Francia tiene parte de la directa responsabilidad del derrumbe del Estado maliense. Ha sostenido desde los años 80 los programas de ajuste estructural de origen neoliberal que han destruído las escuelas y la salud pública y ha abierto un camino real a las instituciones islámicas que las han sustituido.

Ha respaldado la liberalización de la producción de algodón impuesta por el Banco Mundial, que aceleró el éxodo rural y la emigración, bloqueando esta última, aunque las remesas de los expatriados son mayores que la ayuda pública al desarrollo.

El AQMI se ha erigido en el principal enemigo de Francia

De todas maneras Sarkozy ya la había eliminado y contribuido al debilitamiento de la autoridad del presidente Amadou Toumani Touré exigiéndole la firma de un acuerdo de readmisión de los migrantes clandestinos, políticamente inaceptable a los ojos de la opinión pública, que luchaba desde 2010, sin él advertirlo, junto al ejército mauritano.

Esta militarización del problema en el norte de Malí ha proporcionado a Al-Qaeda en el Magreb islámico (AQMI), convertido en el principal enemigo de Francia en la extremidad de un "arco de crisis" que supuestamente va desde Pakistán hasta Mauritania, títulos de nobleza antiimperialista que le facilitan reclutar combatientes. Ha agrandado además la ola de desplazados y de refugiados, agravando la pobreza de las poblaciones saharianas.

¿Mala política ficción?

El golpe de gracia llegó en 2011: la guerra en Libia condujo a los tuaregs malienses enrolados en las filas del coronel Gadafi a regresar al país con más armas que equipaje. El resto es conocido: la proclamación de la independencia de Azawad, una vez consumada la derrota del ejército maliense - que, dicho sea de paso, se suponía un orgullo de la cooperación militar francesa - y de la OPA hostil a los yihadistas en el norte de Malí.

Por otra parte la guerra en Libia desorganizó los intereses económicos de las redes de negocios del coronel Gadafi cuyas inversiones contribuían a la estabilización del Sahel.

Finalmente la prohibición de los narcóticos y el freno coercitivo de la emigración que han impuesto las autoridades francesas. A pesar de la inanidad de tales políticas públicas proporcionan a los traficantes dos formidables rentas que corren el riesgo de producir en el Sahel los mismos efectos que en América Central: el desencadenamiento de una violencia paramilitar de la que formarán parte las grandes organizaciones criminales latinoamericanas, italianas, españolas, junto a los diferentes grupos armados locales.

¿Mala política ficción? La escena se desarrolla ya ante nuestros ojos con la criminalización de Guinea-Bissau, la creciente inclusión de otros estados de la región en el tráfico y financiación que el Movimiento por la Unidad y la yihad aprovechan de Malí en el Africa Occidental.

Francia y los países occidentales se han equivocado con relación al Sahel, luego de treinta años, cosechan lo que han sembrado.