Ángel Guerra Cabrera
Rebeliónjue, 26 jul 2012 11:38 UTC
El tercer veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad (CS) de la ONU al intento intervencionista de la OTAN en Siria ha dado pie a un coro de moralinas de Hillary Clinton y sus homólogos occidentales contra ambas potencias. Moscú y Pekín son insensibles al sufrimiento del pueblo sirio, alegan, y se rasgan las vestiduras con la hipocresía inherente a las elites gobernantes anglosajonas y gala. Como si no fuera Estados Unidos quien con la mano en la cintura ha ejercido el veto alrededor de 60 veces en contra de los derechos del martirizado pueblo palestino y a favor de perpetuar la ocupación israelí. Por cierto, a juzgar por la borrachera liberal de algunos intelectuales en tiempos recientes parecería que la lucha contra el imperialismo y el colonialismo y, por consiguiente, liberar a Palestina del yugo sionista, ha dejado de ser el referente principal del movimiento de liberación árabe. ¿De qué se trata? ¿De romper el cemento que durante décadas unió a todos los patriotas y revolucionarios árabes?
Al mismo tiempo, en el colmo de la desvergüenza, el eje Washington-Londres-París parecería - como en Libia- compartir el lecho con Al Quaeda, de cuyo protagonismo en la "liberación" de Siria llegan cada vez más indicios. Este dato lleva a pensar que la organización terrorista fundada por Osama Bin Laden y sus similares serán actores señeros en el magno proyecto de reestructuración del Gran Medio Oriente diseñado por Estados Unidos e Israel. Desde los primeros años de la ocupación de Irak era pregunta obligada cómo fue que de buenas a primeras apareció allí en escena la organización responsable de los atentados del 11/S, se convirtió en el verdugo de la mayoritaria comunidad chiita y pieza fundamental de la guerra sectaria. Hoy vemos que esa guerra se ha extendido a Siria, vuelve a tomar fuerza en Irak, amenaza con pasar a Líbano y devorar con sus llamas a todo el mundo árabe. Pero es la de Washington la mano que mece la cuna.
El periodista francés Thierry Meyssan reportó desde Damasco que elementos de Al Quaeda de distintos países árabes combatían en la ciudad, armados y financiados por - quién va a ser- las monarquías de Arabia Saudita y Quatar, ambas partidarias del predominio del islam sunita y por eso mismo enemigas de los gobiernos de Siria e Irán. A la vez, reclutas del llamado Ejército Sirio Libre y de organizaciones integristas han sido entrenados en Líbano y Turquía y en este país funciona el puesto de comando de la CIA y otros servicios secretos occidentales que dirige las operaciones militares contra el gobierno de Bashar Al Assad. Existen testimonios creíbles de crímenes cometidos contra la población civil y las minorías religiosas por bandas armadas infiltradas en Siria. Pero al sectarismo religioso se une que todas las monarquías árabes, sean las del Golfo, la jordana o la marroquí, son serviles a Estados Unidos y también por esa razón coinciden en el objetivo del cambio de régimen en Damasco y Teherán, como en el de destruir la resistencia patriótica libanesa articulada en torno a Hezbolá.
Las demandas legítimas de importantes sectores de la población siria deben ser tomadas en cuenta y atendidas pero si Assad ha mostrado voluntad política de escucharlas, realizar reformas y abrirse a un régimen multipartidista, por qué Estados Unidos y sus socios se han negado tozudamente a favorecer las condiciones para que ese proceso prospere. Al contrario, fomentan un día sí y otro también la violencia y el cambio de régimen, que conduce al caos, la anarquía y a un mayor derramamiento de sangre. Esto es lo que diferencia su postura de la china y rusa, partidaria de una solución política en Siria y entre sirios. El presidente de Rusia Vladimir Putin ha advertido que si son desplazadas las actuales autoridades de Damasco por la llamada oposición armada comenzará una guerra civil que "nadie sabe cuándo terminará".
Estados Unidos se ha negado a que el CS condene las recientes acciones terroristas en Siria y en boca de su embajadora en la ONU Susan Rice no sólo las ha justificado sino alentado, lo que llevó al ponderado canciller ruso Seguei Lavrov a afirmar que Washington está apoyando al terrorismo en el país árabe. El derrocamiento del gobierno sirio, sea mediante la desestabilización o con una intervención militar de la OTAN, rompería catastróficamente el precario equilibrio geopolítico internacional. Abriría el camino del imperialismo a Teherán y a la guerra mundial.
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