Seguridad (ICFS) de la Universidad Autónoma de Madrid.

Los casos denunciados este año y recogidos por Crónica presentan, además de la juventud de los protagonistas, una característica relevante: al menos en siete de ellos, las manadas están formadas por grupos de extranjeros - uno mixto, uno de ecuatorianos, dos grupos de rumanos y otros tres de magrebíes-.

La muestra analizada de forma rudimentaria se corresponde, sin embargo, en este último punto, con las conclusiones genéricas obtenidas por el ICFS que sostiene que un 31% de los integrantes de las manadas son españoles, un 49% son extranjeros, grupo en el que destaca el 22% de ciudadanos procedentes del Magreb, principalmente de Marruecos, y el resto está por determinar. Una sobrerrepresentación muy controvertida y muy ocultada.

Según el profesor de la Universidad Juan Carlos I, Lorenzo Castro, «la delincuencia se está etnizando porque la cantidad de jóvenes de procedencia extranjera es cada vez mayor. Muchos de estos jóvenes tienen problemas de desarraigo. Técnicamente se llama población de riesgo. Porque si el 4% de la población juvenil mete la pata alguna vez en la vida, ese perfil asciende al 20% si además está en situación de riesgo». Elena Daprá, miembro de Psicólogos sin Fronteras y de la Asociación Mujeres del Mundo, añadirá:
«Cabe una reflexión sobre este aspecto, sobre todo si se tiene en cuenta cómo se ve a la mujer en determinadas culturas pero tienen que juntarse otras características individuales para que un tipo delinca. ¿Cuántos magrebíes hay que no cometen delitos?».
Da la impresión de que el fenómeno de la manada es muy reciente, pero el profesor Antonio Silva, criminólogo y etnógrafo -autor de una investigación denominada Enrollados- sostiene que al menos desde 2010, año en el que inició sus estudios, «la tendencia en el número de violaciones grupales ha permanecido invariable», aunque tras el suceso de Pamplona, se haya abierto la veda de una cuestión cuya potenciación tiene mucho que ver, entre otras cosas, con el surgimiento de las redes sociales.

Pero, ¿Qué pasa por la cabeza de cuatro tipos para dañar, cosificar y denigrar a una mujer y, además, grabarlo con orgullo? «Estamos hablando de hombres jóvenes, chavales que lo que quieren es que les acepten sus iguales, quieren ser reconocidos, quieren ejercer ese rol de masculinidad poderosa. Entre ellos se animan y evitan que alguien desista. Esto es algo que no harían solos. No es el perfil del violador del portal. Es otra cosa.Lo que quieren es demostrar su virilidad y por eso, además, lo exhiben», señala la psicóloga Bárbara Zorrilla.

Pura psicología de masas, si bien Silva advierte de que quienes participan en este tipo de grupos, aunque no tengan antecedentes, seguro que han tenido comportamientos previos como el bulling o el llamado «porno de venganza».

Los expertos consultados diversifican las causas pero suelen empezar por la más llamativa de todas ellas como es, precisamente, el consumo, a través de las redes, de pornografía machista desde edades tempranas. Desde los 10 o los 12 años, los niños, que no han tenido un contacto previo con una mujer, tienen acceso a los llamados gang bang y «los incorporan a su forma de entretenimiento, los intercambian y los han convertido en un modo de relacionarse», explica Daprá.

En la mayor parte de las ocasiones, el porno machista en el que el hombre abusa, la mujer se somete y, además, parece que le gusta, es el único refrente que tienen los usuarios y lo aplican «por imitación». Según algunos juristas consultados por Crónica, muchos detenidos por violar en grupo admiten que es una de sus fuentes de inspiración o de normalización. Pero, aunque las autoras del informe de Geoviolencia, bajo la dirección de Graciela Atencio, pidan la prohibición del porno -y la abolición de la prostitución-, su difusión no parece ser motivo suficiente.

Elena Daprá considera que «hay un aumento de violencia de la sociedad en general y una de las ramas es la violencia contra la mujer». Y añade la rémora que constituye estar en la sociedad de la inmediatez. «Todo se quiere ya -incluido las parejas intercambiables accesibles a través de aplicaciones para ligar-; la crisis ha hecho que los padres no puedan dedicar el tiempo necesario a sus hijos; en la escuela no se da una educación emocional y sexual necesarias y no se enseña a gestionar la frustración y los conflictos».

Barbara Zorrilla insiste en esa especie de contaminación ambiental como uno de los elementos influyentes. «Si oyes algunas de las letras de las canciones que suelen escuchar: 'Yo me follo a cuatro nenas que no dicen nada. Pégala, azótala, castígala'. Eso cosifica a las chicas», señala para después recordar que estamos hablando de personas «inseguras, impulsivas, sin conciencia del riesgo ni de las consecuencias de sus actos». Castro lo llama «presentismo» y lo combina con el uso del alcohol y otras drogas.

Pero no todos los agresores son tan poco calculadores. Algunos calculan que su acción no va a reportarles mayores dificultades, bien porque la agredida no va a actuar -el 70% de los delitos sexuales con agresor desconocido, no son denunciados- bien porque creen que sus delitos no van a ser penalizados.En especial, los menores.

Por la violación de una niña de 12 años en Azuqueca fueron detenidos 6 jóvenes de entre 15 y 20 años. Los menores llegaron a un acuerdo para permanecer en un centro controlado durante tres años. Los tres pudientes detenidos por violar a una joven de 19 años en Alicante en abril de 2018, están en libertad. Los cuatro estudiantes de primero de la ESO que agredieron a una compañera en los vestuarios del Instituto en Melilla fueron expulsados del centro sólo de forma temporal.

Según los expertos, a pesar del camino recorrido, muchas mujeres siguen sin identificar un abuso sexual. Creen que a sus acompañantes «se les ha ido la situación de las manos», asegura Zorrilla. Y después está la realidad solapada: «La revolución sexual se ha vuelto en contra de las mujeres porque la sociedad española sigue siendo machista», añade para explicar cómo si las jóvenes se comportan como los hombres pueden salir trasquiladas. Ahí está el caso de la que denunció que en «el baño de una discoteca un hombre le había metido la mano en la vagina y le había lamido la cara y vio cómo el vigilante intentaba tranquilizarla sin poner una denuncia. O el de la que bailaba con libertad y se encontró con que un joven se le acercó por detrás, se apretó contra ella, y usó su collar como correa sin que pasara nada», cuenta Silva.

Las mujeres, cada vez más jóvenes, no denuncian por los motivos clásicos y también porque no saben exactamente si han sido objeto de delito. «Y no se están poniendo las medidas -algunas de ellas tan básicas como preparar a los policías que las atienden- para acabar con la impunidad de este 70% de agresiones», remacha.

Hay un vaticinio en el que todos coinciden: «Esta situación es muy grave. Y va a ir a peor».