Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.
(Martin Luther King)
Mucho hemos escuchado decir sobre la esperanza y la desesperanza. Normalmente es la esperanza quien suele llevase los más bellos alagos, los poemas más bonitos, y las frases más alentadoras. Pero ¿qué hay acerca de la desesperanza? ¿Puede ser un mal tan temible caer bajo su influencia? ¿Es acaso un ciénaga de la cual jamás podremos escapar y donde estaremos condenados a morir perdidos en el abismo de una pena inconsolable?
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© DesconocidoMirar el mundo tal cual puede dejarnos profundamente desesperanzados
Este breve artículo es una reivindicación de la desesperanza. Acompáñeme en este humilde intento de devolverle a este maltratado sentimiento humano el lugar que se merece en nuestras vidas. Le propongo que sea mi compañero de aventura por unos pocos minutos y a se anime a descubrir el valor de la desesperanza.

Esperanza versus Desesperanza

Esperanza y desesperanza son estados emocionales que se suscitan en el alma humana más a menudo de lo que solemos notarlo. ¿De dónde provienen? ¿Qué nos hace sentir esta alegre excitación optimista o esa melancólica y triste sensación de decepción y desánimo?

Seguramente estaremos de acuerdo en que tanto una como la otra están definitivamente ligadas a la situación futura, o en todo caso a lo que percibimos como el destino, ya sea que estemos hablando de nuestro propio destino, del de nuestros seres queridos, o del de toda la humanidad. Sí, indudablemente creer o presentir "lo que vendrá" o "lo que ocurrirá" parece ser determinante a la hora de que nuestro universo emocional se abrace a alguna de estas formas de afrontar la existencia diaria.

Aunque podría discutirse largamente, creo que usted y yo estaríamos de acuerdo en que el futuro puede ser considerado cuanto menos incierto, es decir, ni usted ni yo podríamos afirmar con precisión exactamente qué va a ocurrir mañana. Es cierto, podríamos ver tendencias, patrones, o indicios de que todo parece precipitarse hacia cierta eventualidad o en cierta dirección, pero creo que deberíamos conceder cierto crédito a la posibilidad de que un evento nuevo, incluso uno pequeño y aparentemente insignificante, cambie por completo el destino.

Pero a pesar de esta cuasi-certeza en cuanto a lo incierto del futuro, todos sentimos y abrigamos expectativas respecto a los hechos venideros, todos en mayor o menor medida esperamos que nuestra vida, la de nuestros seres amados, o en general el rumbo de la humanidad se dirija en cierta dirección. Esto es lo que podríamos llamar un estado de anticipación, es decir, un estado donde nuestra consciencia se encuentra enfocada en los hechos futuros con cierta rigidez mental en cuanto a la fluidez e incerteza de los mismos.

La esperanza y la desesperanza, aunque suene extraño, tienen más en común de lo que parece. El esperanzado espera, ansía, y se mantiene optimista respecto al futuro: él siente que los acontecimientos se desarrollarán como los desea o cómo percibe desde su subjetividad que deberían ser. El desesperanzado abriga sentimientos de una misma índole, es decir, de expectativa respecto a los acontecimientos futuros, pero su previsión de los mismos tiene el signo opuesto, es decir se siente pesimista y para él todo irá al revés de como lo desea o cómo percibe que debiera ser.

En ambos casos, más allá de los hechos objetivos que se alcancen a percibir, parece existir una suerte de lente creada a partir de la propia subjetividad que de algún modo moldea la forma en que se vislumbra el desarrollo de los acontecimientos futuros. Esta lente está configurada por nuestra compulsión a anticipar el futuro, y este apremio a su vez es posible que en buena medida se origine en nuestros miedos latentes,... miedos por cierto que están mayormente basados en lo que "debería ser" de acuerdo a nuestra forma personal de juzgar lo bueno/positivo o malo/negativo de la vida.

Rígidas expectativas respecto al futuro pueden determinar sin intervención de facultades conscientes nuestro curso de acción; estar anticipando constantemente cómo resultarán los acontecimientos futuros, ya sea que esperemos o nos desesperemos, puede definitivamente transformarnos en esclavos de fuerzas de las que apenas somos conscientes. De este modo el comportamiento humano, cuando la esperanza o la desesperanza sobrepasan ciertos límites que pueden ser considerados aceptables (y hasta en algunos casos saludables), puede transformarse incluso en una de las principales causas por las cuales el "mundo" no funciona como lo esperamos.

Como el esperanzado en general verá favorables los eventos futuros, podría obrar con falta de prudencia o sobre bases tan irreales que cada acción lo lleve a una situación que finalmente dará unos resultados desesperantes, dramáticos e inesperados. El desesperanzado en contrapartida, por su inclinación a percibir lo venidero con pesimismo, puede caer en un profundo abismo de decepción y tristeza donde ninguna acción tenga sentido, donde nada valga la pena, y así no actuar a tiempo cuando una situación requiera una intervención activa.

Cuando las fantasías respecto al futuro (sean éstas de carácter positivo o negativo) inundan nuestra mente a tal punto de nublar nuestro juicio y evitar que veamos la realidad tal cual es, nuestra habilidad para hacer lo adecuado, es decir lo justo y necesario para cada situación, disminuye drásticamente y junto con ella nuestras posibilidades de obrar correctamente de acuerdo a nuestros objetivos o nuestra misión en la vida (sea que seamos conscientes o no de la existencia de una).

