A mediados de 2016, el volcán Bogoslof, situado en las islas Aleutianas, a 100 km de Unalaska (EEUU), volvió a entrar en erupción. Bogoslof es una de las bocas abiertas de un gran estratovolcán -un volcán alto, con forma de cono- sumergido, que apenas se eleva unos 100 metros sobre el nivel del mar, tal como informa el USGS (servicio geológico de Estados Unidos). Su última erupción acabó en 2017.
Imagen del Bogoslof durante su última erupción, en verano de 2017
© Observatorio de Volcanes de AlaskaImagen del Bogoslof durante su última erupción, en verano de 2017
Un estudio publicado recientemente en Nature Geoscience ha revelado cómo hace dos años este volcán liberó burbujas de gas de hasta 440 metros de diámetro, mayores a la eslora del superpetrolero más inmenso.

Una cúpula aterradora

Hasta ahora, en algunas erupciones submarinas se habían avistado gigantescas cúpulas negras emergiendo de las profundidades del océano, y liberando gas y espuma con una furia aterradora.

De hecho, en 1908 un buque llamado «Albatross», que se encontraba navegando por las islas de Alaska, pudo presenciar la formación de una esfera que alcanzó el tamaño de la cúpula del Capitolio, antes de liberar una pluma de gas y vapor, con una furia inusitada, tal como recoge « The Wire».

Desde entonces, no se han avistado estas burbujas con mucho detalle y su comportamiento ha seguido siendo un misterio para los geólogos. Pero es crucial conocerlas, sobre todo porque pueden generar tsunamis y situaciones peligrosas.

El lamento del volcán

Por ello, investigadores del Observatorio de Volcanes de Alaska (EEUU) se propusieron estudiar estas colosales estructuras. Con este fin, colocaron micrófonos capaces de detectar infrasonidos en una isla a 59 kilómetros al sur del volcán Bogoslof.

Así, registraron más de 70 erupciones en un periodo de solo nueve meses y pudieron detectar un peculiar sonido: un rugido sordo, que se produce segundos antes de cada erupción.

Según los cálculos obtenidos por medio de modelos de ordenador, estas potentes vibraciones concuerdan con las que producirían gigantescas burbujas que ascendieran a presión, se expandieran y, finalmente, colapsaran en la superficie.

Burbujas de 440 metros de diámetro

En base a esto, los autores han estimado que Bogoslof produjo burbujas de hasta 440 metros de diámetro formadas cuando la lava del volcán entró en contacto con el océano. Estas esferas pueden llegar a encerrar hasta 54 millones de metros cúbicos de vapor de agua, dióxido de carbono y dióxido de azufre.

Los datos indican que las burbujas ascienden a la superficie del océano, pero que no quedan desconectadas de las fisuras eruptivas. En vez de eso, se alargan y se hinchan, como si fueran enormes globos de cumpleaños. Y, cuando llegan a la superficie, esas burbujas formaron amenazadoras cúpulas que no dejan de crecer.

Como es natural, esa situación no es estable durante mucho tiempo. La gravedad tira del agua que corona las cúpulas de gas y debilita su superficie. Por eso, llega un punto en que la presión del gas es suficiente como para hacer saltar por los aires a toda la burbuja. La violenta ruptura puede catapultar el gas caliente de su interior hasta 11 kilómetros de altura.

«Imagina la violencia de una erupción volcánica normal», ha dicho John Lyons, investigador del Observatorio de Volcanes de Alaska para The Wired. «Pero añádele un puñado de agua».

El resultado ha de ser espectacular, pero es todavía desconocido. Lo máximo que se ha visto sobre las burbujas del volcán Bogoslof se le debe a un barco guardacostas que localizó una nube erizada de rayos, generada por el ascenso de cenizas, y trazas incandescentes de lava eyectada.