El año pasado, los europeos presenciaron la perspectiva de una auténtica crisis energética cuando decidieron restringir sus importaciones de combustibles fósiles procedentes de Rusia, lo que provocó que los precios de la energía en el continente se dispararan hasta alcanzar máximos históricos.
Invierno
© AFP 2023 / Gints Ivuskans
Hoy en día, los dirigentes de la Unión Europea (UE) ya se esfuerzan por encontrar los medios de obtener energía suficiente para sobrevivir al próximo invierno, que promete ser mucho más duro que el del año pasado.

Tras sumarse al frenesí de sanciones contra Moscú a instancias de los estadounidenses, Europa ha tomado el camino de intentar reducir su dependencia de las materias primas rusas, a pesar de que tales medidas son claramente perjudiciales para sus propias poblaciones y la competitividad de su industria.

Con el objetivo de eliminar por completo las importaciones energéticas rusas de aquí a 2030, la UE ha acabado haciendo el juego a la estrategia estadounidense en el continente, que pretende que los europeos dependan de Washington no solo en términos de seguridad, sino también desde el punto de vista energético.

Al fin y al cabo, EEUU es experto en crear problemas y luego ofrecer soluciones que satisfagan sus intereses económicos. Así ocurrió, por ejemplo, con la insistencia estadounidense en vender su gas natural licuado a los europeos para cubrir el vacío dejado por el gas ruso.

Pues, hasta el estallido del conflicto ucraniano el año pasado, la gran dependencia de la UE de los productos energéticos vendidos por Rusia, principalmente gas natural, petróleo y carbón, había sido uno de los principales motivos de preocupación para los responsables políticos de EEUU. Esto se debe a que, durante la década de 2000, los europeos compraron a Rusia alrededor del 40% de su gas natural y el 30% de su petróleo, lo que implica una sólida relación de complementariedad económica entre Moscú y el continente.

Sin embargo, como consecuencia de los desacuerdos políticos y la intromisión estadounidense en Europa del Este, el Kremlin se encontró en una situación en la que sus exportaciones de energía a Europa se redujeron gradualmente, sobre todo cuando los europeos se embarcaron en el juego geopolítico de enfrentarse a Rusia mediante sanciones.

En este contexto, se produjo una reducción de alrededor del 80% en el valor del comercio energético entre Moscú y el continente para 2022. Sin embargo, Moscú ha conseguido sortear las sanciones, estableciendo relaciones aún más estrechas con potencias asiáticas como China y la India. El año pasado, por ejemplo, Rusia ya se había convertido en el principal proveedor de petróleo de la India, superando a países como Irak y Arabia Saudita.

No obstante, de acuerdo con datos recientes de la administración aduanera china, en los seis primeros meses de 2023 Rusia también lideró los suministros de petróleo a China. En última instancia, dada la estrategia de la UE de reducir su dependencia del gas y el petróleo rusos, Moscú ha establecido importantes alianzas comerciales con China e India, lo que representa un hito geopolítico para Eurasia, frustrando así los planes europeos de debilitar a Rusia.


Por tanto, el bloqueo del suministro de gas ruso a Europa supuso un trágico golpe no solo para el sector energético europeo y el bolsillo de sus ciudadanos, afectando al coste de la vida de familias y empresas, sino también desde el punto de vista geopolítico, ya que sirvió para consolidar el eje Moscú-Nueva Deli y Pekín en Eurasia.

Los gobiernos europeos se enfrentan actualmente a la difícil tarea de sobrevivir al próximo invierno, ya que no quieren depender de los recursos energéticos rusos. Para empeorar la situación, protestas como las que han tenido lugar recientemente en Francia — así como en otros países — demuestran un alto grado de insatisfacción popular con las autoridades, que probablemente se agravará en caso de que continúe el deterioro de los precios de los productos básicos y de la energía.

Este momento es especialmente desfavorable para los europeos, que siguen insistiendo en el error estratégico de sancionar a Rusia, exponiéndose a una grave crisis energética y social. Es más, las nobles iniciativas políticas de la UE para establecer una economía verde (también conocida como 'Go Green'), destinadas a lograr una reducción del 55% de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2050, también han resultado contraproducentes.

El continente, que estaba en proceso de reducir voluntariamente su dependencia de los combustibles fósiles hacia una economía más limpia, se vio afectado negativamente por esta repentina oleada de sanciones contra Rusia. La falta de suministro de gas ruso obligó a utilizar cada vez más carbón para satisfacer las necesidades energéticas de Europa.

Dado que el carbón es el combustible fósil más perjudicial precisamente por sus emisiones de carbono, el discurso europeo sobre la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero no era por tanto más que retórica vacía.

En resumen, Europa se dio cuenta de que lograr la seguridad energética y una economía ecológica eran tareas mutuamente excluyentes. Por si fuera poco, durante el último invierno — que resultó ser relativamente suave — las autoridades del bloque animaron a sus ciudadanos a bajar la temperatura de sus termostatos (que controlan las calefacciones domésticas) unos 0,6 grados centígrados.

En otras palabras, se animó literalmente a los europeos a pasar más tiempo en casa, todo en nombre de la llamada 'causa ucraniana' y de su oposición irrestricta a Moscú. En resumen, el año pasado la buena suerte de Europa llegó en forma de un invierno suave.

Sin embargo, la promesa es que el próximo será mucho más duro que el anterior. Pero además del frío, Europa tendrá que lidiar con un escenario de elevada inflación y constante agitación popular (véase el caso de Francia), en gran medida como consecuencia de sus políticas de aislamiento de Rusia.

Al fin y al cabo, mientras no abran los ojos a sus propios errores, los europeos seguirán sometidos a las amenazas del próximo invierno.