Traducido al español por el equipo de Sott.net

Para Michel Maffesoli, el uso generalizado de la mascarilla es una clara muestra de la estrategia totalitaria que la oligarquía está desplegando para someter a la sociedad civil bajo su control. Maffesoli analiza para nosotros esta obsesión por la propagación del miedo entre los individuos para poder controlarlos y someterlos mejor.

Causas de muertes entre enero y mayo en el mundo
© Fernand TrudelCausas de fallecimientos en el mundo entre el 1 de enero y el 1 de Mayo 2020

mascarillas covid
por Michel Maffesoli, profesor emérito en la Sorbona

Un mundo esterilizado por completo, un estado que promueve una vida libre de gérmenes, lo que induce al buen entendedor la necesidad de lavarse las manos tan a menudo como sea posible, a desarrollar medidas de protección y distanciamiento social, todo de acuerdo con el conocido mandato: "para su protección", ¡ese es el objetivo de la oligarquía gobernante, ni más, ni menos!

Repetidas en tono macabro y ad nauseam, tales recomendaciones y otros imperativos categóricos de la misma calaña subrayan muy bien lo que se pretende: una sociedad controladora que corre el riesgo de imponerse a todos y a cada uno de nosotros. Para aquellos que se arriesgan a lo peor, les esperan las incertidumbres, contrariamente a lo que creen los espíritus afligidos.

Hacia una sociedad controlada

Pero el peligro no deja de ser muy real. Los protagonistas del dominio de los medios de comunicación, en virtud del poder que detentan, intentan persuadirnos para que las normas que preparan una asepsia tan generalizada de la existencia sean aceptadas e incluso internalizadas, lo que hace muy difícil rebelarse contra el totalitarismo que está surgiendo.

Estos personajes del poder mediático, loros de la oligarquía política, vierten sin pizca de vergüenza una sarta de verdades a medias y lugares comunes que justifiquen el uso de mascarillas, el confinamiento y otras vanas recomendaciones que, a semejanza de los patógenos de una auténtica pandemia, tienden a contaminar, poquito a poco, a una multitud de ingenuos que encuentran en la mascarada generalizada la manera de darle sentido a una vida cada vez más desprovista de tal sentido.

Recordemos al respecto lo que Max Scheler ("Naturaleza y formas de la simpatía") llamaba, llanamente, los procesos de "contaminación emocional". Más cercano a nuestra época, Jean Baudrillard hizo un desarrollo exhaustivo de los poderosos e ineludibles mecanismos de la "viralidad".

Estas contaminaciones, esta viralidad son utilizadas para mantener o incluso consolidar la dictadura del dinero, reduciendo al hombre "animal político" a un animal económico. Es esto lo que el sistema está tratando de generar. Y seguirá haciéndolo para sobrevivir. Y esto es lo que lo impulsa a instituir regulaciones cada vez más meticulosas y estrictas. Siempre en nombre de la protección de la población. ¡Big Brother, el Gran Hermano, el que vela por la salud de todos!
Es con el fin de contrarrestar tal rebelión instintiva que la oligarquía recurre a las herramientas habituales de la política: la táctica y la estrategia. Táctica a corto plazo: mascarada generalizada, distanciamiento del otro, imposición de precauciones de diversa índole, prohibición de mítines y manifestaciones callejeras. Estrategia a largo plazo: aislamiento de cada individuo, estandarización galopante, infantilización creciente. Y todo con el fin de consolidar un poder que no podría ser más abstracto. Esta es su forma de proceder desde siempre: dividir para conquistar mejor.

Tuit de Michel Maffesoli
Domesticación de las masas

Paradójicamente, el determinismo económico de la oligarquía gobernante la lleva a crear una crisis económica a gran escala. Pero la paradoja sólo es aparente ya que el objetivo real de tal crisis consiste en instigar una estricta domesticación de las masas. A modo de ejemplos, citemos al cruel destino, apenas mediatizado, reservado a todos los oficios "anormales": prostitución, trabajo ilegal, intercambio de servicios, incluso la mendicidad: quizá no mueran del virus, sino de hambre y miseria. Porque ninguna de las medidas tomadas por un Estado repentinamente muy generoso están destinadas a estas personas. Sólo los que participan del "contrato social" se benefician de la protección social, la cual se basa en los reflejos del miedo y del retraimiento.

Esta estrategia del miedo es perversa a más no poder. Perversa en el sentido etimológico, por vía indirecta: por el miedo al desempleo, al empobrecimiento, a las deudas pendientes de pago, es la persecución inexorable del sistema tras su objetivo esencial: el de la sumisión de un pueblo siempre dispuesto a rebelarse. Urgente subyugación, porque como podemos observarlo en casi cualquier parte del mundo, la "revuelta de las masas" (Ortega y Gasset) vuelve a ser noticia.

La voz del instinto popular retumba cada vez más estruendosa cuando intuimos de manera más o menos confusa que el fundamento de cualquier democracia genuina, a saber, el del poder del pueblo, del poder instituyente, ya no tiene relevancia para el poder instituido, es decir, para el poder de una élite en decadencia.

La oligarquía contra la rebelión de las masas

Es para contrarrestar tal rebelión instintiva que la oligarquía utiliza las herramientas habituales de la política como la táctica y la estrategia. Tácticas a corto plazo: mascarada generalizada, distanciamiento del otro, imposición de precauciones de diversa índole, prohibición de mítines y manifestaciones callejeras. Estrategia a largo plazo: aislamiento de cada individuo, estandarización galopante, infantilización creciente. Todo con el fin de consolidar un poder que no podría ser más abstracto. Así es como siempre ha procedido: dividir y conquistar.

Abstracción del poder, porque como bien lo saben los observadores sociales más lúcidos, es la primum relationis, la relación esencial la que constituye la verdadera realidad de la naturaleza humana. Como señala Hannah Arendt, "es la presencia de los demás viendo lo que vemos, escuchando lo que oímos, lo que nos confirma la realidad del mundo", lo que afianza nuestra propia realidad.

¿Cómo podríamos vivir en tal "realidad", donde una mascarilla nos acompaña a cada paso, donde erigimos barreras que nos separan de los demás y donde retrocedemos ante los abrazos propios de este "Ordo amoris" inseparable de cualquier vida social? Pero esta táctica y estrategia del poder oligárquico se utiliza en un mundo aparentemente no totalitario en preparación a una auténtica dominación totalitaria. En efecto, tal totalitarismo es justo el objetivo último e íntimo de un Estado cada vez más obeso.

Recuerdo aquí el lúcido análisis de Guy Debord en sus "Comentarios sobre la Sociedad del Espectáculo". Demostró que las dos formas de lo espectacular: concentrado (nazismo, estalinismo) y difuso (liberalismo) conducían inevitablemente a un "espectacular integrado". El del poder mediático, el de la tecnocracia y el de los diversos expertos que les sirven la sopa. Todo esto, por supuesto, basado en una ciencia completamente desencarnada, siendo la ciencia nada más que una llamada industria científica. Esto da una nueva casta, la de los científicos que son sobre todo lo que podemos llamar "científicos comerciales" o representantes del comercio, legitimando a la oligarquía al proporcionarle como buenos vendedores los argumentos, los elementos de lenguaje y diversos clichés utilizados para dormir a la gente buena.

Políticos, periodistas, expertos, siempre de común acuerdo, por citar un comentario premonitorio de Guy de Maupassant, "una sociedad delicada, una sociedad elitista, una sociedad refinada y amanerada a la que le entra nauseas ante el espectáculo de los pueblos que luchan con su sudor y pasan fatigas" (La Vie errante - La Vida Errante). Náuseas ante un pueblo maloliente y que por tanto debe de mantenerse a distancia. Ahí reside la esencia del totalitarismo en vía de elaboración. No basta con mantener la distancia entre la élite y el pueblo, también hay que imponerla entre los miembros del pueblo.
El distanciamiento social, mediante medidas de protección, con el único objetivo de asegurarse el dominio completo sobre un pueblo que representa un peligro potencial permanente. Efectivamente, hay una estrecha relación entre la violencia totalitaria, la de la tecnocracia y la ideología del servicio público, la burocracia. La burocracia no está al servicio del pueblo ni por asomo, sino que lo somete a su servicio.

Tuit de Michel Maffesoli
El totalitarismo complaciente del Big Brother estatista

El distanciamiento social apoyándose en medidas de protección tiene por único objetivo garantizar el control sobre pueblos que siempre representan un peligro potencial. De hecho, existe una estrecha relación entre la violencia totalitaria, la de la tecnocracia y la ideología del servicio público, la burocracia. La burocracia no está al servicio de las personas, sino que somete a las personas a su servicio. Analizando la relación titánica entre tecnocracia y burocracia, en su momento hablé de un 'totalitarismo blando' (La Violence totalitaire, 1973 - La Violencia totalitaria, 1979). También podría haber dicho 'totalitarismo integrado'.

Integrado por todos estos 'imbéciles' deambulando igual que zombis enmascarados por las calles de nuestras ciudades. Imbéciles, estrictamente hablando, aquellos que caminan sin bastón (bacilo), estos bastones que nos hablan del discernimiento y del sentido común. Si estamos enmascarados, cómo podríamos conocer o reconocer al otro, es decir, en sentido literal, nacer con (cum nascere) o conocer (cum nocere) con este otro, que es la razón intrínseca de estar juntos.

La mascarilla generalizada, el distanciamiento clamado a tiempo y a contratiempo, estas son las principales armas del Big Brother estatista, aquel que a fuerza de esterilizarlo todo excesivamente crea un clima irrespirable, donde dentro de poco ya no será posible vivir. Vivir sencillamente, en sintonía con nuestros parientes, amigos, vecinos, relaciones cercanas y lejanas, lo que determina el habitus, aquellos principios prácticos, que según Santo Tomás de Aquino fundan la vida social.

El totalitarismo, por blando que sea, a través de los mandatos que acabamos de mencionar, tiene la pretensión (¿ambición?) de negar el mal, la disfunción o incluso el transhumanismo que apoya la idea de finitud y muerte.

Mascarada y danza macabra

Los principios prácticos del habitus, muy al contrario, no se emplean para negar la muerte, sino para adaptarse y acomodarse a ella lo mejor posible dentro de lo que cabe. ¿Y por qué? Simplemente porque esta acomodación, que es la capacidad de adaptarse a lo que es, conforma la base misma de la experiencia ordinaria y del conocimiento incorporado que proviene de ella. Resumiendo, la sabiduría popular, que las élites arrogantes llaman populismo, sabe que la tarea de la raza humana consiste en aprender a morir. Una tarea que concierne tanto al ser individual como al ser colectivo. Tarea que honra la grandeza de la naturaleza humana y que a largo plazo ha estado en la base de toda creación digna de este nombre.

Haciéndonos eco de esta sabiduría popular, conviene recordar al filósofo cuando dijo que el nacimiento y la muerte son, de hecho, las condiciones últimas que caracterizan la existencia humana. Cuando lo negamos, atrofiamos de forma singular 'el ímpetu vital' inducido por nuestra existencia humana. Los eventos culturales importantes, aquellos donde la vida era intensamente celebrada, siempre se han elaborado 'sub specie mortis'. Cuando sabemos encarar esta muerte inevitable, somos capaces de vivir la vida en comunidad intensamente. Porque nunca se repetirá lo suficiente, la esencia del politicon del Zoon reside en la comunicación.

Es justo este carácter relacional el que tratan de negar, de denegar las diversas medidas de prevención que la oligarquía intenta imponer. Estos mandatos que pretenden protegernos por nuestro bien son verdaderas máquinas de guerra contra el pueblo. Precisamente porque inducen formas de pensar y de actuar absolutamente esterilizadas, lo que conduce inevitablemente a la desintegración del vínculo social debilitado por la histeria y los fantasmas, causa y efecto de una supuesta pandemia.

Hice alusión a la imbecilidad de quienes llevan siempre sus mascarillas allá donde van. Al inclinarse ante la mascarada generalizada, aquellos que encuentran su lugar en este baile de máscaras no hacen más que recrear la danza macabra de antiguas memorias. ¡Qué suene la gaita!
mascarilla Covid-19
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