Traducido por el equipo de SOTT.net
Crusaders thirsting under the walls of Jerusalem
© FRANCESCO HAYEZ/WIKIPEDIA
Bud Light contrata a un juglar trans con cara de mujer para vender cerveza. Target contrata a un trans satanista para diseñar ropa LGBT para niños y empieza a vender bañadores "atadores" y "remetidores". North Face lanza una campaña de marketing con un espeluznante travesti que vende ropa LGBT a niños de 2 a 7 años. Los Dodgers de Los Ángeles conceden un premio a un grupo de odio demoníaco cuyo único propósito es blasfemar y profanar la fe católica.

Todo esto, y el "mes del orgullo" de junio ni siquiera ha comenzado.

¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué tantas grandes marcas corporativas han decidido lanzarse a la promoción de una agenda LGBT agresiva y radical que hace sólo unos años habría sido considerada totalmente inaceptable en la sociedad civil? ¿Es una operación psicológica? ¿Es real? ¿Qué pasará después?

La respuesta breve a estas preguntas es que hemos entrado en una nueva fase de la guerra cultural y, en cierto modo, hemos trascendido por completo la "guerra cultural". Lo que estamos viviendo ahora se describe mejor como una guerra religiosa, una guerra que ha sido lanzada por los EE. UU. corporativos contra todos nosotros y que, por lo tanto, exige que todos elijamos un bando.

Elegir un bando en una guerra religiosa significa que tienes que elegir tu religión. Y en esta guerra religiosa en particular, sólo hay dos lados. Por un lado está lo que C.S. Lewis llamaba el Tao, que era su abreviatura ecuménica de la verdad moral objetiva. "El Tao, que otros pueden llamar Ley Natural o Moral Tradicional o los Primeros Principios de la Razón Práctica o las Primeras Platitudes, no es uno entre una serie de posibles sistemas de valor", escribió Lewis en La Abolición del Hombre. "Es la única fuente de todos los juicios de valor. Si es rechazada, todo valor es rechazado. Si se conserva algún valor, es conservada."

En Estados Unidos y en Occidente en general, el bando del Tao es el de los cristianos y judíos creyentes, así como el de los ateos que, por razones prácticas, se aferran a la moral judeocristiana como los supervivientes de un naufragio podrían aferrarse a un bote salvavidas. Es el bando que considera que la transexualización de los niños por parte de Target es un mal moral intolerable, afirma la condición dada de nuestra naturaleza y del orden creado, y reconoce no sólo que el hombre no es Dios, sino que el destino del hombre es la comunión con Dios en una creación redimida.

En el otro lado está lo que el escritor Paul Kingsnorth, entre otros, ha llamado la Máquina, que en su raíz es una rebelión nietzscheana contra Dios que resulta ser también "una rebelión contra todo: las raíces, la cultura, la comunidad, las familias, la biología misma". Al igual que el Tao, la religión de la Máquina, del progreso y la tecnología y la voluntad de poder, tiene un muy largo pedigrí. Se remonta al Jardín del Edén, donde la serpiente aseguró a Eva: "No morirás", que si comía del árbol de la ciencia del bien y del mal llegaría a ser como Dios.

Esa fue la primera rebelión; desde entonces la hemos estado repitiendo. Quizá sea más fácil ver en nuestra época cómo cada rebelión contra Dios, desde el Jardín hasta ahora, es también un intento de derrocarle, de llegar a ser como Dios. De hecho, el deseo de jugar a ser Dios es el corazón oscuro tanto del transgenerismo como de su primo cercano, el transhumanismo. Al igual que otros males de nuestra época -el aborto y la eutanasia, por nombrar los más obvios- estos son, en sus raíces, manifestaciones extremadamente cándidas de orgullo, la fuente de todo pecado.

