Muchas de las acciones que realizas a lo largo del día las haces de manera automática: es una manera que tiene tu cerebro para ser eficiente y ahorrar energía.

pensamiento mecánico
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Seguro que alguna vez al salir de casa has cogido una dirección que no tocaba. Ibas a ver a tus padres y para ello has cogido el camino del trabajo. Incluso si vives en una ciudad grande, puedes haber cogido la línea de metro que no correspondía. Nuestro piloto automático, que reduce tanto nuestro consumo de energía, en muchas ocasiones nos juega malas pasadas.

Este tipo de programaciones funcionan a un nivel más interno. Pasa con una lengua, cuando la empezamos aprender traducimos todo; sentimos esa lengua como un terreno ajeno en el que nos expresamos con muchas dificultades. Sin embargo, llega un momento en el que traspasamos una especie de línea roja a partir de la cual dejamos de funcionar con traducciones y pasamos a pensar en la lengua que estamos aprendiendo.

Adquirimos programaciones desde pequeños

Dentro de estas programaciones que adquirimos desde que somos pequeños tienen un peso específico las que adquirimos por imitación. Tender la ropa, cortar el pan o atarnos los cordones, las aprendemos así y como tienen un buen resultado rara vez nos planteamos si es la mejor manera de hacerlo.

En la gestión de las emociones también adquirimos estas programaciones. Nos acostumbramos a expresar o a reprimir, a compartir o a guardar, a liberar o retener y practicamos la costumbre sin tampoco cuestionarla. Podemos pensar que reflexionamos antes de adoptarla, pero rara vez esto es cierto.

Cuando somos pequeños es común que adquiramos la forma de gestionar las emociones que más recompensa nuestro entorno. En la adolescencia solemos perfilarla como oposición a lo que los demás nos dictan, como una manera de demostrar carácter e independencia. Así, cuando somos mayores nos encontramos con un montón de senderos que difícilmente nos vamos a cuestionar porque llevamos transitando por ellos durante años.

La historia del camino que trazó la cabra

Cuenta la historia de aquel pequeño pueblo que todo empezó con una cabra. Una cabra que de manera anarquía un buen día decidió subir al monte. Esa tarde, detrás de ella lo hicieron los perros siguiendo los pasos de la cabra estimulados por el olor que había dejado aquella "trepamontes".

Pasaron los años y aquel sendero de tierra se convirtió en un camino por el que empezaron a pasar los primeros carros, luego lo hicieron los primeros coches. Finalmente lo asfaltaron y apareció la primera casa en los bordes de aquel camino, después la segunda y sin saber cómo nació un pueblo. Finalmente aquel camino de cabras se convirtió en la calle principal de aquel bonito pueblo de ladera sin que nadie, salvo aquella cabra -si es que lo hizo- se preguntara si era la mejor opción.

Cuentan también que años más tarde en dicho pueblo vivía un maestro que admitía alumnos en su escuela. Para decidir si eran idóneos o no para adquirir los conocimientos que él enseñaba había diseñado un pequeño cuestionario que los aspirantes a discípulos tenían que rellenar. Un buen día se presentó en aquella escuela un joven bien parecido, viajado y leído. Cuando uno de los ayudantes del maestro le dejó un hoja para que contestara a las preguntas de la prueba, contestó a todas sin dudar.

A los dos días, uno de los ayudantes del maestro le dijo que efectivamente estaba admitido...pero con una condición. Tendría que esperar un año. El aspirante en medio de un mar de sentimientos encontrados le preguntó al ayudante "¿Por qué tengo que esperar un año?". El ayudante dijo: porque en ti hay demasiadas certezas y muy pocas dudas, porque el conocimiento que expones es demasiado para que puedas adquirir más. El año es para que empieces a olvidar y encuentres la dudas que ahora no te asaltan.

¿Qué nos quieren decir estas dos historias?

La de la "cabra ingeniera de caminos" recoge la tendencia que ya hemos expuesto: la predisposición que tenemos a imitar o asimilar conductas si vemos que estás tienen éxito, sin pensar en la manera de mejorar el procedimiento o los resultados. Efectivamente, por el camino que escogió la cabra llegó arriba. Pero era el mejor camino para ella y para sus condiciones, no para las de los perros, los caballos o las personas y sin embargo la imitaron.

La última historia nos habla de la necesidad de olvidar, del aprendizaje como desprender. Con esto no queremos decir que sea necesario olvidar los ríos para aprender el nombre de los montes. Lo que queremos decir es que para aprender una nueva forma de hacer las cosas hay que cuestionar las programaciones que un día adquirimos y que hemos estado repitiendo desde entonces.