Traducido por el equipo de sott en español

"La
vergüenza es la emoción más poderosa. Es el temor a no estar a la altura de las circunstancias."
Brene Brown
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Cuando Jack inició su terapia, acudía puntualmente y vestido de forma impecable. Sentado en una postura extremadamente rígida, iba apartando alguna que otra pelusa imaginaria mientras hablaba. Describió a sus amigos como inferiores a él y declaró que solía enfadarse con sus compañeros de trabajo por su incompetencia. Pero a la vez que afloraban sus pensamientos, obviamente era aún más crítico consigo mismo.

Pasado cierto tiempo, conseguimos definir su estado psicológico como vergüenza porque su percepción de sí mismo le llevaba a sentirse culpable por ser deficiente. Este sentimiento de inadecuación le instó a compensar su deficiencia mediante la perfección, y cuando no lo lograba (tal como solía ocurrir), se dejaba llevar por la auto-crítica, la cual exacerbaba la ansiedad y la depresión.

En el caso de Jake, la vergüenza era su respuesta al distanciamiento emocional que había experimentado con sus padres. Su padre le daba tareas de mantenimiento de la casa, como pintar, reparar y hasta se las arreglaba para armar ciertas cosas, pero era demasiado joven como para llevar a cabo estas tareas de modo efectivo, y además no lo hacía tal como el padre quería. Se encolerizaba y lo criticaba, lo corregía para luego retirarse con cierto aire de decepción que le resultaba particularmente doloroso.

Su reacción hacia el padre era la autocrítica, en la que empleaba palabras duras como "eres tan estúpido". Como resultado, su ansiedad iba en aumento ante el temor de convertirse en el objeto de su descontento y rechazo. Su autocrítica lo dividía entre su verdadero ser y el lado hostil que se atacaba a sí mismo. La constante amenaza de un ataque interno inminente intensificaba su ansiedad a la vez que alimentaba su depresión.

Para Jake, el reto consistía en desentrañar el ciclo de la vergüenza, no sólo para aliviar su pena personal, sino para neutralizar su naturaleza tóxica con el fin de aliviar la ansiedad y la depresión.

Empezamos por la autocrítica ya que daba acceso directo a sus sentimientos vergonzosos. Narró la historia de su padre abusivo y de su madre alcohólica. Se dio cuenta que cuando se criticaba a sí mismo usaba las mismísimas palabras que su padre empleaba, aquellas que le causaban dolor por su tiranía, y escozor por no poder contar con el apoyo de su madre. La intensidad de estas experiencias no hacía más que añadirle desprecio a su agonía.

Jean-Paul Sartre, el existencialista francés, dijo una vez, "La experiencia precede la esencia". A lo que se refería era que nuestras experiencias definen quienes somos, y esta idea es una de las mayores herramientas que podamos usar para desentrañar la vergüenza cuando nos aprieta entre sus garras.

Vergüenza se deriva del alemán antiguo "skem", que significa cubrir u ocultar. Debido a que la vergüenza se mantiene tan oculta, a menudo se necesita de otra persona para que nos ayude a reconocerla por lo que es: la respuesta de un niño ante la ausencia de empatía por parte de los padres, quienes no logran ver a través de los ojos de sus hijos. La vergüenza siempre se refleja en los ojos, el espejo de nuestra alma. Cuando la gente se siente avergonzada, no le mirará a los ojos porque no quieren sacar a la luz su compulsión a ocultarse por temor a la humillación o rechazo.

¿De dónde surge la vergüenza y cómo puede convertirse en un ciclo?

La vergüenza difiere de la culpabilidad en que se refiere a lo que somos, no lo que hacemos. Como la vergüenza es una identidad, nos convence que somos inherentemente débiles, ineptos, indignos o malos. Es como si nuestra vergüenza invadiera todas las células de nuestro cuerpo. Una manera de entender cómo la culpabilidad y la vergüenza se unen sería: hacemos cosas repudiables y lo hacemos porque somos malos. La culpabilidad se refiere a la cosa repudiable que hicimos y la vergüenza es la creencia de que somos fundamental y esencialmente indignos, ineptos, débiles o malos.

Los niños no pueden concebir la pena como la consecuencia de una experiencia ajena a ellos mismos; todo gira en su alrededor, sea bueno o malo. La causa no puede ser los padres que los violentan ya que los necesitan demasiado. Por consiguiente, idealizan a sus padres y se vuelcan en contra de ellos mismos, haciéndose cargo de su pena como si la culpa fuera suya.

El perfeccionismo como respuesta al sentimiento de deficiencia cumple dos tareas simultáneas: se trata de un esfuerzo con el objeto de acercar a padres u otras personas distantes, pero también es una forma de evitar el castigo, la crítica, el enjuiciamiento o la culpa. Se desarrolla una sensación profunda que nos dicta que algo nos falta; que somos defectuosos y que tenemos que solucionar u ocultar el problema. Este sentido de deficiencia está incrustado en nuestra mente debido a aquellas experiencias. Funcionan en cierta parte del cerebro distinta de la que usamos para pensar y prestar atención conscientemente. Este bloqueo es a menudo tan serio que podríamos pasar el resto de nuestra vida sin sospechar lo que nuestra vergüenza nos inflige o de su efecto sobre todas nuestras relaciones importantes.

En esta situación nos percibimos como un fraude y desempeñamos incesantemente el papel de la persona perfecta, lo que nos lleva s sentirnos aislados. La primera etapa hacia nuestra recuperación consiste en tomar consciencia de ello. Sólo entonces es cuando conseguiremos embarcarnos en el viaje hacia la realización de nuestro auténtico yo.