La Máquina es una religión que hace una reivindicación sobre y contra la realidad y el orden creado, que son negados y desfigurados en el intento del hombre de arrogarse el poder de recrearse a sí mismo según sus propios deseos. En nuestros días, intenta hacerlo utilizando las nuevas tecnologías, pero su deseo de hacerlo no es más que la última iteración de la rebelión que comenzó en el Jardín. A esto se refería J.R.R. Tolkien cuando dijo que "todas las historias tratan en última instancia de la caída". Tolkien también se refirió a la Máquina en ocasiones al hablar de su legendarium, describiéndola a menudo como el impulso de amasar poder y dominar, "arrasando el mundo real o coaccionando otras voluntades", una tiranía ejercida sobre la creación con el objetivo de superar la mortalidad.

Esto es justo lo que vemos en los movimientos trans gemelos: un deseo de superar el sexo y un deseo de superar la muerte. Los transhumanistas son tan explícitos en su deseo de burlar a la muerte y alcanzar la inmortalidad divina como los transexuales en su deseo de convertirse en el sexo opuesto. Estos últimos parecen creer, como los paganos rebeldes de épocas pasadas, que los niños tienen un papel importante que desempeñar en la consecución de este deseo. La Máquina devoraba a los niños a través del fuego en los altares de Moloch y Baal; ahora los devora en los espejos negros de Internet y las redes sociales.

La tentación aquí es descartar esta lectura de nuestra situación como una hipérbole. Seguramente no es tan malo como todo eso, queremos decir. Pero realmente lo es. Lo que está ocurriendo ahora no tiene que ver con marcas corporativas que abrazan el "mes del orgullo", como lo enmarcó recientemente The New York Times, ni siquiera con la promoción de la tolerancia en una sociedad diversa. Si Target se limitara a vender camisetas que pusieran "fabuloso" en letras de arco iris, a nadie le importaría. Aquí se trata de niños transexuales. Todo el mundo lo sabe, pero nadie quiere decirlo en voz alta. Las corporaciones son la punta de la lanza, empujando estas cosas y luego dejando que los medios de comunicación se den la vuelta y acusen a la derecha de ser fanáticos violentos por oponerse.

También nos equivocamos al pensar que todo esto no es más que un caso realmente grave de "guerra cultural" que se divide en las conocidas líneas de izquierda y derecha, azules y rojos. En parte es así, pero en su nivel más profundo es una guerra religiosa, una lucha espiritual entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el Tao y la Máquina.

Todo lo cual viene a decir que, a medida que se desarrolla esta guerra, deberíamos intentar no dejarnos llevar demasiado por cuánto se desploman las acciones de Target o cuánto baja el precio de Bud Light (0 $, en el momento de escribir esto). "Go woke, go broke"(El Woke nos lleva a la quiebra) es -perdón por la rima- una copla. Esto no quiere decir que no debamos boicotear a estas empresas, incluso si ello implica dificultades económicas o inconvenientes. Boicotearlas es parte de lo que tenemos que hacer en esta guerra religiosa, pero no es suficiente.

La América corporativa no se va a detener, incluso si algunas corporaciones quiebran. Lo que se exigirá a quienes se resistan a ellas es un profundo compromiso religioso, una nueva forma radical de vivir en la era moderna y digital. Si eres judío, toma en serio tu judaísmo. Si eres cristiano, haz de la práctica de tu fe el hecho organizador central de tu vida, no sólo algo que haces los domingos. Si eres ateo, reza para que Dios te dé fe.

Para los seguidores del Tao, luchar en esta guerra religiosa va a significar no sólo boicotear las marcas corporativas, sino reorganizar tu vida personal y profesional. Puede significar dejar el trabajo, mudarse o renunciar a ciertas cosas. Exigirá sacrificios. Tal vez un gran sacrificio.

Y ten por seguro que cada persona en Estados Unidos va a tener que elegir un bando. Si no eliges un bando, entonces tu bando será por defecto el de la Máquina, que domina las alturas de nuestra cultura y economía postcristianas. Sea cual sea tu opinión sobre la transexualidad o la política identitaria, la Máquina te absorberá y te atrapará a menos que elijas conscientemente oponerte a ella. Así que elige, y elige sabiamente. Tu país y, lo que es más importante, tu alma, dependen de ello.
John Daniel Davidson es redactor jefe de The Federalist. Ha publicado artículos en el Wall Street Journal, la Claremont Review of Books, el New York Post y otros medios. Síguelo en Twitter, @johnddavidson.