Traducido por el equipo de SOTT.net

En 2020, vi morir la nueva normalidad justo delante de mí. Aquí está la historia.
Helpful Map
© Alex Krainer's TrendCompass
El incumplimiento pacífico puede no parecer gran cosa. No hace revoluciones, ni es adecuado para las epopeyas al estilo de Hollywood sobre la lucha por la libertad. Pero en realidad es extraordinariamente poderoso, como intentaré transmitir con esta experiencia personal.

El 22 de mayo de 2020, después de tres meses de encierros, por fin se abrieron algunas playas del sur de Francia. Tras semanas de restricción en casa con dos niños pequeños, aproveché y bajé a la orilla del mar. Sin embargo, iba a ser una experiencia de nueva normalidad, con muchas normas y restricciones nuevas. Estaba tan horrorizado con lo que me encontré allí que me negué a participar en lo que parecía un trato humillante, así que me limité a dejar unas toallas en la hierba, con vistas a la escena de la playa de nueva normalidad.

Durante los cuatro días siguientes me limité a observar mientras mis hijos correteaban y jugaban. Más tarde escribí un artículo titulado "Un día de playa en un mundo feliz" en mi blog The Naked Hedgie. Lo que no me di cuenta en aquel momento es que estaba viendo cómo la nueva normalidad se desintegraba y moría justo delante de mí, bajo el peso del simple incumplimiento de la gente.

La nueva normalidad

Nuevas normas definían el uso de la playa. Estas normas se indicaban claramente a la entrada de una zona restringida: los bañistas podían disfrutar de una franja de arena de unos 20 metros entre las 8 de la mañana y las 5 de la tarde durante un máximo de una hora. Un mapa (véase más arriba) indicaba por dónde bajar a la playa y por dónde volver.

La gente debía dejar sus pertenencias en una zona especialmente designada y no se les permitía deambular, charlar o merodear por la playa después de nadar.
Designated areas
© Alex Krainer's TrendCompass
Bonitas vallas metálicas y cinta policial delimitaban las zonas autorizadas...
Fenced Areas
© Alex Krainer's TrendCompass
Para asegurarse de que todo el mundo cumplía las normas, la policía estaba presente, todos con chalecos antibalas y armados con pistolas:
Thugs in Uniform
© Alex Krainer's TrendCompass
En total, la zona de baño autorizada estaba vigilada por ocho policías más dos socorristas que también forman parte del cuerpo policial.
More Thugs in Uniform
© Alex Krainer's TrendCompass
Uno de los agentes llevaba un fusil automático. Durante todo el tiempo que le observé, mantuvo el dedo índice junto al gatillo del rifle, como si fuera necesario empezar a disparar a los bañistas en cualquier momento.
Trigger Happy
© Alex Krainer's TrendCompass
Sin embargo, algunas personas no entendieron las nuevas normas y la policía no tardó en darles un escarmiento. Afortunadamente, no dispararon a nadie: esta vez bastaron unas multas de 135 euros (unos 150 dólares).
Fined
© Alex Krainer's TrendCompass
Estos incumplidores dejaban sus bolsas y toallas fuera de la zona autorizada. Pero para la mayoría de la gente, los silbidos y gritos periódicos de la policía eran suficientes para evitar que se alejaran demasiado del recinto autorizado. Además, las normas y reglamentos se anunciaban por megafonía cada 30 minutos aproximadamente.

Cómo la nueva normalidad se transformó en la vieja normalidad

El primer día fue doloroso de ver. La policía no paraba de silbar y ladrar órdenes a la gente para imponer las ridículas nuevas restricciones. En realidad, la gente no desafiaba las órdenes, simplemente hacía lo que hace la gente: quedarse a charlar con los demás. De vez en cuando, alguien se sentaba en la arena, y era evidente que algunos no entendían las normas.

Por alguna razón, algunos se adentraban en las zonas restringidas. Ya el segundo día empecé a notar que a la policía no le hacía mucha gracia hacer cumplir las normas. Podías verles silbar a alguien, gritarle algo, pero si la persona no oía o entendía mal las instrucciones, simplemente desistía. Entonces empecé a notar que los policías veían a la gente infringir las normas, pero miraban hacia otro lado, fingiendo que no lo veían. Algunos policías se paraban a charlar con la gente que conocían. Obviamente, disfrutaban mucho más del momento social que de vigilar la playa.

En aquel momento, no era plenamente consciente de lo que estaba presenciando. Sentí alivio al ver que el régimen similar a un campo de concentración se estaba desintegrando, pero no comprendí del todo que la nueva normalidad estaba muriendo allí mismo, delante de mí, bajo el peso de la gente por el simple hecho de ser seres humanos. Dejé de hacer fotografías después del segundo día, pero recuerdo que el cuarto día, el 26 de mayo de 2020, la playa volvía a estar llena de gente por todas partes, como en la "vieja normalidad". Se retiró el recinto autorizado, la policía renunció por completo a hacer cumplir las normas y los altavoces enmudecieron.

¿Qué pasó?

Lo que pasó no fue del todo obvio. Nadie discutió con la policía. Nadie les insultó ni les agredió. Después de tres meses de encierros, la gente parecía contenta de estar fuera al sol, y el ambiente parecía jovial a pesar de las restricciones. Parece que simplemente no les molestaban demasiado las normas y las cumplían de una manera descuidada y despreocupada, que se fue haciendo más descuidada a lo largo de los cuatro días. La propia policía no debía de estar muy por la labor de vigilar a los bañistas, y el cumplimiento de las normas también fue descuidado hasta hacerse inexistente.

Quizá lo único que ocurrió fue humanidad. Los seres humanos no somos termitas. Nuestra conducta diaria se rige por nuestros valores y nuestras inclinaciones naturales. Valoramos la libertad. Valoramos a nuestros hijos, a nuestros amigos y vecinos. Disfrutamos socializando y relacionándonos con los demás, contándoles nuestras historias y escuchando las suyas. Y nos gusta pensar que nuestra vida tiene algún sentido y propósito. Lo mismo puede decirse de la policía. Sin duda, tenían sus órdenes, pero también sus hijos podían estar entre los bañistas.

Toda la fea farsa se desintegró porque era una afrenta a nuestra humanidad común.

El poder del incumplimiento

Esta experiencia puso de relieve el extraordinario poder del incumplimiento pacífico, así como las limitaciones de la aplicación de la ley. Si un incumplimiento tan suave, casi involuntario, pudo deshacer en sólo cuatro días la nueva normalidad que alguien había planeado e implantado cuidadosamente, y sin que nadie necesitara lanzar cócteles molotov, agredir a la policía o demoler nada, ¿cuánto más podría conseguir un incumplimiento deliberado.

Por último, también es importante reconocer que los cambios que deseamos siempre se desarrollan a lo largo del tiempo, por lo que debemos estar preparados no sólo para ser decididos y no tener miedo, sino también para ser pacientes, incluso con aquellos encargados de oprimirnos.