¿Por qué el título?

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© DesconocidoLa desesperanza puede desintegrarnos y darnos una oportunidad única
Buena pregunta.. ¿por qué el título?... ¿en qué sentido podemos elogiar la desesperanza, o en que medida puede ser reivindicada?...

Bueno, si tomamos en consideración todo lo dicho hasta aquí quizá podríamos vislumbrar que existen ciertas potencialidades inherente a cada uno de estos dos estados emocionales, y también que estas energías latentes son sustancialmente diferentes para cada uno de estos casos.

El esperanzado se pasa buena parte de su vida actuando conforme a sus expectativas. El futuro se presenta ante sus ojos con optimismo, y sin importar realmente cuantas señales haya a su alrededor indicando que las circunstancias no son auspiciosas respecto al futuro que él anticipa, probablemente buscará por todos los medios, en contra incluso de la realidad misma, seguir alimentando esas esperanzas que constituyen un móvil esencial para su vida.

El desesperanzado, aunque la realidad futura se presente ante sus ojos descorazonadora y catastrófica, quizá cuente con una ventaja potencial ignorada hasta el momento por nuestra exageradamente aclamada cultura occidental siempre afanada en una búsqueda frenética de felicidad y gozo. Es cierto, un alma sin esperanzas puede caer en un embudo de depresión y virtualmente no hacer nada porque "nada vale la pena"... pero existe la posibilidad latente en este estado de que, tras pasar por un proceso duro y doloroso de desintegración, comience a crecer una equilibrada y férrea convicción de que no importa lo que vaya a ocurrir, uno debe actuar siendo fiel a si mismo, a lo que uno es y a lo que eventualmente quisiera ser.

¿Qué es lo que hace que la siempre bien ponderada esperanza, aliada indiscutible de la humanidad en los momentos más aciagos, pueda en ocasiones constituirse en nuestra perdición, y al mismo tiempo que la desesperanza, un estado emocional desdeñado por defecto en nuestra cultura, pueda convertirse en una fuerza motriz infalible y una fuente de inspiración inagotable?

Pues existe una condición que parece abrir un abismo entre estas dos actitudes ante la vida: la aceptación. En el hombre esperanzado, cuando sus esperanzas escapan a su control y sobrepasan los límites de lo que es objetivo y real, se suscita un creciente estado de negación de la realidad misma. Y la no aceptación de esta realidad que se presenta diametralmente opuesta a las expectativas creadas, puede eventualmente crear un sólido núcleo de mecanismos de defensa que tiendan al autoengaño y lo lleven a concebir un mundo sustancialmente distante del real.

En cambio la carencia de esperanzas es posible que se suscite a raíz de una proyección que se hace de la realidad futura en base a la percepción de hechos más objetivos sobre la realidad presente. De ser el caso, en el hombre sin esperanzas (o al menos en algunos de ellos) existe una capacidad inherente que tiene que ver con la habilidad de percibir el mundo a su alrededor tal cual es, o al menos advertir retazos de esta realidad más auténticos. Esta condición, en principio, puede conducirlo por un sendero de tristeza, depresión y ansiedad, pero si se transita esta etapa con aplomo y suficiente determinación, es posible que surja a partir de allí un nuevo hombre, uno que después de descender a los infiernos de la existencia humana, vuelva renovado y con una certeza única: el futuro es incierto y en buen grado escapa a su control; lo único que está a su alcance es, a través de un esfuerzo sostenido, conquistarse a sí mismo, conseguir el control de su propio ser.

Con este nuevo conocimiento el hombre sin esperanzas puede convertirse en un verdadero guerrero, uno que una vez liberado de la pulsión infantil de controlar la realidad y la tonta arrogancia de creer saber qué es lo "mejor" para el mundo, posea una extraordinaria fuerza transformadora y la sabiduría y humildad para saber cuándo y cómo usarla.

Una consideración final

Vivimos esperando... Pasamos años de nuestra vida ajustando nuestra mente, nuestras emociones y nuestra conducta a eventos que no hay certeza de que vayan a ocurrir y de hecho muchas veces nunca ocurren... y mientras el tiempo transcurre inexcusablemente, lo que ocurre a nuestro alrededor, lo que requiere nuestra atención inmediata y a menudo urgente, apenas es perceptible por nuestra consciencia.

Ahora imaginemos por un instante qué pasaría si viviéramos nuestras vidas sin estar considerando a cada instante "el mañana", sin suponer o especular compulsivamente sobre cómo se desenvolverán los acontecimientos en el futuro, sin medir cuales serán los resultados y sin esperar que cada acción emprendida modifique la realidad del modo en que uno quisiera que fuese o provocase el efecto que uno sueña o ansía para el futuro. ¿Qué pasaría si sencillamente hiciéramos a cada paso aquello que consideramos adecuado, lo justo, lo que está en sintonía con lo que cada uno es y quiere ser sin anticiparnos? ¿Qué ocurriría si obráramos de un modo determinado sencillamente porque eso es lo correcto, lo que debe hacerse?