Aunque no se conoce el origen exacto, enfermedades como el síndrome de Tourette y el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) comparten algunas características y bases fisiológicas. El paciente pierde el control sobre ciertas facetas del comportamiento y algunos de estos impulsos y obsesiones cambian radicalmente su vida. En los casos más extremos se hace necesaria la cirugía. Ver el documental "El mal del cerebro"


Beatriz está sentada en un vagón del metro y su boca se abre de par en par. Un minuto después camina por el pasillo y toca la pared para calmar la necesidad de sentir su superficie rugosa. Cuando llega al exterior, cruza el paso de cebra y lo hace a saltos, para evitar el asfalto y pisar solo la zona pintada.

Beatriz tiene 18 años y, como su padre y su abuelo, padece síndrome de Tourette. El trastorno se manifiesta en forma de tics y pequeñas obsesiones. Ella es consciente de que no tiene sentido, pero algo le obliga a abrir la boca repentinamente, tocar objetos rugosos o doblar los pulgares hacia atrás hasta sentir que crujen. "No puedo vivir si no lo hago", confiesa, "viene el monstruito y me dice: ¡hazlo, hazlo, hazlo!". "Hay veces que gana el monstruito y otras veces gano yo", resume.

Aunque no se conoce el origen de la enfermedad, los científicos saben que se trata de un trastorno relacionado con los niveles de dopamina y con el funcionamiento de los ganglios basales, una región muy importante en el control de los movimientos voluntarios. "También hay evidencias de que la corteza frontal, que normalmente controla los movimientos, no tiene el mismo control", nos explica Katya Rubia, investigadora del King's College de Londres. "Los niveles de dopamina son demasiado altos".

Pero el síndrome de Tourette no son solo los tics. También lleva aparejados problemas de inhibición del comportamiento, que en algunos casos culminan con la manifestación de exabruptos o con gestos violentos. "Tuve problemas con los profesores", asegura José Joaquín, de 18 años, "a veces alzaba un poco la voz". "Es como si tuviese como un hilo, que cuando me siento muy agobiado fuera a estallar", confiesa Daniel, de 21 años. "Estoy cabreada y de repente, sin ton ni son, doy una patada a la mesa", explica Beatriz.

Entre los problemas adicionales del síndrome de Tourette está el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), que les afecta en distintos grados. Realizar determinada tarea se convierte en una obligación irracional que no pueden saltarse y su mente no les deja descansar hasta que no consiguen culminarla. "Puedo dejar de hacer tics por un momento", asegura Beatriz, "pero después los tengo que hacer a mogollón, tengo que hacer todos, pero muy deprisa".

Cuando la obsesión conduce al límite

El motivo por el que el cerebro se queda engatillado con una obsesión también es desconocido. En los pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo una idea recurrente se convierte en una pesadilla que les impide hacer una vida normal. Jenny, de 32 años, empezó a obsesionarse un día con la idea de limpieza. Al tiempo comenzó al lavarse con alcohol y a lavarse compulsivamente hasta provocarse heridas en las manos. Todo le parecía contaminado o peligroso. Hasta que tuvo un bebé y empezó a temer por la vida del pequeño. "Lo peor es que había llegado a limpiar a mi bebé, le limpiaba sus manitas, su cabeza sus pies...", asegura. Dos psiquiatras independientes evaluaron su estado y llegaron a la conclusión de que Jenny corría riesgo de suicidio y debía operarse.

El neurocirujano Roberto Martínez, del Hospital Ruber Internacional, lleva más de 25 años practicando este tipo de psicocirugías y más de mil operaciones. La idea de arreglar el cerebro con cirugía sigue despertando el recuerdo de las siniestras lobotomías, pero el proceso que se realiza en nuestros días es muy diferente. "Farmacológicamente los psiquiatras consiguen controlarlos mediante antidepresivos y otras drogas", asegura Martínez, "pero los casos más graves necesitan una intervención quirúrgica. La cirugía es tremendamente eficaz, un 75% de los que se operan mejoran en gran medida de esas obsesiones y pueden llevar una vida normal".

La intervención consiste en introducir una sonda en el cerebro y lesionar una zona de unos 8 milímetros, el denominado brazo anterior de la cápsula interna, las autopistas formadas por miles de axones neuronales que conducen al lóbulo frontal. No se daña el cuerpo principal de la neurona (soma), sino algunas de sus prolongaciones. "Si desconectamos esas fibras", asegura el doctor, "conseguimos que las ideas obsesivas desaparezcan". Es como si cortáramos un cable del tendido telefónico, nos cuenta, no sabemos qué están hablando los interlocutores, pero sí que el problema mejora al reiniciar el sistema.

"De forma íntima, no conocemos por qué estos pacientes tienen obsesiones", explica. "En alguno de los elementos de ese circuito, algo no funciona bien, hay una conexión que es recurrente, algo que está dando vueltas por ahí. Si bloqueamos una parte de ese circuito, vemos que empieza a funcionar mejor y el sujeto no tiene obsesiones".

"En un futuro que yo no veré", concluye, "se arreglarán estos problemas con nanotecnología. Mientras tanto, éste es un paso y estamos empezando a comprender lo que está pasando ahí. Esto mejora la vida de las personas y es lo que tenemos hoy en día".