La medida tuvo lugar tras el ataque del Japón Imperial a la base aérea estadounidense en Pearl Harbor, ocurrido el 7 de diciembre de 1941.
FDR Concentration camp
© Deconocido
Uno de los episodios más oscuros de la Segunda Guerra Mundial fue el internamiento forzoso de miles de personas de ascendencia japonesa en campos de concentración creados en EE.UU. a principios de la década de 1940.

Aproximadamente dos tercios de los reclusos eran ciudadanos estadounidenses de pleno derecho. Décadas después, las autoridades del país norteamericano admitieron que lo habían hecho basándose en prejuicios raciales y por la histeria provocada por el conflicto bélico. En la actualidad, los descendientes de las víctimas luchan para que sus historias no sean olvidadas y tampoco vuelvan a repetirse.

La medida tuvo lugar tras el ataque del Japón imperial a la base aérea estadounidense en Pearl Harbor (Hawái), ocurrido el 7 de diciembre de 1941. Al cabo de dos meses, el presidente Franklin D. Roosevelt firmó una orden ejecutiva en virtud de la cual más de 125.000 individuos de ascendencia japonesa acabarían en campos de concentración.


En su día, la reubicación fue apoyada de manera popular. Según una encuesta realizada en marzo de 1942, el 59 % de los estadounidenses se mostró a favor de la medida, incluso en los casos de personas que habían nacido en el país norteamericano.

Duras condiciones

Las condiciones en los campos de concentración eran muy duras. La mayoría estaban situados en territorios remotos y desolados, como las llanuras de Arizona. Las familias se veían obligadas a compartir barracones de estilo militar. Pese a que con el tiempo se instalaron algunos servicios como escuelas, estaban obligados a comer en instalaciones comunes o usar baños compartidos. Si se resistían o rebelaban de alguna forma, acababan en un campamento especial para disidentes.

"Las políticas racistas y la discriminación social hacia los estadounidenses de origen asiático y los estadounidenses de origen japonés ocurrieron desde la fundación del país", señaló Phillip Ozaki, director de programas en la Liga de Ciudadanos Americanojaponeses, que es descendiente de represaliados. "La otra razón por la que la gente debería saber que esto sucedió fue económica", añadió, denunciando que hubo gente en California y funcionarios gubernamentales que querían sacar a los japoneses de sus hogares para arrebatarles sus granjas, tierras y desarrollo económico.

Pero la persecución de los llamados "enemigos extranjeros" no se limitó al país norteamericano. El Gobierno de EE.UU. salió de sus fronteras y apresó y trasladó a los campos de concentración a más de 2.000 latinoamericanos de ascendencia japonesa de trece países, la mayoría de Perú, con el objetivo de intercambiarlos por presos de guerra estadounidenses.

Con el fin de la contienda llegaría el cierre de los campos, pero no fue hasta 1988 cuando el presidente Ronald Reagan se disculpó por lo ocurrido y autorizó una compensación de 20.000 dólares para cada exdetenido estadounidense que siguiera con vida. "Prejuicios raciales, histeria de guerra y falta de liderazgo político", describiría la propia legislación a los causantes de este episodio histórico.