Traducido por el equipo de SOTT.net

El mes pasado, en plena efervescencia de la surrealista "Bidenomics", publiqué un artículo titulado "Nada ha terminado: La inflación está a punto de volver con fuerza". En él esbozaba los conceptos erróneos que rodean al IPC y cómo no es un modelo exacto de los efectos de la inflación. También señalé que el índice había sido manipulado a la baja por Joe Biden mientras inundaba el mercado con petróleo procedente de las reservas estratégicas. Dado que muchos elementos del IPC están relacionados con la energía, Biden había creado una caída artificial del IPC utilizando esta estrategia.
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Sostuve que cuando las reservas estratégicas se agotaran y Biden perdiera su influencia, el IPC volvería a subir y los precios de una serie de artículos de primera necesidad aumentarían. Esto está ocurriendo ahora, con el mayor aumento del IPC en 14 meses y los precios de la gasolina recuperando sus máximos históricos.

La inflación no va a desaparecer pronto, pero la cuestión más importante es quién se beneficia más de la inflación y de la subida de precios. La respuesta puede ser obvia para algunos, pero mucha gente ignora la raíz de la disfunción inflacionista y a menudo la ve como consecuencia de un caos económico aleatorio más que como producto de una inteligente ingeniería. La verdad es que los oligarcas de la banca y las autoridades políticas se deleitan con el maremoto inflacionista porque es una oportunidad perfecta para instituir controles socialistas de largo alcance sobre los recursos.

En la mayoría de los casos, los banqueros centrales son los principales culpables de la creación de un acontecimiento inflacionista, y la palabra "creación" se aplica mejor porque es casi imposible que se produzca una inflación manifiesta sin ellos. Aunque la oferta monetaria no es el único factor de la inflación (lo siento, puristas, pero hay otras causas), es el más importante. Más dinero persiguiendo menos recursos desencadena la inestabilidad de la oferta y los precios suben. Los bancos centrales tienen una serie de excusas sobre por qué "necesitan" conjurar más dólares o pesos o libras o marcos, pero no hay duda de que saben cuál será el resultado final.

Ha ocurrido demasiadas veces como para que no lo sepan...

Estos acontecimientos inflacionistas desencadenan un previsible juego de dominó tanto en la sociedad como en la economía y las finanzas. Subidas de precios, disminución del ahorro, aumento de la pobreza, aumento de la delincuencia y subida de los tipos de interés. A esto le siguen, en la mayoría de los casos, subidas fallidas de los tipos, más inflación, luego más subidas, disminución de la inversión extranjera en deuda, vertido de divisas (causando más inflación), desplome del gasto de los consumidores y pérdida de puestos de trabajo.

Este mismo patrón se ha observado desde la Alemania de Weimar de la década de 1920 hasta los EEUU de la década de 1970, pasando por Yugoslavia en la década de 1990, Argentina y Venezuela en la década de 2000 y más allá. Pero, ¿qué ocurre después? En todos los casos, la tendencia lleva primero a controlar los precios de productores y distribuidores, lo que acaba fracasando. Luego viene el racionamiento gubernamental y la absorción total de las necesidades, incluido el suministro de alimentos.

¿Crees que no puede ocurrir en EEUU? Pues ya ha ocurrido. En 1971, Richard Nixon promulgó la Orden Ejecutiva 11615 (en virtud de la Ley de Estabilización Económica establecida en 1970), que exigía la congelación de salarios y precios durante 90 días para contrarrestar la inflación. Fue una acción extremadamente rara fuera de una guerra mundial y convenientemente tuvo lugar durante el ciclo electoral. Hay que tener en cuenta que la verdadera crisis inflacionista aún no se había producido, pero los controles de precios dieron a los mercados un impulso a corto plazo y permitieron a Nixon ganar las elecciones.

En 1973, los controles volvieron durante el Embargo Árabe del Petróleo. Fracasaron y provocaron una inflación a largo plazo del precio de la gasolina. Gerald Ford hizo entonces un llamamiento a las empresas estadounidenses para que instauraran controles de precios en el marco de su campaña "Lucha contra la inflación ahora"; fue objeto de burlas e incluso se mofó de ello un joven Joe Biden (que ahora afirma falsamente haber resuelto su propio problema de inflación con su inútil Ley de Reducción de la Inflación).

Por último, Jimmy Carter introdujo "directrices" (controles) de precios y salarios que recompensaban a las empresas que subían los precios por debajo de un porcentaje establecido. Las empresas que subieran los precios por encima de ese porcentaje y obtuvieran beneficios antes de impuestos superiores a los de los dos años anteriores serían penalizadas. En ningún caso podía una empresa aumentar su beneficio en dólares más de un 6,5%, a menos que el exceso fuera atribuible a un aumento del volumen de ventas por unidad. Este plan, por supuesto, tampoco consiguió frenar la inflación.

