Traducido por el equipo de Sott.net

Hacer pruebas compulsivas y poner en cuarentena a deportistas sanos es aún más estúpido.
european men's handball
Es la última semana del Campeonato Europeo de Balonmano Masculino de 2022, que se celebra este año en Eslovaquia y Hungría, y los jugadores no dejan de dar positivo al coronavirus. Islandia, país en el que el balonmano despierta un enorme interés, tuvo once jugadores apartados tras dar positivo la semana pasada. Su portero estrella, Björgvin Páll Gústavsson, salió del aislamiento para jugar ayer contra Croacia, sólo para dar positivo de nuevo esta mañana. Vuelve a estar en cuarentena, a la espera de la confirmación por PCR. En realidad, nadie está demasiado enfermo para jugar, pero la alternativa, contagiar la ómicron a un montón de otros atletas que se contagiarán de una forma u otra, es impensable.

La contención masiva es un conjunto de políticas que requiere que la gente se haga la loca todo el tiempo. Ómicron está en todas partes; encerrar a unos cuantos atletas no va a frenarlo. A eso se suma el hecho de que todos estos jugadores de balonmano están totalmente sanos; su riesgo de un desenlace grave es tan bajo que es esencialmente incuantificable. Y además, todas estas precauciones sencillamente no hacen nada. Todo el mundo da positivo de todos modos.

De alguna manera, siempre son las personas con menos riesgo las que tienen que aguantar las mayores tonterías del coronavirus. Los niños han pasado casi dos años alternando entre el aislamiento social prolongado y las prisiones antisépticas antes conocidas como escuelas. Los atletas profesionales son probablemente el grupo demográfico más sometido a pruebas en el mundo. La población en edad de trabajar, de menor riesgo, soporta el peso de la vacuna obligatoria, los límites de capacidad y las normas de higiene. Mientras tanto, si eres un jubilado sedentario y no te importa ir al bar, tu vida apenas ha cambiado desde que empezó todo esto.

La contención ha sido despojada de todo objetivo concebible; ni siquiera la gente que dirige el circo puede ya explicar por qué estamos haciendo esto. Si preguntas a los principales vacunadores, como Karl Lauterbach, te dirán que es porque tenemos que protegernos de hipotéticas variantes futuras, una justificación irrisoria, que siempre será eterna. Es hora de poner fin a esto. Es hora de poner fin a las pruebas, a las mascarillas y a la vacunación, es hora de que los histéricos se callen y se vayan a casa.