Más de 100 personas fueron detenidas durante las manifestaciones de los chalecos amarillos en París, informó la Prefectura de Policía de la capital francesa.
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"A las 16.00 hora local (15.00 GMT) fueron arrestadas 105 personas", escribió en su cuenta de Twitter la institución bajo autoridad del Ministerio del Interior del país.
Según una corresponsal de Sputnik, los manifestantes construyeron barricadas en la Plaza de Italia y las prendieron fuego.
Las fuerzas especiales de la policía, a su vez, usaron cartuchos de gas lacrimógeno y bombas de humo para dispersar a la multitud.
Los chalecos amarillos tienen previsto llevar a cabo este fin de semana las
protestas a gran escala, incluidas las no autorizadas, dedicadas al primer aniversario de su inicio.
Esta previsto que las manifestaciones se celebren no solo en París, sino también en otras regiones francesas.
Los manifestantes, que visten prendas fluorescentes, protestaban en un principio por el alza en los precios de los combustibles y los impuestos, pero luego sus reivindicaciones se extendieron a otras demandas sociales y políticas.
Las manifestaciones
han derivado en múltiples enfrentamientos con las fuerzas del orden, destrucción de edificios y automóviles, saqueos y otros hechos violentos.
Comentario: Interesante el artículo de
Luis Rivas en Sputnik sobre la inclusión de grupos violentos al movimiento de los chalecos amarillos:
Triste primer aniversario. Grupos violentos que nada tienen que ver con los 'chalecos amarillos' históricos roban la protesta que hizo temblar al presidente Emmanuel Macron.
El amarillo no fue el color protagonista en el primer cumpleaños de las movilizaciones que asombraron al mundo. Fue el negro de los ultraizquierdistas solo interesados en los destrozos y el enfrentamiento con las fuerzas del orden el color que tiñó, especialmente en París, la conmemoración.
La protesta de la Francia ignorada, de esa porción de la sociedad francesa olvidada de la globalización y de la 'start up nation' con la que sueña el jefe del Estado parece desinflada, después de haber protagonizado todos los sábados desde el 17 de noviembre de 2018.
Es precisamente la violencia que las cámaras de todo el mundo recogieron en varias de esas manifestaciones las que han hecho renunciar a muchos de los primeros y originales chalecos amarillos que iniciaron su protesta en las rotondas de los pueblos y las ciudades del país, alejadas de los principales centros urbanos.
Un momento cumbre de esas acciones de violencia fue el asalto y el pillaje del Arco de Triunfo, uno de los monumentos emblemáticos no solo de la capital, sino de toda Francia. La protesta pacífica fue siempre infiltrada por grupos de black-blocs nativos y extranjeros, prestos a desplazarse por todo el Continente con el único objetivo de destrozar.
Concesiones del poder
Las peticiones de los chalecos amarillos fueron oídas en parte por Emmanuel Macron que, sorprendido por las acciones violentas en París, decidió desbloquear en enero pasado más de 17.000 millones de euros y a congelar muchas de las medidas que habían encendido la ira.
A partir de ese momento, se inició el declive de un movimiento que derivó en la radicalidad y en la imposibilidad de estructurar la protesta para organizarse políticamente y poder influir en la política social desde las instituciones del país.
Los propios chalecos amarillos originales aceptan ahora que les han robado la protesta. El enfado de esa población compuesta por trabajadores asalariados mal pagados, independientes sin contrato fijo, pequeños comerciantes o artesanos, alejados del interés de los partidos políticos y de los sindicatos históricos.
Humillados y ofendidos en un primer momento por representantes del Gobierno de Macron — "tipos que se pasan el día fumando y consumiendo diésel" — , los chalecos amarillos representaron en un inicio el grito de esos ciudadanos de la Francia periférica, de las zonas alejadas de las urbes, donde los servicios esenciales del Estado, hospitales, colegios o servicios como correos y bancos desaparecen día a día, obligándoles a recorrer cientos de kilómetros a diario para trabajar o poder curarse.
Los partidos políticos de la oposición no han conseguido recuperar la protesta amarilla. La Francia Insumisa, de Jean-Luc Melenchon intentó unirles a su "insurrección personal", pero fracasó estrepitosamente. La líder nacionalpopulista, Marine Le Pen, por su parte, también lo intentó, pero enseguida prefirió alejarse y ofrecer un ligero apoyo a las reivindicaciones sociales y económicas, sin utilizar argumentos ideológicos.
El Gobierno de Emmanuel Macron y su primer ministro, Edouard Philippe, saben que el movimiento de los chalecos amarillos sigue contando con la simpatía de una mayoría de franceses, según las últimas encuestas de opinión. Saben también que esos mismos ciudadanos son muy críticos con la violencia y con la imposibilidad de pasear o realizar compras cada sábado en el entro de las principales ciudades del país.
Una nueva oportunidad para los sindicatos
Para las centrales sindicales, el declive de los chalecos amarillos supone también un respiro, pues sus propias manifestaciones han quedado oscurecidas por el empuje y la novedad de sus nuevos competidores en la atención de la calle, de los políticos y de la prensa. Si la llama amarilla se apaga definitivamente, los sindicatos retomarán la iniciativa de la protesta y de la reivindicación y tendrán más oportunidades para integrar a los amarillos entre los manifestantes.
Así las cosas, tanto sindicatos como el propio Gobierno están ahora más centrados en la oposición que la calle va a ofrecer ante las sensibles reformas que Macron quiere llevar a cabo en prioridad: la de las pensiones y la del seguro de desempleo.
El 5 de diciembre está convocada una gran protesta en Francia para manifestarse contra la ampliación de la edad de jubilación, el fin de los regímenes de pensión especiales y contra la reducción de la indemnización para los parados, que verán también reducido el período de tiempo en el que podrán seguir recibiendo las ayudas.
A esa protesta se unirán sectores ahora también en lucha, como los estudiantes, los trabajadores de hospitales, de los transportes públicos e incluso de los bomberos y los propios policías que han estado en primera fila contra las protestas de los chalecos amarillos desde el primer momento. Una "coagulación de luchas" que puede provocar un segundo invierno de descontento al presidente Macron. Para muchos de los convocantes, la última oportunidad de frenar las reformas del presidente elegido para reformar.
Comentario: Interesante el artículo de Luis Rivas en Sputnik sobre la inclusión de grupos violentos al movimiento de los chalecos amarillos: