Apenas dos años después de que Cristóbal Colón llegara a América, la tensión entre España y Portugal por los territorios ameritó una negociación que cambiaría los mapas para siempre. Así nació el Tratado de Tordesillas, que aún es visto como ejemplo de diplomacia y que pudo haber llevado a la guerra a Argentina y Brasil.
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En la actualidad, Tordesillas es una pequeña localidad española de menos de 9.000 habitantes ubicada en la provincia de Valladolid (noroeste). Sin embargo, hace más de cinco siglos fue sede de uno de los episodios que marcarían parte de la historia de la humanidad: la firma del tratado con el que España y Portugal se repartieron América.

La llegada a América de Cristóbal Colón en 1492 abrió — literalmente — un nuevo mundo para los países europeos cuyas flotas marítimas tenían la capacidad de adentrarse en largas expediciones. Los dos reinos de la península ibérica, España y Portugal, eran potencias marítimas al finalizar el siglo XV y no estaban dispuestas a perder la oportunidad.

El problema era, justamente, la rivalidad entre los vecinos del sur de Europa. El último diferendo había sido la sucesión del trono de Castilla tras la muerte de Enrique IV, resuelto en 1479 cuando Isabel de Castilla y Fernando de Aragón suscribieron, junto a Alfonso V de Portugal, el Tratado de Alcáçovas.

Ese documento es considerado un antecesor del Tratado de Tordesillas puesto que por primera vez ambas potencias firmaron un acuerdo sobre sus posesiones en el Océano Atlántico: mientras Portugal se aseguraba mantener el control sobre la costa oeste de África e islas como Cabo Verde, Castilla se aseguraba el control de las Islas Canarias.

La dominación del continente americano obligó a volver a negociar. De hecho, cuando Colón hizo escala en Lisboa al regreso de su primer viaje al continente americano, fue recibido por el rey Juan II de Portugal, quien le comunicó que los territorios que había encontrado pertenecían, según el Tratado de Alcáçovas, a los portugueses.

Con el conflicto nuevamente en pie, los reyes españoles solicitaron la intervención del papa Alejandro VI, confiando en que la participación del sumo pontífice garantizaría una resolución favorable a Castilla. El papa emitió en 1493 lo que se conoce como bulas alejandrinas, una serie de disposiciones que, en síntesis, reconocen el derecho de la corona española a quedarse con todos los territorios ubicados a cien leguas al oeste de Cabo Verde y los azores.

Por supuesto, el tratado resultó inaceptable para Juan II de Portugal, ya que la línea de demarcación planteada por el Vaticano dejaba a la costa africana como única posesión colonial de Lisboa y entregaba el continente americano en su totalidad a la corona española.

Las diferencias estaban nuevamente latentes pero el temor a iniciar otro desgastante conflicto impulsó a las potencias a sentarse a negociar. Así como en 1479 las potencias habían negociado en la ciudad portuguesa de Alcáçovas, el nuevo diálogo tuvo sede en Tordesillas, una localidad que en ese momento se encontraba en un punto estratégico para las comunicaciones entre ambos territorios.

Las negociadores insumieron varios meses y se llevaron a cabo en una torre de Tordesillas en la que actualmente se encuentra el Museo del Tratado de Tordesillas. El proceso de intercambio es considerado un antecedente de la diplomacia moderna, ya que el texto fue acordado por primera vez por funcionarios enviados específicamente con ese fin por los monarcas.

El punto crucial del acuerdo fue cómo debía hacerse el reparto. Ante la negativa a la solución papal, Portugal propuso cambiar la división vertical por una horizontal — es decir, cambiar un meridiano por un paralelo — de forma de reservar a los españoles los territorios al norte de la línea y a Portugal los del sur.

España no aceptó pero a cambio propuso extender la línea planteada por el papa de 100 a 350 leguas. De esta forma se tomaba en cuenta el reclamo portugués de asegurar posesiones en la costa del nuevo continente, algo que consideraban crucial para que sus barcos pudieran hacer escala sin tocar posesiones españolas.

El Tratado de Tordesillas se firmó finalmente el 7 de junio de 1494 con la línea divisoria fijada en 350 leguas al oeste de Cabo Verde. Ambas potencias parecían retirarse satisfechas del acuerdo, aunque desconocían que las dificultades de la época para fijar límites geográficos con precisión jugarían en favor de los portugueses.

¿Argentina y Brasil en guerra?

Así fue que, mientras para cartógrafos españoles el tratado solo atribuía a Portugal los territorios de la actual región nordeste de Brasil, algunos de sus colegas portugueses interpretaban que el dominio luso llegaba hasta el Río de la Plata. Respaldados por esto último, en 1680 una expedición portuguesa encabezada por Manuel Lobo alcanzó la costa frente a Buenos Aires y fundó la ciudad de Colonia del Sacramento, actualmente ubicada en Uruguay.

La intervención portuguesa volvió a enfrentar a España y Portugal. Durante los siguientes 100 años, el enclave de Colonia pasó de manos españolas a portuguesas en varias ocasiones hasta que en 1777 un nuevo tratado, esta vez el de San Ildefonso, reservara definitivamente la ciudad para los españoles, a cambio de que Madrid se olvidara de la isla de Santa Catarina, territorio en el que actualmente se encuentra la capital del estado, Florianópolis.

Los diferendos territoriales volverían a reavivarse en el siglo XIX, ya con una España debilitada por las Invasiones Napoleónicas y un Reino de Brasil constituido por la presencia en territorio americano de la familia real portuguesa.

La debilidad española había favorecido los procesos de independencia de sus colonias en Sudamérica. Sin embargo, en el sur del continente, los conflictos entre los revolucionarios de Buenos Aires y los de Montevideo habían dejado vulnerable a la Provincia Oriental, territorio ubicado al este del río Uruguay coincidente con el actual Uruguay.

En la última alusión a Tordesillas, Brasil aprovechó el conflicto para intentar una nueva ocupación que le permitiera alcanzar, por fin, las costas del Río de la Plata. Lo consiguió en 1816 y convirtió al territorio en la Provincia Cisplatina, que entre 1817 y 1828 quedó en manos del gobernador portugués Carlos Federico Lecor.

En 1828, la expedición de los que serían conocidos como los 33 Orientales recuperó Montevideo en favor de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, la incipiente Argentina quería evitarse un enfrentamiento directo con Brasil por lo que se entabló una nueva negociación, esta vez denominada Convención Preliminar de Paz y realizada en Río de Janeiro en 1828.

Las dificultades para que las potencias sudamericanas alcanzaran un acuerdo llamaron la atención del Reino Unido, que ya veía con gran interés el potencial del Río de la Plata para el comercio regional. Fue así que un enviado británico, Lord John Ponsonby, pasó a la historia por poner fin a siglos de diferendos territoriales en la zona con su idea de crear en el lugar un nuevo estado independiente: la actual República Oriental del Uruguay.