En la ciudad suiza de Basilea los líderes de los bancos centrales mundiales se reúnen cada dos meses en una cena donde discuten sobre problemas de la economía y del mercado monetario.

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Estas conversaciones clandestinas están dedicadas a la crisis financiera mundial y la política agresiva de los bancos, informa The Wall Street Journal. Según el rotativo, los participantes en estas reuniones dominicales están realizando un arriesgado experimento basándose en las ideas concebidas en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), la institución educativa que en las décadas de 1970 y 1980 fue el 'alma mater' de muchos representantes de la élite financiera mundial.

Los licenciados del MIT suelen apoyar el modelo económico según el cual el Gobierno debe interferir en el funcionamiento del mercado en caso de amenaza de un colapso económico y los bancos centrales tienen un papel esencial en este esquema por su capacidad para regular las tasas del crédito. Tres de los representantes más poderosos de los bancos centrales en algún momento pasaron por el Departamento de Economía del MIT: Ben Shalom Bernanke, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos; Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo; y Mervin King, el gobernador del Banco de Inglaterra

Estas reuniones secretas se llevan a cabo en el piso 18 del Banco de Pagos Internacionales (BPI) en Basilea. Mervin King preside la cena, y la discusión seria comienza después de los aperitivos y el vino, cuando los participantes pueden expresarse con soltura y sinceridad. King suele pedir a sus colegas que hablen sobre las perspectivas de desarrollo de la situación económica en sus respectivos países, después de lo cual, los demás plantean preguntas al orador.

Desde 2007, los organismos reguladores inyectaron 11 billones de dólares en la economía mundial y van a invertir miles de millones más en bonos gubernamentales, hipotecarios y corporativos. Precisamente en estos encuentros se elabora y se acuerda la política monetaria de los bancos centrales en una atmósfera de confidencialidad absoluta, según The Wall Street Journal.