En última instancia, la Reserva Federal tuvo que subir los tipos hasta alrededor del 20% en 1980 y 1981 para detener la inflación exponencial, que provocó considerables pérdidas empresariales y un elevado desempleo.

El problema es simple, los controles de precios conducen a la pérdida de incentivos para obtener beneficios, lo que lleva a una menor producción. Menos producción conduce a menos oferta y menos oferta conduce a un aumento de los precios. Esto se suma al cáncer de raíz que es la creación de dinero fiduciario. Los políticos rara vez o nunca abordan la causa real de una crisis inflacionaria: el gobierno y los bancos centrales. En su lugar, tratan de culpar al libre mercado, a las empresas "codiciosas" y a la obtención de beneficios en tiempos de crisis.

Desgraciadamente, el patrón se repite hoy de nuevo, ya que ahora resulta evidente para el público que las subidas de los tipos de interés de los bancos centrales no están teniendo un efecto significativo y el público sigue pagando entre un 25% y un 50% más por la mayoría de los bienes que adquiere en comparación con hace tres años. A medida que avanza la inflación, varios gobiernos de izquierdas están debatiendo abiertamente el control de los precios.

Hace poco el presidente de Canadá, Justin Trudeau, ordenó a las principales cadenas de supermercados del país que redujeran los precios, al tiempo que las amonestaba por obtener mayores beneficios, insinuando que eran la causa de la inflación. En Canadá, los márgenes de beneficio de los supermercados se han estancado debido al aumento de los costes. Si nos fijamos únicamente en los beneficios brutos, sin tener en cuenta la inflación de los costes de producción, transporte, distribución y salarios, podría parecer que estas empresas se están forrando. No hay ninguna prueba que apoye esta afirmación.

Lo que está haciendo Trudeau es fingir que es estúpido mientras aplica una estrategia muy inteligente de buscar chivos expiatorios. El gobierno y los banqueros centrales son la causa fundamental de la inflación, pero al culpar a los sectores empresariales individuales, prepara el terreno para los controles de precios impuestos por el gobierno. Una vez que el gobierno haya condicionado al público a aceptar el racionamiento, las élites controlarán el acceso de toda la población a los alimentos y a las necesidades básicas.

Algunos dirán: "Bueno, eso es en Canadá, ¿y en EEUU?". La misma agenda está en marcha aquí, pero se está llevando a cabo a nivel municipal y estatal. Por ejemplo, el alcalde socialista de Chicago, Brandon Johnson, acaba de anunciar un plan para que la ciudad (con fondos de impuestos estatales y federales) construya tiendas de comestibles gestionadas por el gobierno en "desiertos alimentarios". Se trata de lugares donde una combinación de inflación y robos en tiendas ha obligado a los tenderos a abandonar ciertas zonas de la ciudad.

El programa de Chicago incluiría medidas de control de precios y hay muchas posibilidades de que estas instituciones recurran al racionamiento en el futuro. También se están estudiando proyectos similares en otras ciudades del país. En otras palabras, las ciudades de izquierdas están ahuyentando a las empresas mientras planean sustituir los "servicios esenciales" por operaciones gestionadas por el gobierno.

El año pasado escribí sobre la inevitabilidad del racionamiento gubernamental tras los controles de precios en mi artículo "La trampa de la estanflación conducirá a la renta básica universal y al racionamiento de alimentos". El racionamiento suele producirse cuando fracasan los controles de precios. Hace mucho tiempo que los EEUU no se enfrentan a este tipo de condiciones, pero es probable que lo hagamos en un futuro próximo. Esta vez, creo que si se le da al establecimiento el poder de racionar, no lo soltarán nunca más.

El racionamiento también podría utilizarse para inducir al público a aceptar la Renta Básica Universal (RBU) y las monedas digitales de los bancos centrales (CBDC). Los centros de alimentación gestionados por el gobierno pueden restringir fácilmente las compras de bienes a una lista limitada de artículos, y también exigir el pago mediante métodos específicos (como las monedas digitales). En poco tiempo, el dinero en efectivo desaparecería porque los minoristas, presionados por el gobierno, se negarán a aceptarlo.

Es difícil saber qué nos deparará el futuro en términos políticos, dado que la próxima campaña presidencial se presenta como un completo circo. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, tanto los presidentes demócratas como los republicanos han intentado controlar los precios en el pasado. Hay que ejercer presión pública (a nivel estatal como mínimo) para impedir que esto ocurra. Por muy cómodo que parezca culpar a productores y distribuidores, la verdadera amenaza procede de gobiernos y bancos. No podemos permitir que los causantes de la crisis se beneficien también de ella dándoles aún más poder.
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