Nosotros, los cuatrocientos millones de pueblos hispánicos en América, más los hermanos filipinos y aquellos que quedaron rehenes de la expansión de los EEUU sobre los territorios novohispanos, fuimos divididos en el siglo XIX, por el imperio británico en la gran guerra civil hispanoamericana conocida como guerras de la independencia. Y no hemos sacado la cabeza adelante desde entonces.
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Algunos compatriotas todavía no entienden, que nuestro lamentable enfrentamiento como hijos de España con Inglaterra, es una guerra entre dos concepciones espirituales, la católica española que respeta al hombre y cree en la soberanía política, la independencia económica y la justicia social y la anglicana que no es cristiana más que en un aspecto exterior y que ha desvirtuado a la Old Merry England medieval. Esta Inglaterra medieval sí que era de alma católica y de orden justo y natural.

Pero desde el cisma provocado por Enrique VIII, en el siglo XVI y continuado por Guillermo de Orange en el siglo XVII y que cree en el dominio sobre el propio pueblo inglés, se cree con derechos sobre las libertades de otros pueblos, por ejemplo sobre el nuestro.

Por eso soportamos la guerra de Malvinas de 1770, el Plan Maitland de 1800 para destruir y separar a los pueblos de América, las invasiones de 1806, 1807, la destrucción del imperio en América a partir de 1810 con la flota inglesa apoyando la expulsión del virrey Cisneros y subiendo la bandera inglesa en el fuerte de Buenos Aires el mismo 25 de mayo de 1810 y el apoyo inglés a Tupac Amaru, San Martín, Miranda y Bolívar cuyos estados mayores eran ingleses.

Luego, los tratados entre Inglaterra y los nuevos estados, de Comercio y Navegación de 1825 en perjuicio nuestro, la invasión de 1833 en Malvinas y 1834 nuevamente en Malvinas para echar al gaucho Rivero que seguía resistiendo. Siguió en 1845 en Vuelta de Obligado, el Pacto Roca-Runciman, la subversión de los 70 apoyada con armas inglesas (recuerden el escándalo con el diplomático inglés Bishop en 1974), la misión Shackleton en 1976. En 1982 otra vez en Malvinas y la democracia colonial desde 1983 al servicio de sus intereses; democracia cuyas madres son Isabel II, Margaret Tatcher y Hebe de Bonafini, que siempre clama por la destrucción de nuestras FFAA, así le resulta más fácil a los invasores, saquear nuestras riquezas.

Los Tratados de Madrid y de Lisboa de Menem, Cavallo y Cristina Kirchner y la entrega de nuestros recursos minerales, financieros y militares a los intereses británicos, nos han convertido en una colonia del Reino Unido, lamentablemente por la incapacidad de nuestros dirigentes y la indiferencia del pueblo argentino ante tamaño atropello. Por eso, creo que debemos restaurar nuestra hispanidad empezando por ponernos objetivos comunes en economía, ciencia, política exterior y defensa. Luego, junto a las banderas propias de cada nación hispánica, izar una bandera común a todos y que debería ser la que lleva las aspas de Borgoña y que porta el Regimiento 1 de infantería Patricios y que también flamea en varias provincias de los nuevos estados americanos. Bandera original del imperio, bajo la cual luchamos en las invasiones inglesas, bandera que llevó civilización, fe y cultura por todo el orbe. Con el espíritu que logró la primera circunvalación del globo terrestre y que llevó a los indígenas a ofrecerse para luchar con 30.000 voluntarios en las invasiones inglesas y luego a luchar por la religión y por el rey contra los independentistas que les quitaban los derechos sobre sus tierras y cuya propiedad, el rey de España, les reconocía.

Por eso creo que ambos pueblos, el inglés y el argentino, estamos penosamente invadidos por el mismo espíritu anticristiano y hasta que ambos no recuperemos nuestras tradiciones, ellos rescatando el legendario espíritu artúrico, católico fundacional de Inglaterra y nosotros el de Isabel la católica, que nos reconocía en igualdad legal con los pueblos de Castilla; hasta tanto, no podremos liberarnos y salir adelante. La bandera española flameó en América hasta 1826 en la isla de Chiloé al sur de Chile, cuando los últimos indios fieles al rey se tuvieron que rendir. Desde entonces, sufrimos numerosos enfrentamientos estériles entre nosotros, que nos marcaron con un patrioterismo que no nos permite ver que debemos actuar unidos para volver a ser poderosos. Hasta ahora no pudimos tener un destino común en la historia universal. Debemos construirlo.

Necesitamos esa unidad para sobrevivir ante las potencias. No sirve quejarnos del muro entre México y EEUU, pues tenemos un gran objetivo por delante, restaurar lo que Dios nos permita lograr con la esperanza puesta en El y en un futuro mejor.