Cuando los niños se sienten mal, abandonados, ineptos o débiles, se asustan porque sus cerebros interpretan que su supervivencia corre peligro. Así es como la vergüenza se asocia con la parte del cerebro conocida como la amígdala, cuya función rige la 'defensa o huida' ubicada en la parte del hipocampo del cuerpo calloso. La amígdala se ocupa de la emoción, del comportamiento emocional, de la rabia y de las motivaciones, procesos que no son reconocidos mediante el pensamiento consciente pero que surgen automáticamente como por arte de magia. Únicamente pueden emanar de aquella parte de nuestro cerebro que quiere protegernos contra el abandono y el temor a la muerte. También la vergüenza opera desde esta isla ubicada en nuestro interior y su estimulación desarrolla defensas paliativas ante el temor y la eventualidad de pasar por la humillación y/o pérdida irrecuperable.

¿Entonces, qué podemos hacer con estos sentimientos y creencias tan potentes?

Las experiencias implicando vergüenza son demasiado dolorosas como para admitirlas en nuestro propio foro interno. Se quedan ocultas, flotando en nuestra psique igual que fantasmas y, bajo estímulos, descargan su rabia o se convierten en defensas para no sentirnos avergonzados. Estas defensas se procesan como: proyección, grandiosidad, devaluación, obsesión, evitación, desplazamiento, intelectualización, negación u omisión de la vergüenza mediante un comportamiento pasivo agresivo.

Estos sólo representan unos de entre muchos medios a los que recurre nuestra mente para protegernos de los daños. Cuando todo se derrumba y el zumbido de la vergüenza se vuelve demasiado opresivo e incesante, la gente echa mano del alcohol y drogas para apaciguar la implacabilidad de su ansiedad y pena. El alcohol y las drogas enmascaran lo síntomas, pero no tratan la causa.

El ciclo de la vergüenza/perfección/autocrítica/ansiedad/depresión puede incluir otros componentes como la dilación (la cual está ligada a la autocrítica, ¿si criticamos el resultado de qué sirve que nos ocupemos de ello?), baja autoestima, comportamiento obsesivo compulsivo, fobia social (o temor a la humillación), autodesprecio y temor a equivocarse o al éxito. En esencia, sólo podemos sentirnos ansiosos ante un posible error cuando no confiamos en nosotros mismos.

Otros síntomas del ciclo de la vergüenza son: la envidia, la inseguridad, inapetencia sexual, tomarse las cosas por lo personal, expectativas fantasiosas, pesimismo, auto-aborrecimiento, idealización y devaluación posterior de los demás cuando no actúan conforme al ideal que tenemos de ellos. Los problemas de la vergüenza pueden dominarnos hasta tal punto que pueden acompañarnos durante toda la vida.

La única manera de hacerse con la vergüenza es mediante un trabajo consciente en el que nuestros pensamientos y sentimientos negativos se transformen en una toma de consciencia de lo que es real, de quienes somos y de las experiencias reales de nuestros congéneres en este mundo. Anais Nin escribe en su libro 'Por qué los hombres se desilusionan en el amor',
'La vergüenza es la mentira que alguien dijo sobre usted'
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Estas son algunas verdades sobre la vergüenza para empezar a entender cómo se expresa:

1. La vergüenza surge de alguna parte, no define lo que somos pero sí lo que experimentamos.

2. El intento de ser perfecto no resuelve nuestro problema interno, es el problema en sí.

3. El único problema que tenemos es creer que tenemos un problema.

4. Abrazar la vergüenza es la clave, apartarla le da ímpetu para actuar de forma autónoma.

5. Es importante entender de donde surge la vergüenza porque nos da la oportunidad de convertir el mito en algo real. Si nos sentimos ineptos a sabiendas de donde procede el sentimiento, conseguimos convertirlo en lo que somos de verdad.

6. Al convertir la vergüenza en lo que somos en realidad, nos ayudamos a definirnos tal como somos en lugar de una falsa identidad inducida.

Desentrañar el ciclo de la vergüenza toma su tiempo, pero nuestra identidad como alguien adaptado y confiado se afianzará. La vergüenza nunca acaba por desaparecer del todo porque está relacionada con la experiencia. No podemos alterar nuestra experiencia pero podemos cambiar nuestra relación con ella. La vergüenza es esencialmente irracional porque no es real, es un mito que consideramos real. ¿Cómo podríamos ser deficientes? No diríamos de un árbol, un ciervo o cualquier otra forma de vida que es fundamentalmente inadecuado, ¿Por qué habría que definirnos como tal? Bajo esta óptica, la vergüenza no tiene ni el más menor sentido, y la verdad es que no lo tiene.

A medida que Jake fue abrazando su vergüenza, manteniéndola presente de tal modo que permaneciera a la vista para poder procesarla, consiguió definirse de modo auténtico en vez de confinarse dentro de un mito distorsionado. Al desplazarse hacia un sentido realístico de sí mismo, pudo mostrarse más compasivo y empático con sus amigos. Mediante este proceso alivió cierta intensidad de su ciclo de vergüenza porque conseguía desmantelar conscientemente su proceso interno.

A medida que iba procesando su vergüenza, la transición desde una necesidad de perfección y posterior autocrítica hacia un deseo de ofrecer lo mejor de sí, entendiendo que era satisfactorio, se fue desarrollando. Su ansiedad y depresión cedieron y desarrolló intereses que le dieron su felicidad.

En última instancia, la vergüenza es como un bloque de granito que vamos destruyendo hasta que deje de afectar nuestros actos y manera de pensar.