(España) - Quienes pretenden instaurar un privilegio legal por razón de género no son ni feministas, ni demócratas: son identitarios.
La mujer libre ante el 8-M: un contramanifiesto
© EFEImagen de la pasada huelga del 8M
Llevo trabajando más de veinte años. Empecé por cuenta ajena, pero con apenas veintisiete años fundé mi propio despacho de abogados. Todo empezó en un bajo comercial con la ayuda de un préstamo. No recibí ningún empujoncito y tampoco gozaba de influencias. Y aquí me tienen: madre de dos hijos que dirige un bufete con tres oficinas en España en el que trabajan varios empleados y que compagina el ejercicio del Derecho con su labor de columnista en este medio.

Así que me considero legitimada para afirmar que el 8-M debería ser un día de celebración. Pero, sin embargo, no lo es. Ni para mí, ni para muchísimas mujeres, cada una con sus vivencias y con su propia trayectoria profesional y vital. ¿Por qué? Porque el 8-M se ha convertido en un gueto ideológico de izquierdas, cuyos ingredientes poco o nada tienen que ver con el feminismo, pero sí mucho con reivindicaciones políticas de corte anticapitalista.

Libertad de expresión

Porque, seamos claros, Irene Montero y los suyos no son feministas. Es más, el feminismo les importa un rábano. No es más que una coartada para sus luchas antisistema, habida cuenta de que, a estas alturas, la lucha de géneros se ha revelado más efectiva que la lucha de clases. Pretenden colectivizarnos a mujeres y hombres en víctimas y victimarios, respectivamente. Con el único objetivo de dividirnos, de enfrentarnos. La perspectiva de género convertida en un pretexto para colonizar las instituciones e instrumentalizar la ley en su beneficio. El ariete perfecto con el que arremeter contra los contrapesos del sistema, ya sean los derechos humanos fundamentales (como la presunción de inocencia), la independencia judicial o la libertad de expresión. Miren si no lo que está sucediendo en Chile, donde los resultados electorales podrán ser corregidos para adecuarlos a las necesidades biológicas inherentes a la paridad. Y a cualquiera que alce un poquito la voz, si quiera para matizar, lo linchan.

Aquí, en España, la cosa progresa adecuadamente. Ya hemos descubierto que cualquier crítica contra sus propuestas es mansplaining. Sin pudor alguno, se parapetan tras el machismo para justificar todas y cada una de sus tropelías legislativas. Ahora, decir que el anteproyecto de la ley de libertad sexual cocinado por el ministerio de igualdad es una basura infumable te convierte en un señoro, en un macho violador. Cuánta indecencia, qué forma de banalizar el dolor y el sufrimiento de aquéllas que sufren o han sufrido la violencia machista en sus carnes.

Y si todo esto lo riegas con ese paternalismo estatal y esa condescendencia que desprenden sus propuestas para promover nuestra "inclusión", la vergüenza ajena alcanza ya cotas difíciles de soportar. Que si las películas dirigidas por mujeres se van a considerar "obras difíciles", que si vamos a ser clasificadas "consumidoras vulnerables" por razón de nuestro sexo... Parece incluso que quieren dar el salto a nuestra esfera privada y a burocratizar nuestra forma de consentir al acto sexual, porque entienden que solitas no nos apañamos. Ven el machismo en el ojo ajeno y no lo ven en el propio. Pero todo viene de lo mismo, de que el feminismo les da igual: no es más que un eslogan, un medio para alcanzar sus fines. Que ninguna de sus medidas sea efectiva para atajar los problemas que dicen venir a solucionar es buena muestra de ello. A lo sumo servirán para colocar a unos cuantos afines en la administración, y para regar con dinero público a otros tantos. Y, cómo no, para el autobombo y la propaganda.

Pero yo digo que ya está bien. Las mujeres tenemos que poner fin a esto, no podemos dejar que nos utilicen tan obscenamente en nombre del feminismo. Es más, tenemos que resistirnos a que se apropien del movimiento. Frente a quienes caricaturizan a nuestro país como un nido infecto de violadores impunes donde las mujeres hemos vivido sometidas al yugo heteropatriarcal del que Irene Montero, cual Juana de Arco, ha venido a liberarnos blandiendo un código penal, las evidencias.

En los últimos cuarenta años, gracias al marco constitucional, a la revolución tecnológica y al capitalismo, las mujeres hemos avanzado extraordinariamente en el campo de la igualdad. Las reivindicaciones históricamente feministas, que no pretendían otra cosa que la consecución de esa igualdad, ya están consagradas a nivel legislativo en nuestro país. Queda aún trabajo por hacer en el plano de la efectividad, especialmente en materias como conciliación y maternidad, que es donde de verdad está nuestro techo de cristal.

El 'colectivo' masculino

España es, además, uno de los países más seguros del mundo para ser mujer. Claro que existe la violencia contra la mujer y que más mujeres de las que deberían son víctimas de agresiones y abusos. Pero la respuesta no es recurrir a la repetición de eslóganes vacuos cacareados por políticos efectistas que sólo persiguen el rédito electoral, la división social y la lucha de sexos. La solución es mucho más mundana: invertir más y mejor en aquéllos que están en la primera línea de asistencia y protección a las víctimas de estos delitos: las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, los jueces y fiscales. Y no permitamos que se ideologice o sexualice nuestra legislación penal: el autor de un delito es únicamente quien lo comete y resulta condenado en firme por ello. Ningún hombre que agrede a una mujer lo hace en representación del colectivo masculino. Vamos a dejarnos ya de filfas irresponsables y cancioncitas pegadizas, que la criminalización por razón de género no es, ni puede ser, ninguna broma.

El feminismo ha sido, es y será igualdad ante la ley. El feminismo es libertad. Y estas son reivindicaciones universales, en las que caben todas las mujeres y, por supuesto, todos los hombres. Porque la libertad y la igualdad tenemos que construirla con ellos, y no contra ellos. Quienes quieren instaurar un privilegio legal por razón de género no son ni feministas, ni demócratas: son identitarios. Y la identidad como fuente de desigualdad casa tremendamente mal con los estados liberales democráticos y de Derecho.